sábado, 22 de noviembre de 2008

15º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



15º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXV 22-11-2.008


EDITORIAL XV
La Asociación Contexto y el Proyecto Europeana


Nos hacemos eco de dos iniciativas que sin duda merecen nuestro aplauso e iluminan en buena medida el tenebroso panorama que nos rodea.
Por un lado, se ha concedido el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial de 2008 a la Asociación Contexto, que agrupa a siete pequeñas editoriales. Son: Libros del Asteroide, Barataria, Global Rythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso. Evidentemente felicitamos a los galardonados y nos alegramos por la concesión de este premio, que nos parece justo y que llega además en un momento de crisis cuyas consecuencias ignoramos en el ámbito cultural.
Las editoriales, lo hemos comentado en alguna ocasión, son importantes en la labor de dar a conocer y difundir a nuevos autores. Las nuevas tecnologías brindan nuevas oportunidades y abaratan los costes de edición, pero la distribución sigue siendo complicada y también lo es la tarea de difusión, de acceso a los lectores en una sociedad en la que la información excede, a veces de un modo descontrolado, los niveles de recepción que cualquier de nosotros, como individuos, podemos alcanzar. Por otro lado, las editoriales son empresas y como tales han de obtener beneficios o por lo menos no sufrir pérdidas que harían imposible su tarea.
Este premio supone, sin duda, un espaldarazo a su labor. Por fortuna, ha aparecido un sinfín de editoriales, además de las mencionadas, que están apostando por la calidad tanto de los contenidos literarios como del trabajo de edición. Dar conocer esta labor es imprescindible y desde luego este premio supone una promoción importante entre el público lector. Que se conozcan las editoriales, que sus libros estén en las bibliotecas y en las librerías, que se mantenga un mínimo de calidad, que se difundan a sus autores, son objetivos que debemos todos apoyar, nosotros, desde aquí, desde la modestia de un medio como este blog, o desde ámbitos con mayor repercusión como son los de gestión pública cultural.
Reiteramos por tanto nuestra felicitación y esperamos que sea el comienzo de una política activa de ayuda a la cultura, tan necesaria en un momento en el que los valores sociales parece que vayan por otros derroteros.
Por otro lado, el pasado jueves se iniciaba el Proyecto Europeana, en el que se integran bibliotecas, museos e instituciones culturales europeos, todo ello fomentado por el Consejo de Europa, y que pone a disposición de los interesados archivos culturales que sin duda van a ser útiles para quienes accedan a la nueva web. Literatura, cine, música, hemeroteca, el inmenso contenido de la misma supone una red de información cultural sin parangón y por una vez sentimos que las Instituciones Europeas se preocupan por la cultura y dan un paso a favor de unas herramientas de expansión cultural. Lástima que este paso se vea empañado por otro proyecto, que nos resulta menos amable, como es el Proyecto Bolonia de Universidades.
Tanto el Premio concedido a la Asociación Contexto como la aparición del Proyecto Europeana son dos buenas noticias que nos dan un poco de ánimo.
Para más información: http://www.contextodeeditores.com/
http://www.europeana.eu/


LÁGRIMAS DE GROUPIE


Hay demasiada canción de amor,
canción que galopa el sendero loco
del vinillo exhausto en la noche,
del sendero loco donde el brindis
es una mirada de corrido rimel,
son esas lágrimas de groupie
las únicas que su dinero valen,
a la sombra de titiris mundis,
de sátiros besos que aún viven
entre semillas que se abren de sueños,
entre portadas de discos que roban
un minuto de gloria en la calle,
existe luz en este norte triste,
en este norte que delira de paz.
New York está allí arriba,
levitando próxima a la luna gris,
bailando el Rock de los cautivos,
danzando la danza del siglo.
Hay vacías miradas que ruegan,
hay lágrimas de groupie en ti,
hay gemidos de azul en la noche,
hay desnudez en los suspiros.
Vamos, que lo puro nos llama,
que la noche espera con perlas,
con zapatos de tacón y mal vestida,
espera sentada en su filo,
ida de alcohol y sin memoria.
Latidos cansados del ruido,
interrogantes nacidos de más,
vueltas da el vinillo que suena
en la cara B de los anhelos libres,
y las lágrimas de una groupie
se mezclan de ácida y fría ceniza.
Medianas luces a lo lejos,
otro pulular brilla feliz sin mi voz,
estira aquel brazo y susurra
canciones en peldaños de plata,
respira mi yo, tan interior,
que su eterna súplica se calla.


Por Cecilio Olivero Muñoz


El avión


Recordarías, seguro, el momento exacto en el que tu madre te dijo que ibais a viajar en avión. De pronto sentirías un cosquilleo que te recorrería de la cabeza a los pies, unas ganas enormes de saltar, expandirte y gritar, una emoción que te inundaría por dentro aunque no sabrías entonces ni de lejos, a ti que tanto te gustaba hablar, explicar todo aquello. Lo cierto es que casi te pones a llorar por la emoción. No en vano habías crecido viendo aterrizar y despegar aviones, y lo que más deseabas era subirte a uno de ellos y ver el mundo desde aquellas alturas por las que volaban esos enormes cacharros que tanto te encandilaban cuando los contemplabas desde la loma. Comenzaste a correr por la casa y luego también por la calle simulando ser un avión, con los brazos en horizontal, como si fueran tus alas. Tu madre soltó una carcajada. Ni siquiera te importa a donde vamos, te dijo simulando desasosiego, y tú la miraste un instante, como si tuvieras que sentirte culpable por no importarte lo más mínimo a donde viajaríais, sino simplemente que ibais a subir, ¡por fin!, a un avión y este ascendería por los aires y entonces todo lo demás carecería de importancia porque habías conseguido lo que más deseabas, que era volar. Por mí, dijiste, como si nunca aterriza, podríamos vivir en el cielo, y tu madre volvió a reír, y tú te alegraste porque pocas eran las veces en las que veías contenta a tu madre, siempre iba con ese cejo preocupado, angustiado -otra palabra de aquellas, tantas ya, cuyo significado conocerías con el tiempo- por un sinfín de problemas que tú, entonces, no considerabas tan problemas, tal vez porque no conocías nada más que tu grupo de casas, próximas a las pistas del aeropuerto, y el trabajo agotador de las mujeres del andurrial, que de los hombres apenas sabías si trabajaban o no, simplemente porque nunca estaban presentes más que en las conversaciones, a veces cuchicheos, de las madres.
Es absolutamente imprescindible que compremos algunas cosas para el viaje, dijo tu madre, ropa para ti, por ejemplo. Entonces te paraste en seco. La miraste con atención. Debía de ser importante eso del viaje porque ella no solía gastarse el dinero en ropa nueva cuando hacia falta para tantas otras cosas, además ese “absolutamente imprescindible” te sonó duro y no dejaba lugar a dudas -cuando tu madre repetía eso de lo absolutamente imprescindible sólo quería decir que no había replica posible y que nos hallábamos ante algo importante- y entonces sí que te diste cuenta que el avión aterrizaría en algún sitio que debía, además, de ser muy lejos, porque si no cogeríais el autobús y no un avión, que era carísimo viajar en ellos, y tendría que haber una razón pero que muy importante para ir tan lejos. A dónde vamos, le preguntaste a tu madre, y ella te dijo un nombre, un nombre que no te sonaba de nada, y por no sonarte de nada lo olvidaste enseguida. Volviste a correr por entre las casas con los brazos como alas y de paso buscaste a Lidia o a Irene para decirles que ibas a subir a un avión, de hecho lo gritaste un par de veces, voy a ir en avión, y algunas mujeres te miraban sonrientes, pero no encontraste a Lidia ni a Irene, así que tuviste que conformarte con airear tu viaje a los cuatro vientos y saltar como una loca porque no podías reprimir la emoción ni veías el momento en que por fin subirías al avión, dentro de tres días, según te dijo tu madre en la cena mientras te enseñaba los billetes que no te dejó ni tocar, tú, con lo nerviosa que estás, los rompes, capaz.
Fueron tres días muy largos, seguro. Sin embargo, apenas te acuerdas de ellos, tú sólo pensabas en el vuelo, en esa sensación de velocidad que, según te habían contado, se sentía cuando un avión está a puntito de despegar. A veces, como cuando se lo dijiste a Lidia y a Irene, te ponías un poco triste, porque te ibas lejos y no sabías cuándo volverías a ver a tus amigas, o a la abuela Marcela, con quien tanto te reías cuando te contaba aquellas historias absurdas del pasado. Pero durante esos tres días sólo pensaste en el avión. Nada más. Poco te preocupaba lo que dejabas atrás y todo lo que te ibas a encontrar. Ibas a volar, te repetías una y mil veces, y cuando viste despegar un avión desde la loma en la que tantas veces te estiraste para ver los aviones, sabías que todo era distinto porque era cuestión de horas que subieras en uno de aquellos enormes cacharros.
Y llegó el momento. Por la mañana tu madre te puso de punta en blanco. Las vecinas iban pasando por casa mientras os arreglabais y como tu madre, tan precavida siempre, lo tenía todo listo, las maletas por un lado, con la ropa vuestra, la suya y la tuya, y su bolso por el otro, con los billetes, los pasaportes y el dinero, pues charlaba con las mujeres y se iba poniendo triste, incluso asomaron algunas lágrimas que no llegaron a correr por su mejillas porque tu madre, tú bien lo sabías, nunca lloraba.
No cabías en ti cuando fuisteis al aeropuerto. Estaba cerca. En línea recta desde tu casa podías distinguir las terminales y las dos torres desde donde se daban las órdenes a los comandantes de los aviones. Pero había que dar una vuelta enorme en el coche de la tía Mara y no veías el momento de llegar, y creíste por un momento que tal vez te despertarías entonces y te darías de morros con que todo fuera un sueño y que nunca fueses a subir a un avión, sin embargo llegasteis al aeropuerto, sí, y esperasteis vuestro turno en una cola que te pareció larga y lenta, y entregasteis la maleta a una azafata muy guapa vestida con un bonito uniforme azul y blanco, y ella os dio dos tarjetas de papel muy duro, casi cartón, que tu tía Mara te explicó que se llamaban tarjetas de embarque y que tendríais que entregarlas a una persona justo antes de subir al aparato, que así también llamaban a los aviones, y esperasteis un rato aún durante el cual la tía Mara y tu madre hablaron mientras tú lo mirabas todo con atención. La terminal estaba repleta de gente. Te preguntaste a dónde viajaría cada persona con quien te cruzabas e intentaste por un rato adivinarlo, pero no conocías realmente muchos nombres de ciudades fuera de tu país, e incluso las de tu país eran muchas veces meras referencias porque poco habías salido de la capital, pero al menos te sonaban algunas de los nombres que leíste en un enorme panel, te sonaban por ejemplo París y Roma, Nueva York y Buenos Aires, y te hizo gracia también el sonido de Tokio y de Bogotá cuando lo pronunciaste, muy bajito, para ti, y también reconociste la ciudad a la que ibas a viajar, la que te dijo tu madre dos días antes y que no sabías dónde estaba. ¡Qué ganas tenías de salir! Miraste de reojo a tu madre para ver si te decía que ya subíais al avión, pero también te gustaba que la tía Mara estuviera allí, con vosotras.
Tenemos que irnos, dijo de pronto tu madre, y ella y tía Mara se abrazaron, y luego tía Mara te besó y te abrazó, y te dijo que te cuidaras y que cuidaras a mamá. La verdad es que entonces te olvidaste por un momento que te ibas a subir a un avión y te pusiste triste porque viste a tía Mara ponerse triste. A veces tiene eso la vida, las cosas que nos gusta hacer conllevan hacer otras que no nos gustan tanto, pero te acordaste del avión y dejaste de lado apreciaciones más filosóficas. Os pusisteis en una fila tu madre y tú, mientras tía Mara se quedaba en el gran recibidor de la terminal. Pudiste ver que te decía adiós con una mano, sonriente, pero que tenía un pañuelo en la otra con la que se limpiaba las lágrimas que, a ella sí, caían por sus mejillas. Tu madre sacó de su bolso de mano los dos pasaportes, el suyo y el tuyo, y los entregó, cuando os tocó el turno, a un hombre uniformado que no sabrías decir si era policía o de alguna compañía aérea. Tú lo mirabas todo con atención, pero también con entusiasmo o emoción, no lo sabrías decir, que te impedía concentrarte en algo concreto. El hombre le devolvió los pasaportes a tu madre y pasasteis por un pasillo que desembocaba en una sala de enormes ventanales a través de los cuales veías las pistas y te diste cuenta también al cabo de un rato que al otro lado estaba tu casa e intentaste adivinar cuál era, pero no pudiste porque estaba lejos y todo se veía muy pequeño. Te despediste de tu casa y de la villa entera levantando la mano, casi sin pensar que aquel gesto podía ser una despedida, justo cuando tu madre tiró de ti para ir a la puerta 6, que era por donde debíais embarcar. En la puerta había otra cola de personas y un hombre recibía las tarjetas de embarque que, así se llamaban aquellos cartones, recordaste, de quienes iban a volar. Os tocó el turno. Tu madre entregó las dos tarjetas y el hombre te miró y sonrió. Al salir no pudiste evitar pegar un bote: allí estaba, el avión, uno concreto, nada menos que el tuyo, aquel en el que ibas a viajar, tan blanco y grande, más grande cuando lo veías ahora tan de cerca que cuando veías algún otro, o incluso quizá ese mismo, desde la loma junto a tu casa. En ese avión ibais a viajar y mientras os acercabais, estaba tan cerca que ibais a pie, sentiste algo que podía ser, tal vez, la felicidad, pero en ese momento era tan solo un cosquilleo en el estomago y una imposibilidad absoluta de hablar, de contar lo que estabas viviendo, de mirar siquiera a tu madre, que estaba a tu lado y que tampoco dijo nada porque, no lo supiste hasta más tarde, ya iba muy preocupada por aquel viaje.
Subisteis por una escalerilla tan estrecha que sólo cabía una persona. Al final, dos azafatas muy guapas os esperaban con sonrisas de oreja a oreja y atendían uno a uno a los viajeros que llegaban a su lado. Miraban los billetes e indicaban el asiento que correspondía a cada una de las personas que viajarían en el avión. ¡El avión! Te deslumbró su interior, nada que ver con lo que habías podido imaginar y, qué duda cabe, mucho más bonito. Contemplaste el pasillo bordeado por una sucesión de butacas y te sorprendió el color blanco, casi luminoso, que lo inundaba todo allí dentro. Una de las azafatas le indicó a tu madre cuál era vuestro asiento y os dirigisteis a él lentamente, esperando a veces que las personas que estaban delante de vosotras se acomodaran en los suyos. De vez en cuando mirabas por las ventanillas redondas, en forma de huevo, y veías el trozo de pista en el que un momento antes habías estado. Por fin llegasteis a vuestros asientos. Siéntate junto a la ventanilla, te dijo tu madre y tú saltaste emocionada al asiento, queriendo verlo todo, lo que había fuera y dentro del avión, ver a tu madre, que te miraba con una leve sonrisa, y al resto de las personas que te rodeaban.
No recuerdas cuánto tiempo tardó el resto de viajeros en acomodarse. Lo que sí recuerdas es el momento exacto en el que una de las azafatas cerró la portezuela por la que entrasteis y sonó un clik metálico que indicó que todo estaba preparado y ya no cabía marcha atrás posible. Te diste cuenta entonces del sonido del motor, sí, apenas un murmullo, pero que una vez cerrada la portezuela se agudizó. De pronto, una voz, la del comandante, daba la bienvenida a los pasajeros y una azafata que pasaba por el pasillo entregaba unos folletos y el sonido del motor se volvía más y más agudo, y tu madre te ató el cinturón de seguridad y tú no podías parar quieta en tu asiento porque aquello era lo más emocionante que habías hecho en tu vida y no querías que nada quedara fuera de tu atención. No tendrás miedo, te preguntó entonces tu madre, y tú moviste la cabeza de un lado a otro, en ese mismo instante sentiste que el avión se movía, aunque más bien te parecía que era lo de fuera lo que se moviera. El avión se encaminaba por una de las pistas. En un momento dado se detuvo. Y de repente comenzó a correr, a correr y a traquetear, notaste el cosquilleo del estomago, el cambio de posición del avión, como subía la parte delantera y de pronto las cosas que veías desde la ventana se volvían chiquitinas y tus oídos parecían comprimirse, traga saliva, te susurró tu madre, y tragaste y tus oídos se destaparon mientras intentabas estirarte todo lo larga que eras para ver cómo la tierra se empequeñecía.
El avión recuperó casi su horizontalidad. No dejaste ni un momento de mirar hacia abajo y verlo todo allí tan chiquitito. De nuevo la voz del comandante sonó, omnipresente, y habló de la altura del vuelto, de la duración prevista, muchas horas, y de algunos detalles que no llegaste a comprender. Tu madre parecía dormir, tenía los ojos cerrados, pero sabías que no dormía porque movía los labios como si estuviera orando. Le diste la mano y ella te la apretó. Giraste de nuevo la cabeza para mirar por la ventana, pero esta vez para mirar hacia arriba, donde el cielo parecía oscurecerse y donde estarían las estrellas, escondidas a esa hora.
Durante las muchas horas del vuelo no dejaste de mirar por la ventanilla, allí abajo estaba el mar, inmenso, y reías cada vez que el avión daba uno de esos botes que a tu madre tanto le asustaban, la pobre, aunque siempre acababa sonriendo. Las azafatas te preguntaban si tenías miedo y tú les decías que no y ellas se sorprendían mucho porque, según te dijeron, todas las niñas se asustaban un montón y te decían entonces que eras muy valiente o que quizá fueses algún día azafata, o quien sabe si incluso comandante de un avión, que lo pensaste, por qué no. Y así, poco a poco, el avión fue llegando a su destino y de pronto sonó otra vez la omnipresente voz del comandante, entonces tu madre te abrochó el cinturón de seguridad y el avión comenzó a perder su horizontalidad, pero al revés que cuando el despegue, con el morro hacia abajo, señal inequívoca, y te dio pena, del final del viaje, te pareció tan corto, y la tierra se fue acercando, lo chico se hizo grande, y tu madre cerró de nuevo los ojos y sus labios se movieron otra vez, y de repente el avión pegó un bote y se escuchó como un sonido áspero y un tanto metálico y viste una pista y al final unos edificios que eran, seguro, las terminales del aeropuerto, y el avión fue menguando su velocidad hasta casi detenerse, poco a poco, y detenerse al final, momento en el que tu madre te desabrochó el cinturón de seguridad.
La gente hizo cola para salir del avión y las azafatas se despedían con una sonrisa amable. Te dio pena acabar el viaje, se te habían hecho cortas las casi doce horas de vuelo. Sí, tal vez fueras azafata o comandante de avión para poder pasar horas y horas en aquellos aparatos y te quedaste un poco mustia mientras en silencio avanzabas por un corredor que te llevó junto a tu madre a una sala enorme, parecida a la del aeropuerto de tu ciudad, pero sin duda mucho mayor. Bajasteis por unas escaleras mecánicas y de nuevo os pusisteis a una cola. Había unas cabinas por donde la gente que había delante de vosotras iba mostrando los pasaportes. A veces, te fijaste, había un breve diálogo entre quien mostraba el documento y quien se hallaba tras el cristal, pero no sabías, tampoco te lo preguntaste, a que respondía todo eso. Por fin llegasteis hasta una de las cabinas y tu madre enseñó ambos pasaportes. El hombre los hojeó. Miró a tu madre y le hizo unas preguntas que tú no llegaste a entender, tampoco prestaste mucha atención hasta que el hombre le dijo si podría esperar un momentito en unos bancos que había a uno de los lados. Notaste que la mano que te daba tu madre apretó un poco más la tuya. Te empujó con suavidad y sin decir nada os sentasteis en uno de los bancos.
Qué pasa, mamá, le preguntaste y tu madre te dijo que nada, que había que esperar un poquito, nada más, y tan pronto te fijaste que cerca de ahí había una enorme ventana desde donde veías las pistas y fuiste hacia allá, dónde vas, te preguntó tu madre y tú señalaste los aviones y tu madre no dijo nada, por lo que seguiste hasta que pegaste la nariz en el cristal y te quedaste de nuevo embelesada ante todos aquellos aviones.
Tu madre te llamó un rato después y la viste de pie. Ven, te dijo, y tú fuiste, entonces ella te sujetó la mano y comenzasteis a seguir a un policía por un pasillo estrecho que terminaba en una sala en la que había varias mesas con ordenadores y varios policías. Siéntense, dijo el hombre al que seguisteis, y os sentasteis, mientras otro agente te sonreía y te decía hola y tú le dijiste hola bien bajito porque no te acababas de sentir cómoda allí adentro. No sabías muy bien qué estabais haciendo en aquella sala. Suponías, aunque tampoco es que te lo hubieses planteado muy bien, que ibais a una ciudad nueva y que tu vida, entonces, tal vez, no estabas muy segura, iba a ser distinta, aunque a ciencia cierta eso era algo sobre lo que tu madre no te había hablado mucho. De pronto te hallabas en una sala repleta de policías y tu madre, a tu lado, parecía temerosa, aunque tampoco estabas muy segura de eso porque tú siempre la habías visto firme y llena de convencimiento cuando llevaba a cabo las cosas, al fin y al cabo siempre te decía que era mejor arrepentirse de lo que habías hecho que arrepentirse de lo que habías dejado de hacer, algo que tú, entonces, no entendías muy bien, pero que sin duda marcaba su valentía ante la vida, por eso dudaste si estaba, según te pareció, temerosa o era una sensación tuya.
El policía, entonces, comenzó a preguntarle a tu madre a qué venía y si conocía a alguien en el país. Tu madre respondía con brevedad mientras el policía escribía en un ordenador algo que tú no podías ver desde tu silla. Pero escuchabas la voz de tu madre, algo quebradiza, y te enteraste entonces que tu padre estaba en aquella ciudad y que os esperaba fuera del aeropuerto, algo que tú no sabías, claro que apenas te acordabas de tu padre y tampoco pensabas mucho en él, quizá porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vieras y porque ninguna de tus amigas o de los niños de tu barrio tenían a sus padres cerca, y metida en estos pensamientos te perdiste el resto de lo que hablaron el policía y tu madre, sólo oíste que el hombre os pedía, después de consultar algo en el ordenador, que esperarais en una sala adjunta, y tu madre se levantó, tú te levantaste tras ella, y ella mostró de nuevo aquel cejo que tanto conocías y anduvisteis por otro pasillo hasta otra sala donde varias personas esperaban en silencio no sabías muy bien qué.
Volviste a preguntar si ocurría algo. Ella te sonrió, te acarició la cabeza, te dijo que no, que no pasaba nada, tranquila, y tú te pegaste a ella, para que te abrazara y siguiera con su mano en tu cabeza.
No supiste muy bien cuánto tiempo estuvisteis así. Quizá te quedaste, incluso, dormida. Te despertaría tu madre cuando te llamó. Vamos, te dijo entonces, y volvisteis a recorrer el mismo pasillo hasta la sala de las mesas y de los ordenadores. Reconocisteis las mismas caras de antes, pero te fijaste que había otras personas, algunas vestidas de civil. Os sentasteis de nuevo en las sillas, pero esta vez había más gente a vuestro alrededor. Un policía distinto al de antes se sentó frente a vosotras y comenzó a hablar con tu madre. A veces el hombre que estaba a tu lado sin uniforme intercalaba algún comentario, pero no llegabas a entender lo que decía y sobre lo qué hablaba. El policía nuevo escribía en el ordenador y luego imprimió unas hojas que tu madre firmó, al igual que el propio policía y el hombre que estaba a tu lado. Esperen aquí, dijo el policía y se levantó. Entonces un policía se puso a tu lado y te preguntó si te había gustado volar en el avión y tú respondiste que sí y sonreíste porque te acordaste del vuelo y de lo que te había gustado, y él te preguntó también si no tuviste miedo y tu dijiste que no, y tu madre sonrió al mirarte, pero te diste cuenta de que era una sonrisa triste. El otro policía volvió con unas hojas en la mano. Se sentó y le habló a tu madre y le dijo que el jefe había decidido denegar la entrada y eso debía de ser, pensaste, algo terrible, porque tu madre bajó la vista y tenía los ojos rojos, aunque no lloraba, porque tu madre, tú bien lo sabías, nunca lloraba, y comenzaron los dos hombres y tu madre a firmar un sinfín de hojas, y entonces tu madre preguntó por la maleta y el policía respondió que ya estaría embarcando porque el avión saldría aquella misma noche, y tu madre, entonces sí, soltó algunas lágrimas y tú pensaste que algo terrible debía de estar sucediendo porque tu madre, que nunca lloraba, lloró.
El policía os acompañó de nuevo a la sala. Esperen aquí, os dijo. Os sentasteis. Tu madre seguía llorando, en silencio, casi como si le diera vergüenza. Te acarició la cabeza, de pronto te sonrió triste y te dijo que de nuevo subiríais a un avión. No supiste el porqué, pero esta vez, la verdad, no te hizo tanta ilusión.


Juan A. Herrero Díez


DISFRUTAR LA QUIETUD DE LAS TARDES


Disfrutar la quietud de las tardes
de la avanzada primavera
que aún reina esplendorosa y bella
coronada de rosas y azucenas,
gozar la arboleda que vislumbro
desde mi tranquila terraza
ese verdor imponente de pinos
y otras especies que mi ojos traspasa,
el permanente revolotear de pájaros
con sus trinos tenaces e impertinentes
dueños de los silencios vespertinos
ámbito propicio de nuestra benéfica siesta,
en mi terraza leyendo poesía
bien Rimbaud, bien Kavafis, bien González
como sorbitos de café cubano,
ensimismarme en los geranios, en los claveles
quedarme extasiado en las escasas mariposas
que se adentran para posarse en las plantas
resplandecientes y cuidadas por las manos
de mi dulce esposa que dormita
en el sofá de nuestro salón
invadido por el aroma de la tarde,
a ratitos acercarme y besarla despacito
como una caricia, como un rumor
absorber su tenue respiración
como sorbitos de café cubano.


Por Francisco Jesús Muñoz Soler


EL PELIGRO DEL AMOR


A la memoria de Charo Endrinal Petit.


Dejaste tu mundo de confort
en pos del amor (motor del mundo).
Encontraste desolación,
encontraste tedio en un desnudo,
encontraste el amargor
de un coñac con sabor a esputo,
encontraste en un rincón
la dicha de la mentira dando culto
a jueces como el gran Salomón
que tenía rara idea de lo justo,
encontraste la cruel perdición
que baja caprichosa al oscuro submundo,
encontraste el eterno (sin-perdón)
que además de ser eterno es mudo,
encontraste la sin razón
que debaten los tentetiesos atando nudos,
encontraste la loca ilusión
que por ser ilusión dura un segundo,
encontraste la enajenación
y comprobaste que ninguna agonía dura un minuto,
encontraste la marginación,
encontraste aquel disgusto,
encontraste la presunción
y no te dejaron ser lo presunto,
encontraste a la civilización
escondida en el chabacano sonido del eructo
escondida en la religión
apartándose de ti en un estornudo,
encontraste el peligro y la traición
que llama a todas las puertas dando tumbos,
encontraste a niños de papá con el humor
que sólo sostienen los súcubos.
Encontraste la muerte pegada a tu talón
y una metáfora fiel de que el amor es un mero bulo.


Por Cecilio Olivero Muñoz


QUIMERAS


Elevaban las olas
sus cantos de sirenas.
En el inmenso cielo
las estrellas danzaban.
Nosotros:
Bajo aquel manto azul
que todas ellas tejen,
¡Soñábamos…
mundos maravillosos
con jazmines y rosas,
primaveras espléndidas
con cantos de sopranos,
rumor de caracolas
y trinos de jilgueros.
Nadie… nos despertó,
de aquel tan bello sueño.
Creíamos que era justo
amarnos en octubre,
otoño de la vida.
Y al dintel de la tarde
un pájaro lloraba,
con las alitas rotas
heridas por el viento


Por Ofelia Parrón Cépedes


EL TORNADO


El amor llama a mi puerta, y la hace tambalear, quiere entrar como un tornado, arrasar, voltear, llevarme con él.
Un tornado que como siempre no esperas, no avisa, y es en ese momento cuando te pilla desprevenida.
Lo veo venir, ya llega, toca mi puerta, abre mis ventanas, quiere arrasarme. Y me asusta, no quiero girar en el aire, no que se lleve mis cosas.
Como mujer desengañada y dolida en el amor, mi cabeza dice que me prepare y me resguarde ante tal tornado. El corazón está dañado como para dejarle pasar, no está preparado.
Pero viene con mucha fuerza, y siento que me va a arrastrar.
Entra sin darme apenas yo cuenta, sin prepararme, intento amarrarme a algo, pero no encuentro dónde.
Mientras busco cobijo, sus pequeños soplos de viento me tambalean, y me asustan, no quiero ser dañada nuevamente, pero tampoco quiero dañar.
Soplos de viento que me susurran, movimientos que me hacen reaccionar.
Quiere llevarme con él y mientras mis pensamientos son internamente otro tornado, “¿qué debo hacer?”.
Simplemente la respuesta más sencilla es no hacer nada, porque este tornado viene con más fuerza que nunca, y yo solo puedo tambalear.


Por Silvia Marcos Fuentes


DESDE LA MÁGICA UNIDAD DE MI VIDA


Desde la mágica unidad de mi vida
rebosante de la fragilidad que le es propia
me aglutino e intento conocer el sentido
de mi fugaz existencia,
la que ha preñado de principios y objetivos
para intentar no deberme nada
cuando la gran aliada de la naturaleza
me reclame para ejecutar su motivo
dar fin a todo lo nacido,
pero mientras esa inevitable cita no me alcance
sigo construyendo el camino de mi destino
drenándolo con amor, afirmándolo con razones
y despejando su libertad de salteadores,
en esa tarea estoy, que sea capaz de conseguirlo
se sabrá en el menos esperado de mis momentos,
ahora sigo abierto al camino del conocimiento
y al de la vida con todos mis mejores sentimientos.


Por Francisco Jesús Muñoz Soler


CACTUS


Símbolo espinoso de la vida,
resistencia brotada de la sequía,
hombre, tropiezo del viento,
obstáculo de la voluntad,
angustia parca de llaga instintiva.
Consuelo de espina doliente,
quimera de agua el mar lleva,
desierto es tu mundo
entendido en la suma de los días,
amplio espacio entre la mirada,
largo horizonte es tu bostezo,
piedra a piedra se exige dureza,
resisto mi mundo colgado
de mi dolor de cabeza,
mi cefalea es caballo cansado,
es pellizco seco de latido pirómano,
sombra de espejo es la luz
que suspira por mi brote libre,
por mi pulso cuadrado donde
el triángulo es asombro rodado.
¡Quiero y no puedo!
Te vas de mí como viento caliente,
como aire de aleteo de mosca,
y me quedo plantado en mi erial,
en mi desierto de ceniza hogareña
a esperar que tu buena fe me recuerde
y se sienta hermana de mi quijada,
de mi corazón helado,
de mi espina dulce y entendida
en garitos de ansiedad bufada.
Quiero a tu presencia
y cuanto más la quiero
menos cerca está tu laberinto sonoro
de mi primavera mojada y muda.
Busco tu rosa entre gemidos,
busco tu paz de acuarelas y figuras,
busco tu cansancio tendido a mis pies
como un perro suspirando.
Busco, y si encuentro, hallo vacíos
que resisto como un loco herido.


Por Cecilio Olivero Muñoz


ACOMPAÑAME DE LA MANO


Ven, no te vayas...
Quiero contigo caminar
En esta vida por andar
Ya no quiero esperar
Una vida mas para lograr
La maravilla de caminar...
Recorrer, este mundo y tener
Tu mano para entender
Que hay un nuevo renacer
Juntos podemos descubrir
Que no es necesario sufrir
Para revivir el amor
Que dejamos morir
Por creer que al mentir
Y dejando de sentir
Podría existir
¡ NO¡ sin mí, no puedo vivir
¡ TÚ ¡ sin ti, no puedes revivir
Vamos los dos de la mano
En este mundo
Para que deje de ser vano
El resto del camino
Que tenemos por vivir.


Por Laura Georgina Nuñez de Alva


LA PROCESIÓN


Ellos vienen a mí
desde un dictamen de plumas
y candados.
Los árboles ancianos; los más nuevos.
Me persiguen
con su esencia de aurora en cautiverio.
Los jueces invisibles.
Y me he quedado en el suelo detenida
mientras fluye la savia por la tierra.
Momentos germinales
me custodian el vientre.
Han nacido más ramas
y más ojos desnudos me sorprenden.
Para alcanzar la voz de sus edades,
me arrodillo al verano de los nidos.
Sólo tendré la sed de sus raíces;
apenas esas lágrimas eternas del rocío.
Ahora me han cedido el centro de la ronda,
y soy yo,
otro árbol hambriento
que intenta descifrar
el vuelo fecundado de las mariposas.


Teresa Palazzo Conti


PUERTAS DESESPERADAS


Entradas y salidas, puertas desesperadas, en las que una vez cerradas, no hay que volverlas a abrir.
Puertas que pueden ser abiertas, temerosas ante lo que nos aguarda tras ellas.
Puertas desesperadas, cerradas para olvidar, abrirlas para buscar una solución, sea cual sea, aunque siempre deseamos lo mejor. Pero, ¿cómo saberlo?.
Tampoco podemos abrir y cerrar continuamente, ¿cómo encontrar la adecuada?. En un acto disfrazado de valentía, cerré un puerta, ahora estoy en un pasillo lleno de ellas. Paradójicamente, sé que hay tras ellas, aunque quepa la posibilidad de un futuro engaño.
¿Cuál debo arriesgarme a abrir?. Sin embargo, necesito abrir alguna de ellas, no me puedo quedar estancada en el pasillo.
Puertas desesperadas.
La primera, está esperando a ser abierta, y que me entregue a una nueva vida.
La segunda, me gustaría abrirla, pero desconozco si quiere ser abierta, ¿responderá con las mismas expectativas que yo busco?.
La tercera, sé que quiere olvidar las dos anteriores, y emprender una vida en solitario.
La siguiente, sólo quiere dejar paso a la improvisación.
El resto,...puertas desesperadas, esperando a ser abiertas, ¿cuál abrir?.


Por Silvia Marcos Fuentes


TE PALPO EN EL VIENTRE DE TU MADRE


Te palpo en el vientre de tu madre
y noto la dureza con que te afirmas
el empuje con que defiendes tu espacio,
te acaricio con cariño con la esperanza
de transmitirte vibraciones de amor
por el canal que para ti me he abierto
desde mi corazón hasta el final de mi tacto,
poco a poco voy acomodándome
acercando mi oído al vientre de tu madre
mirándola a sus ojos preñados de orgullo
y abrazándome a su cuerpo embarazado
de humanidad acechadora,
me pongo a escucharte con delicado mimo
y empiezo a susurrarte pequeñas caricias orales
para acercarte a mí y para recordarte
que trates bien a tu madre anhelante
ojalá por los ojos de tu mamá
destellos de amor y esperanza me expresases
y llegases a mí en forma de mensajes
porque en ellos sólo encontraría grandeza
de honestidad, ternura y belleza,
con gran amor te cuido
desde mi cercana lejanía
inquieto por lo que queda de trance,
de el voy descontando los días
rogando a Dios por tu bien
y el de tu madre.


Por Francisco Jesús Muñoz Soler


AMOR ETEREO


TAN INTANGIBLE COMO ETEREO
ASI ES EL AMOR ETERNO
AMOR QUE CARGA SOLEDAD
EN UNA BÚSQUEDA SIN CESAR
LAS GANAS DE AMOR ENCONTRAR
EN EL TRÁNSITO POR LA VIDA
CANTAMOS Y NOS DAMOS SIN MEDIDA
AUNQUE POR AMOR DEMOS LA VIDA
POR SÓLO UNA CARICIA SENTIDA
EN EL MUNDO ETEREO Y PERPETUO
PIDO... HÁBLAME ¡¡ AMOR MÍO
ERES ... PARA MÍ ¡¡ LA CARICIA
DEL AMOR QUE PIDO
QUE ENGENDRA MIS SENTIDOS
EN SUBLIMES SUEÑOS DORMIDOS
VEN ¡¡ QUITA LAS YEDRAS DEL CAMINO
NO TE DETENGAS ¡¡ AMOR MÍO
DAME TU MANO...
QUE LA NOCHE SEA TESTIGO
DEL MAS GRANDE AMOR SENTIDO.


Por Laura Georgina Nuñez de Alva


LA MENTIRA


A veces vivo un poco,
y ostento la evidencia
como un coleccionista.
Algún trofeo
rutila en las escarchas de mi nombre
y emerge la que era
en el engaño del verbo flagelado.
Mi intemperie
descansa un instante
en el pedestal de hierba de sus ojos,
hasta volver,
crucificada,
a la oración unitaria de la casa.



Un domingo verde,
La locura comienza a invadirme
Hay diferentes olores detrás del peñasco gris de mi memoria
Los matices van cambiando,
Hay un gato lila que me mira con los ojos salidos de sus órbitas
Una gallina se desliza por debajo de los tentáculos de un pulpo
Con alas.
Veo como giran los focos de la calle,
Mientras silbo despacio el perfume de tu vientre.
Que melodioso aroma, el de tu pubis dormido
Entre cucharadas de mis besos.
Extasiada de notas estoy,
La fragilidad de un minuto se quiebra
Cuando la seda de tu pecho se adormece
En mi regazo.
Noctámbulas manos sostienen mi demencia
Y sigo penetrando el azul de tu figura
En un domingo verde
Bebí el elixir sagrado
Dominé al dragón que ahora canta a mis pies
Caminé sin pasos,
Oí los colores de este manicomio
Me dormí a tu lado
Hoy enloquecí.


Por Gabriela Fiandesio


A veces el silencio de la compañía
inunda las sábanas
hasta el techo;
dispara el vacío de un cuerpo
la amplitud creciente de la memoria.
Le doy paso al permiso que
me mira
sin conocerme
vaga la sensación
de amarrarlo
en sueños.
Rompes el mosaico de mi izquierda
te enroscas sutil en mi espalda
y el dulzor de tus manos me roza
y derrama
pájaros omnipotentes.
¡Esos años también son míos!
sonríen tus labios festejan la coincidencia
mientras tu pelo viaja del sol
y cae en lágrima
sobre los cielos.
En el hoyo del piso
perdura el aroma a pólvora;
dispara el vacío de un cuerpo
el permiso de pensarte
del otro lado.


Por Lorena Luján Cáceres


TRAVESÍA


Soy corcel de la noche
en los espacios.
En horas agitadas
desciende alguna estrella
a embeber sus luciérnagas
en ébano.
Me arrojo a la espesura
y separo los mensajes ocultos
de los zarzos.
Amenaza
un destino de puertas abiertas.
Adónde regresar
desde las piedras
en esta soledad
de llamas en el hielo.
Se despierta
el oficio
de aprender a esperar
y yo encumbro las manos
para lograr un ángel.


Por Teresa Palazzo Conti


CLAUSTROS


Nada puedo alcanzar desde este sitio riguroso.
Un océano de tiempo
brama desde las profundidades del hoyo
y un estilete absoluto
busca nido en mi pecho.
Afuera aguarda una luz condenatoria.
Y los gestos indemnes
escarban
las razones feroces de las máscaras.
Nadie reconoce el disfraz que me han legado
Yo nunca he sido esta que se mira
en las aguas estancadas del pozo.
La de antes tenía besos y cántaros,
y sabía de alguna plaza con hamacas.
Ésta rastrea cementerios de versos
desde cada plegaria,
y busca inútilmente,
ascender por las líneas marchitas
de su estatua.


Por Teresa Palazzo Conti


EL ÚLTIMO VIAJE


¿Para qué la riqueza acumulada?
¿Para qué los palacios con jardín?
Cuándo todo, todo lo que tengamos
aquí, nos lo vamos a dejar.
Nadie ha vuelto, una vez que se ha marchado,
nos vamos solos, tan sólo con lo puesto.
Emprendemos un viaje sin retorno
como ave que a otro país emigra
con el deseo de volver en el buen tiempo.
Seremos polvo, y el viento nos traslada
desde un lugar a otro, tal vez impregnado
en una bella flor: ¡cualquiera sabe en qué!
¿O seremos igual a pajarillos
que alegran las mañanas con sus trinos,
o aurora que ilumina el nuevo día
resplandeciendo más el sol?
Puede que nos fundamos con agua cristalina
brotando de un arroyo o manantial.
Nosotros moriremos, y nuestra esencia no.
¡Nadie, nadie! por mucho que lo quiera,
nunca, jamás volvió,
ni tomó su forma ya anterior,
todo será la nada…paz infinita…
A veces el deseo de la continuación.
Sólo seremos átomo, parte del cosmos.
Eternidad…


2º premio en el VII concurso de poesía castellana
en el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo.
Ofelia Parrón Céspedes
17 de mayo del 2008

sábado, 15 de noviembre de 2008

14º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



14º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXIV 15-11-2.008
NÚMERO ESPECIAL DEDICADO A LA MEMORIA
DE PEDRO JOSÉ GONZÁLEZ MUÑOZ.

EDITORIAL XIV
El negocio de la multiculturalidad y el sentido común

Asistimos no sin una cierta sensación de vergüenza ajena al último espectáculo multicultural de las Naciones Unidas. En Ginebra hay un palacio que pertenece a tan notable, que no noble, visto lo visto, institución una de cuyas salas, la denominada Sala XX o Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones, ha sido remodelada por el artista español Miquel Barceló. Dicha obra ha consistido en erigir una cúpula y el presupuesto lo aprobó el patronato de la Fundación ONUART. Hemos conocido que el referido presupuesto se eleva a la cantidad de 20,35 millones de euros, de los cuales 500.000 euros han sido aportados por el Fondo de Ayuda al Desarrollo español, que gestiona el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio.

Sabemos que el tema puede ser abordado con mucha demagogia. La evitaremos en la medida de lo posible. Seguramente bastaría sacar una conclusión con la mera lectura del párrafo anterior tal cual y quizá por ello no sea muy necesario añadir mucho más: los datos expuestos cantan por sí mismos. Por otros lado, somos conscientes también de que el problema de la pobreza en el mundo depende en gran medida no tanto de las ayudas puntuales que se puedan otorgar, y con 20,35 millones de euros habría muchísimas ayudas puntuales que arreglarían problemas concretos y angustiosos para quienes los padecen, sino de transformar estructuras y relaciones internacionales, crear un nuevo orden internacional basado en la cooperación, la justicia, la solidaridad.

Tampoco somos quienes para exigir compromisos a los artistas. La solidaridad surge de la propia persona y cada cual ha de saber hasta donde tiene que llegar su compromiso. Por lo demás no creemos que un artista tenga que estar más comprometido que cualquier otro ciudadano, sea quien sea y cualquiera que sea su oficio, aunque reconocemos que un artista puede lograr que un mensaje llegue a más gente. No seremos nosotros en todo caso quienes juzguemos a los demás ni daremos consignas de cómo han de vivirse los problemas de este mundo, nos basta con intentar ser coherentes en nuestra vida cotidiana, algo de lo que no somos ni de lejos maestros.

Sin embargo, no hemos podido evitar un escalofrío al conocer dichos datos. Sobre todo si las cotejamos con otros que nos proporcionan algunas organizaciones de solidaridad y que nos dejan claro que la miseria, el hambre, la pobreza son, por desgracia, la norma en el mundo, no la excepción. Evidentemente, hay muchos otros gastos que podrían soliviantar dicha situación y no por ellos vamos a exigir su eliminación. No obstante, nos escandaliza que el dinero de la cúpula se haga nada menos que en las Naciones Unidas, que tiene un sinfín de entidades vinculadas y programas específicos de desarrollo y de lucha contra la pobreza, y que las ayudas pretendidamente públicos de los Estados, como el FAD de España, se desvíen de un modo tan cuantioso a fines que poco o nada tienen que ver con el desarrollo.

No tenemos de momento muy claro en qué consiste esa Alianza de Civilizaciones que surgió como idea de la Presidencia Española. Tenemos la vaga sensación de que civilización sólo hay una, la humana, y que son las culturas las que dialogan permanentemente, algo que no requiere, por otro lado, de grandes palabras, de discursos grandilocuentes ni de órdenes directas de los Estados, es algo que siempre ha ocurrido y que ocurre hoy de un modo cotidiano. Cuando leemos a autores de otros países, culturas y lenguas o vemos sus películas, cuando apreciamos la música sea cual sea la nacionalidad del autor, cuando nos acercamos a cualquier obra artística ya estamos dialogando. Siempre ha sido así. Esperamos que siga siéndolo. Lo que sí sabemos es que asuntos como el mencionado, por su grado de frivolidad y por la susceptibilidad de ser utilizado para la demagogia fácil, hacen un flaco favor a quienes desde la honestidad y el compromiso luchan por instaurar un mínimo de armonía en este mundo.



LA PESADILLA DE BRETTON WOODS

La miseria arrastra los pies
en la antesala de las pesadillas
y no hay mayor pesadilla para la pobreza
que el bostezo global de Bretton Woods.
Las semillas son huecas esperanzas,
el estómago es una cueva con un canto hecho eco
pues su exigencia hace temblar al hombre,
el aliento es un vacío peculiar,
y lo triste son las inmensas listas de los muertos
que adelgazaron mientras otros engordaban.
La cruz roja es un suspiro,
los seudo-poblados son hervideros,
los momentos son desdicha,
la chatarra es un sustento de cuentagotas marchito,
las azadas oxidadas son trastos arrumbados,
calaveras y esqueletos
son la cosecha de los capitalistas barrigones
que harán nacer otro capitalismo
que nos despreciará si no consumimos su desgracia,
muchos tienen miedo a no ser espiga
y otros se columpian en las derrotas del cansancio,
la luna debió ser pan casero,
las montañas debieron ser arroces y te quieros,
las nubes deberían ser mantequila,
las llanuras debieron ser desayunos de amor,
los soles deberían ser potajes en ebullición
y los árboles del mundo embutidos saciantes,
los ojos deberían ser mares salvajes
y los pucheros deberían ser ríos de frescura
que la acequia de las lágrimas les niega siempre.
Las moscas deberían ser alegrías enormes,
y los pozos deberían ser millonarios altruistas,
los desiertos sueños de hermandad,
el dinero debería ser gratuito principio
que se sume a la solidaridad sin fronteras,
que nada en el mundo deba costar
el sufrimiento tan largo y tendido
y el sudor de frentes sin futuro
con eterna chicha
y agria limoná.
Las palmeras deberían ser relucientes estrellas
de grandezas bajas,
las sabanas deberían ser
campos sembrados de huerta a sol y a sombra,
las lluvias deberían ser
opulencias llenas de vida,
las nevadas deberían ser
horchatas de refrescantes risas
y las tormentas deberían ser
decididas causas para un mundo feliz.
Los azules deberían ser puentes hacia el corazón;
el hambre a nuestra puerta llama
como un desprecio de rabia que muerde
en lo más débil de nuestra razón.
La religión debería ser mero amor a la vida,
la filosofía debería ser el gas de opio del pobre,
la poesía debería ser lenguaje sencillo y mágico
que brota de los silencios,
los novelistas deberían ser herederos
de los hechiceros que limpiaban las malas artes
y la política debería dárselo todo al pueblo.
La mentira debería ser un chiste sin gracia,
la verdad debería ser obligatoria,
la paz debería ser respetada monotonía,
la educación debería ser pan para el mundo,
la libre expresión debería ser
el único consuelo que el ser quisiera,
la televisión debería enseñarnos algo,
y el diario de la mañana
una libertad próxima y sensible,
el dolor debería estar prohibido
y el amor verdadero
debería ser ejemplo en las escuelas,
el te amo para siempre el único peregrinaje
que toda la humanidad debiera hacer.
Las campanas deberían ser caramelo,
las chozas una perfecta sombra sin goteras;
el Banco Mundial quiere patearnos el lamento
y destrozar una paz de azúcar y bendición.

Por Cecilio Olivero Muñoz


Tensión


Intenté demorar lo máximo posible mi vuelta a casa. Siempre lo hacía. Pero más pronto o más tarde tenía que volver, inevitablemente. Además, sabían que a las siete salía del instituto y apenas se tardaba media hora en regresar a casa. Como máximo cuarenta y cinco minutos. Aquel día llegué a y veinte. Abrí la puerta y, una vez abierta, la tensión la sentí como una bocanada de aire caliente que me golpeó como un sopapo. El silencio era absoluto, pero se sentía que habían discutido. Es extraño, pero a veces la angustia la notas casi como si fuera un olor o una presencia real, material. No me crucé con ellos en el largo pasillo que llevaba a la cocina. Cuando entré en ella vi las bolsas de la compra en el suelo. Recogí algunos productos que se habían caído, los dejé sobre la mesa, algunos los guardé en la nevera, y luego volví a atravesar el pasillo. No me los crucé tampoco mientras fui a mi cuarto, pero estaban en casa, no me cabía la menor duda. Tampoco los busqué. La casa era lo bastante grande como para evitar encontrarnos cuando queríamos mantener cierta discreción y la distancia, lo cual pasaba a menudo porque en aquella casa hacía tiempo que no hablábamos más allá de los convencionalismos cotidianos.
No me gustaba aquella situación, no la soportaba, era como si quisieran recrearse en el odio, como si sólo cohabitaran con su rencor mutuo y ya no desearan más que continuar una relación que a todas luces no tenía visos de cambiar. Muchas veces me preguntaba por qué se empeñaban en seguir juntos.
Dejé los libros en mi habitación y volví a recorrer el pasillo hasta la sala de estar. Ahí me encontré a mi padre. Estaba en el sillón, en silencio. Le saludé y él apenas soltó un saludo inaudible. El mensaje era claro: no quiero hablar, déjame en paz. Aunque es posible que fuera incapaz de decir mucho más, de ser más comunicativo, de superar él mismo un estado de cosas que tampoco él soportaba. No lo sé. Salí y dudé si buscar a mi madre. Estaría en su cuarto y supuse que tampoco ella querría hablar. Claro que yo no sabía muy bien lo que podría decirle y por eso quizá no tenía mucho sentido que fuera a su encuentro, que hiciera algo. Tal vez sólo me quedase entrar en mi cuarto y encerrarme allí. Pero la atmósfera en toda la casa era irrespirable. No me iba a concentrar en nada, así que lo mejor, sin duda, era salir.
Reencontrarme en la calle me hizo bien. Era como si de pronto pudiese respirar tranquilo después de una crisis. Sin embargo, no me logré despojar de un mal sabor de boca que se mantenía dentro de mí. Comencé a andar sin dirección fija. No quería encontrarme con nadie. Qué les iba a contar, que salía de casa porque de nuevo mis padres se habían peleado y la tensión se podía cortar. Detestaba además dar pena a los demás, odiaba mostrarme débil o deprimido o sencillamente frágil, sobre todo porque pensaba que sólo a mí me afectaba una situación tan penosa. Di varias vueltas y me senté en un banco, sin saber muy bien a donde dirigirme. Luché contra la ansiedad que comenzaba de nuevo a dominarme por dentro. Mi vida, no podía dejar de pensar en mi vida. No era grata, me esforzaba por dejar de darle vueltas a mi existencia, pero estaba allí, bien presente. Por mucho que intentase creer que yo podría ser otra persona, que podría llegar a tener otra vida, que viviría en otro lugar, en otra atmósfera, y a veces fantaseaba durante horas con ello, la realidad se me presentaba en cualquier momento, como al llegar a casa aquella tarde, con una crudeza que me dejaba noqueado. No podía inventarme que todo era normal, que mi vida era apacible, que tenía una familia estable, que tenía amigos que venían a casa y cenaban, se relacionaban con mis padres con total afabilidad. Ni podía seguir creando una novia que también venía a casa, que se quedaba a dormir. La vida, por mucho que insistiera y me concentrara en una realidad paralela, era un infierno.
Anochecía y comenzó a refrescar. No podía además pasarme todo el rato sentado en aquel banco. Más tarde o más pronto tendría que volver. Así que me levanté. Dudé por un momento hacia donde dirigirme. No quería regresar a casa. Aunque había pasado una hora desde que salí, las cosas allí seguirían igual. Sin embargo, no iba a huir en aquel mismo momento.
Entré en casa y de nuevo me di de lleno con el tenso silencio. Pasé por delante de la sala de estar, pero la penumbra no me dejó ver si mi padre seguía en el sillón. Tampoco quise fijarme. Entré en mi cuarto y me senté en la cama. Sentí deseos de llorar. Me fui a la cocina. No había rastro de las bolsas y todo aparentaba un orden que parecía negar el caos de un rato antes.
En ese momento entró mi madre. No me di cuenta y su voz, a mi espalda, me hizo dar un bote.
- Llegas tarde. -me dijo, casi en un susurro que le quitó cualquier tono de reproche.
- Salí -contesté-, tuve que comprar una cosa.
Se quedó callada, mirando las paredes blancas de la cocina, los armarios color pastel. Su silencio casi me hizo más daño, hubiera preferido que gritara. Salió y de nuevo todo se llenó de una tensión punzante.
Me quedé solo. Pensé que al año siguiente me tocaba ir a la universidad. Y que en la solicitud rellenada aquella tarde en el instituto había puesto como primera opción una carrera que se hacía en otra ciudad.

Juan A. Herrero Díez


Adolescentes:


Eres un adolescente impetuoso y rebelde,

te lanzas a volar y no te percatas que no eres un ave,

quieres cruzar el mar pero no has construido ni un velero,

solo te precipitas a soñar de las cuerdas de una cometa.

Eres inteligente pero te embobas ante una joven,

sueñas con tu Julieta y aún no eres un Romeo,

tu vida es un crucero lleno de fantasías donde la alegría

y el jolgorio te presidan, eres la juventud en todo su furor

como la primavera floreces a cada año dejando varios corazones rotos.



Eres de los adolescentes que no le temen a nada, ni a nadie,

cruzas todas las murallas de la vida y siempre logras lo que quieres,

eres un joven apasionado en todo lo que haces,

aunque ello tarde o temprano te golpee dejándote atolondrado,

pero tomas fuerzas y te levantas y sigues adelante en la batalla.

Eres un joven como muchos otros, pero tú eres especial

porque eres el único en este mundo.

Por Mabel Meneghini


EL MAR


Las olas chocan contra mí, algunas suaves, otras con tal fuerza que me hacen tambalear, pero son olas, al fin y al cabo. Olas que golpean, y de repente te das cuenta que has de reaccionar, y en ese preciso instante, en ese golpe despiertas con un nuevo aire, con un nuevo pensamiento, como pretendiendo cambiar de rumbo.Rumbo que me guía la corriente del mar, me lleva a izquierda a derecha, me mete hacia dentro, me saca hacia fuera, ¿pero cómo mantener la estabilidad, estando de pie en medio del mar?. Anclo los pies en el fondo de la arena del mar, intento aferrarme para no desestabilizarme, y aún así, esas arenas son movedizas, mientras se piensa: si uno no quiere caer, no cae.Golpes de olas, unas suaves, otras fuertes.Suaves, que con su movimiento te hacen sentir agradables sensaciones, y por unos momentos eres feliz.Olas fuertes, con sus choques, golpean contra el cuerpo, pero no son más que meros golpes que provocan las reacciones, y en la mayoría de veces funciona.¿Quién no ha pensado en un choque de una ola grande o fuerte, que en ese momento, aún por unos segundos, su vida puede cambiar en algo?. Algo que hacer, algo que pensar,...Golpes de olas, que vienen y van, pero el mar siempre acaba serenándose, calmándose, y todo vuelve a ser normal.Experiencias vividas y experiencias por vivir.Olas del mar, preciosas experiencias de sensaciones.


Silvia Marcos Fuentes

29-07-08

Reservados derechos de autor V-1693-08


Poema 5

Dejaré de culparte, en este día dejaré de maldecirte, ya no eres prisionero de mis viajes, no quiero ser quien te prive de las noches estrelladas, ya la lluvia ha acabado, no necesito seguir teniendo que culparte de todo.
Ya bastó este sentimiento absurdo que no me imagino sin él, pero que tampoco me imagino en el,
porque la solución fue matarte, despedirte de mi vida, fue dejar atrás la melancolía, dejar atrás el capricho de tan sólo tenerte a mi lado sin saber que era lo que tenía o qué me privaba de tener. Dejaré entonces de culparte por todo lo que fue y lo que no, por lo que pudo ser y no fue.
Dejaré que en tu ventana brille el sol nuevamente y que la mañana sea mañana otra vez, dejaré de ser quien te guíe, dejarás de ser mi guía.
Buscaré los recuerdos de sal que se quedaron en la orilla de aquel mar...
dejaré de maldecir tu cuerpo perfecto, por no estar conmigo cuando quería que estuvieras, dejaré de culpar a la vida por la mala vida que me has dado.
No sé que tienen tus manos que son las únicas que me llevaría en este viaje, que hoy emprendo, y que sin más ni menos, me destierra a otro horizonte donde no habré de culparte.
No sé que es más eterno si el amor que sentía o la culpa que me inunda, pero dejaré de culparte y de culparme, si culpables no hay en este asesinato; si mentiras sólo quedan sobre la mesa de poker...si sólo podré decir que dejaré de culparte cuando llegue al final de este viaje que hoy emprendo. Que no dejaré tampoco que tu recuerdo me inunde el alma, que no querré ver más tu foto, que dejaré atrás los aromas de tu frescura, que dejaré de culpar a tus ojos por darme la dicha y luego matarla en esa navidad.
Y remaré con todas mis fuerzas para huir de tu lado y dejar de culparte, no serás el culpable de este amor que muere sin haber nacido, no serás culpable de mi muerte en tierras olvidadas por el olvido.
Dejaré de maldecir al tiempo que estuvimos juntos, dejaré de culpar a tus labios por hablar demasiado o por envenenar mi boca al besarla.
Dejaré que te culpes y me culpes por lo que pudo ser y no fue, dejaré que me maldigas por matarte esta tarde, dejaré que mis labios se posen por última vez sobre los tuyos, dejaré que mis manos recorran tu cuerpo pecando contra la vida, pecando contra el cielo y las estrellas.
Entonces me culparás a mí por dejarte, me maldecirás por abandonar lo que no fue y pudo haber sido, me culparás por ser como soy, una niña en la piel de una mujer.


Por Gabriela Fiandesio



LA ANTI-MUSA

Me da a mí por pensar
que reírse de las musas
y del abracadabra
no está nada mal.
Por que las veo tan difusas
y a la postre tan pesadas
que en vez de escribir
tengo por lo que llorar.
Me río a carcajadas
de las flipadas musas
y las eternas bofetadas
que ofuscaron raíz obtusa
por que las pequeñas migajas
están por merendar.
Te dejo patidifusa
al decirte que eres mi musa
y me pongo a recitar
sin sentido y bla, bla, bla.
Musa, palabra difusa
que te dibujo ilusa
y en tu habitación reclusa
encerrada sólo por amar.
Musa de mis pelusas
entras en mi vida intrusa
me como tu ensaladilla rusa
y que paliza me da la realidad.
Musa eres anti-musa
eres inspiración del laralá
musa tan bella gatusa
musa de mis pelusas
mucha musa está por llegar.
Musa de las reclusas
musa de otoños y rabal,
musa tan buena morusa
musa, moneda ilegal.
Musa que como una intrusa
te apropias a buen recaudo
y de recaudado caudal,
musa de mis pelusas
eres tu reina por reinar.
Eres musa de mirada obtusa
eres pitusa por inventar.
Eres musa, tú, mucha musa
eres patusa del mío cantar,
eres mi única pupusa
eres pelusa por pelar.
Eres muchachita anti-musa
eres obtusa y pelillos a la mar,
eres musa de mi realidad.
Musa tú estás confusa
por la ambigüedad
de las picantes medusas
y por la mar y su propia verdad.

Por Cecilio Olivero Muñoz



FASCÍNAME
(Salou)


luz memorable, vidrio rozado...
Juan L. Panero


Ofréceme pasión para no olvidar mi tiempo.
Conmíname en la caverna del fuego y los latidos.
Sájame con tu enarbolado furor de enredadera.
Fascíname con la piel de tus frutos perseguidos,
en el afortunado reino que me ofreces y brindas
con un dedo entre los labios.
Embriágame con el presagio de la noche.
Háblame despacio,
ámame solícita, seductora,
rozándome las mejillas con yemas de agua,
con un inacabable desmayo de penumbra,
con un deje de almíbar
en el pozuelo grana de tu boca.
Ríete de mí si es preciso, libérame
en el abrevadero blanco de tu escote,
cólmame de tersa luz, despréndeme el orgullo,
deseo ser esclavo fiel
y que la trampa del amor todo lo explique.
.
(José Luis García Herrera, El recinto del fuego, Huerga y Fierro editores, 2008)

ANOCHE SOÑE CONTIGO


Entré en el restaurante, en búsqueda de mi acompañante para cenar. Estaba allí, como siempre, sentado en la misma mesa de fondo del restaurante, en la penumbra, iluminada por una tenue lamparita colocada sobre la mesa. Tú, con la copa de vino, esperándome,…Te vi, y sonreí como siempre.
Empezaste a pedir la cena, a la carta, como nos gusta, mientras me besabas y acariciabas, preguntando cómo me había ido el día.
En nuestra amena conversación, durante toda la cena, solo tenía ojos para ti, oídos para ti y para la música de fondo.

Mi amor, que bien estoy contigo, amante, compañero, amigo.
Mi amor, te he de confesar algo.
En esa cena, mientras te miraba, observé en la mesa de enfrente a un hombre que como predestinado entremezclamos miradas. No pude dejar de mirarle, al principio de forma tímida, a él le ocurría lo mismo, miradas cruzadas, miradas tímidas, dejadas acompañar por una leve sonrisa, escueta y discreta.
Él estaba acompañado, ni siquiera me di cuenta quién era su acompañante, pero en ese momento sinceramente me daba igual. Mientras te escuchaba él fijó su mirada en mí y yo quedé hipnotizada, hechizada, dejé de escucharte ya, mis miradas, mis sonrisas eran para él.
Miradas y sonrisas que hablan, cómplices de una conversación secreta.
Pero la cena terminó, no quería marcharme, quería seguir viendo sus ojos.
No te diste cuenta de nada, y marchamos, dejando tras de mí un extraño dolor indescriptible.
Salimos del restaurante, llovía, y al día siguiente ambos teníamos que trabajar, se nos hizo tarde, y nos despedimos con un beso, para mí vacío. Cogiste un taxi y te marchaste. Quedé allí bajo un balcón resguardándome de la lluvia.
No pasaban taxis, me parecía una eternidad, quería marcharme rápido, antes de seguir mis impulsos y volver a entrar.
No hizo falta, cuando al fin vi un taxi, le di el alto, pero en ese preciso momento alguien me abrazó por detrás y me susurró al oído: “no te marches, ni ahora ni nunca”.
Me di la vuelta y era él, salió a mi encuentro, me buscó y me encontró, no hubo palabras, nos fundimos en un apasionado beso bajo la lluvia, todo nuestro alrededor nos daba igual, abrazados sin hablar.

Esa noche hicimos el amor y supimos que iba a ser para siempre. Y así ha sido, todas las noches, todas las mañanas, todas las tardes nos amamos. Y cuando me levanto recuerdo haber soñado contigo.
Y como siempre “anoche soñé contigo”.


Silvia Marcos Fuentes
15-08-08

Reservado derechos de autor V-1693-08

UTOPÍA

Si pudiera de golpe
arrinconar olvidos y semanas
junto a los nidos de agua
de mi secreta cáscara.


Si lograra arrojar
en las islas neutrales
las cenizas que muerden el árbol y las lágrimas,
y pudiera dejar que una ecuación rotunda
insertase su atmósfera de pétalo
en cada pabellón desamparado;
empapada de estrenos sobre un licor tardío
bebería las notas
de un festival de espigas y de vuelos.


Pero apenas soy sangre
que retumba en los muros
de la piel cotidiana,
y en mis hombros fatales
amamanto a una araña de sal
que desvaría.

Por Teresa Palazzo Conti
Mención de Honor Georges Zanun Editores, 2008

LA CASA HABITADA
Para aquellos que negaron sustentarse en tu vida.


La casa habitada era silente, secreta por saltos ajenos a la realidad.
Hacía falta en el ambiente la figura exacta de los padres, sin embargo, la presencia de los hermanos, espaciaban la genealogía perpendicular cuadro a cuadro, esquina a esquina, aún así, resultaba extranjera e infecunda la gratitud de sus vidas.
En el patio, más al fondo del pasadizo empedrado, residía un pequeño huerto con diminutas flores, cada una de ellas habían sido labradas con calor humano, a verdad mía, lo humano resultó ser escaso. Alrededor de la casa las cañas hacían su labor, ambientar el hogar con su solemne tristeza, mientras pasaba esto, los otoñales vientos hacían presagiar el retorno de la voraz negrura. Estaba anocheciendo y nada se podría hacer.
Las flores apiladas y marchitas mantenían aún el incansable aroma de todos los días vespertinos. Sencillo eran esos días furtivos, cuando ocupábamos con una sola mirada el vasto tiempo de la felicidad, los ojos de mi madre, la voz de mi padre y mi hermana con sus pequeñas tonterías. Todo hacía iluminar el verdadero sentido de la existencia. La muerte no era una vida ya vivida ni tampoco la vida se había convertido en una muerte por venir, la vida y la muerte solo eran dos pequeños niños jugando a las escondidas, cada quien tenia su turno y cada quien descubría al otro. Así transcurrían las palabras de mis padres, entre un carajo y un beso. Son las cinco de la tarde y aún musitan sobre los muros las lecciones impropias de la vida. También se ofrecía a mi levedad, la presencia de una mujer humilde. Mesuraba con su buena sonrisa, aquel sentimiento que comprendía mi cuerpo, y las cosas de su cuerpo también lo advertía. Los vapores de su presencia me enseñaron a revertir toda tristeza ajena y propia, precipitaba mis emociones con facilidad, no había excusa para estar solo, aunque con ella hasta la soledad se podía lograr. Recuerdo también el momento de su partida, con sencillos aires diría que mi futuro se extraviaba junto a sus pasos que se van, los que se iban entre corceles y heraldos mal venidos. Aún me siento bien, aún vivo y me siento bien.
El recuerdo había asaltado de pronto a mi frágil memoria, mi hermana, o como se llame aquella mujer, había crecido entre la escasa esencia del bienestar, también entre rencores, entre árboles diminutos y de la misma forma ocurría con el secreto de su devenir y mi reencuentro a su fácil sonrisa. La reconciliación tampoco se hace esperar cuando las personas con paciencia generan en sus manos el momento ofrecido.
Las florecen aún están vivas, lo siento, están creciendo lentamente, vuelven sus colores matutinos, vuelven sus fragancias a la tierra amada, incluso, creo percibir en el horizonte, que la casa esta habitada.


Por Ricardo Javier Calderón Inca

ÉXODO

Hacia las aguas del estuario
desfilan las estatuas
aisladas de sus sombras.

Han crecido quemaduras musgosas
sobre la carne helada.

Campanarios iracundos
descendieron
a grabar laberintos
en la dureza de la culpa,
y el mandato de piedra
rompió su juramento.

Un impulso de pétalos
desnudó la cascada poderosa
y las formas inmóviles
volvieron a los trajes antiguos
de sus dueños.

No había habido derrota;
apenas la zozobra del virginal destierro,
y el corte del cincel
sobre el talle ceñido de las formas.

Entre cimientos rotos,
espectros sin latidos
rastrean viejos párpados
para vaciar sus lágrimas;
y algún ave inocente
buscará todavía
esas piras secretas donde posar su vuelo.


Por Teresa Palazzo Conti




Cuando Nieva Sobre los Cedros


Miro a través de mi ventana,

amparada en el calor de esta cálida habitación

en que me encuentro,

embelesada espectadora del paisaje

que se vislumbra a lo lejos.

El parque se extiende bajo la bruma,

copos blancos se deslizan suaves

sobre los cedros,

se escucha como música de fondo

el sonido sibilante del viento,viento de hielo que acaricia,

duele y embellece

volviendo el paisaje extraño,

como extraído de un cuento.

Imagino serpenteando el vientre virginal del bosque,

un largo sendero cubierto de nieve,

colchón que amortigua y hace sigiloso

el paso de duendes y de lobos.

Envidio la madera inmóvil, aunque intensamente viva,

enraizada, oteando el cielo,

el viento helado le duele

mientras los lobos la rodean, refregando contra ella sus

erizados lomos,

transformados en suaves corderos

danzando con los elfos.

Desde mi ventana, aislada de ese frío,

veo la nieve caer sobre los cedros,

suave y melancólica,

embelleciendo,

entonces mi espíritu se desprende de mí,

atraviesa el espacio,

ingresa en el árbol,

siente su fuerza, bebe de su savia,

y enamora al viento.


María Magdalena Gabetta
Río Tercero - Córdoba – Argentina

DESHIELO

De nieve en nieve,
busqué el legado final del aguacero.

Clavé, de roca en roca,
la pregunta inicial sobre la tierra.

El dictamen del nuevo rompimiento
estaba por grabarse;
tan cerca y tan sin guerras
que costaba aceptar el exterminio.

Corre la sangre blanca
por raíces compactas.

A calor y a cuchillo
le han herido la piel.

La ironía del invierno
rueda escudriñando entre fuegos traidores
y avalanchas.

Desde ventisqueros infieles
la montaña limpia sus culpas milenarias.

Apenas van naciendo las súplicas,
y en las madrigueras de barro,
crece el olor a savia y a silencio
hasta el brote primero
de algún árbol.

Teresa Palazzo Conti
www.lapoesiadeteresa.com

Desazón frente al designio de la naturaleza, en pleno invierno,
y aún sin el manto de nieve acostumbrado en las montañas.
San Martín de los Andes, Argentina, julio de 2008



sábado, 8 de noviembre de 2008

13º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



13º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXIII 08-11-2.008

EDITORIAL XIII
El tiempo de la literatura


El tiempo corre. Es algo que sentimos en nuestra vida cotidiana a partir de cierta edad y es algo, también, que apreciamos en el transcurrir del tiempo histórico. Hay un tiempo marcado y definido por la convención de los calendarios frente a un tiempo que viene fijado por los acontecimientos. Los años y los siglos se suceden de un modo inequívoco a través de las fechas, pero las épocas nacen y mueren de otro modo. A nadie se le escapa que el siglo XX, que para los calendarios nace el 1 de Enero de 1901, surge en realidad tras el terremoto de la primera guerra mundial y la revolución de octubre de hace, este mismo mes, setenta y un años, y muere para los calendarios el 31 de diciembre de 2000 mientras que para la Historia sea la fecha del trágico atentado de Nueva York el que dé el portazo definitivo al siglo XX y suponga el inicio del XXI.

Poco años han transcurrido, por tanto, en este siglo y parece que haya pasado de todo. Se han acentuado algunos dramas, como la hambruna, las guerras y las bolsas de miseria. Una parte minoritaria del mundo se ha enriquecido con extrema rapidez y ha arrastrado a la humanidad a una crisis cuya dimensión aún no conocemos. La violencia muestra su cruel y cruenta faz que nos indica lo vulnerable y frágiles que somos. La tecnología, sin embargo, se ha desarrollado de un modo que hace bien poco ni hubiéramos imaginado, aunque no hemos resuelto graves problemas como los mencionados ni cuestiones morales de vital importancia. Han nacido nuevas formas de rebeldía contra un mundo que mantiene la injusticia como característica esencial. También nos confunden nuevos simbolismos que nos cuesta interpretar.

En medio de todo este caos, natural e inevitable para algunos, mientras otros consideran que es preciso superar, la literatura se vuelve una vez más un lugar que nos devuelve una mínima serenidad. La literatura no deja de ser esa necesidad de contar y de embellecer la realidad con las palabras. Es algo que ha existido siempre, desde las cavernas, cuando los primeros seres humanos se reunían para intentar explicarse la vida y recurrían a las metáforas y a los símbolos para que todo se volviera más benévolo y se siguiera buscando la felicidad en un mundo tan poco propicio.

La poesía es un arma cargada de futuro, afirmaba Gabriel Celaya. Nosotros somos partidarios de tan bella metáfora y deseamos que las armas, las de verdad, se conviertan en versos, en relatos, en novelas, y no continúen siendo las herramientas de matar que son ahora. Porque la literatura, al igual que en otras épocas, sigue siendo la forma de explicarnos el mundo, lo que nos rodea, lo que nos desasosiega o nos emociona. Por eso creemos también que la literatura no debe ser esa torre de marfil que algunos desearían, aun cuando a menudo el mundo nos parece tan horrible que nos tienta encerrarnos en tan bella torre. Pero sólo una literatura capaz de adentrarse en la sordidez del mundo podrá hacernos vibrar, aunque pueda, es verdad, hacernos también daño.

El tiempo corre, pero la literatura permanece como ese magma que va creciendo año tras año. Podemos sumergirnos en las obras del pasado y reconocernos en ellas, es universal y atemporal. Como decía Bernardo de Chartres, seguimos siendo enanos a hombros de gigantes. Gracias a ello podemos otear el horizonte y proseguir el camino.


LA RABIA

Mi rabia es una hambrienta,
se disfraza de paciencia,
se apellida Sarmiento
y es experta en esa ciencia
de juzgar el arrepentimiento
y se trepa en la indecencia.
Escupe afuera el momento,
saca a pasear a tu rabia
¿no ves que sin incremento
toda tu mierda se te radia?
Hoy me conocí indefenso,
hoy creé seria circunstancia,
hoy me arrepentí inmenso
de toda la verdad sin falacia.
Desahúciame de lo que pienso,
vacíame de toda mi gracia,
clávame en pared y dame pienso,
deshazte de mi acrobacia,
ama aquello que desprecio.
¡Sé sólo para mí la gran reacia!
Toda esa luz tiene su precio,
toda esta montaña es burocracia,
huye de lo que es cierto,
huye de toda cruda desgracia.
Ya no respeto lo que yo pienso,
ya no acude a mí la contumacia,
soy de mí mismo un preso,
acudo al rincón de la farmacia,
ya no saludo, rezo o hago sexo;
todo en mí se ha hecho ineficacia,
se ha acomodado todo el peso
vacío que deja la infancia.
Hoy comento conmigo lo siniestro
de perder mi militancia
donde las resinas pegan mis restos,
donde las huellas de la perspicacia
me dejaron deshecho.
Por Cecilio Olivero Muñoz

EL ENTIERRO


Me extraña verle aquí, le dije a modo de saludo. Me había acercado discretamente nada más reconocerle unas filas delante de mí. No me costó distinguirlo pese al tiempo. Hasta ese momento él no se había dado cuenta de mi presencia y por un momento, mientras aún no tuvo claro quien era yo, y es que habían pasado muchos años, le debió de molestar que alguien se dirigiera a él. Tampoco lo esperaría y quizá no lo desease. Pues usted tampoco es, me parece a mí, de los que se esperaban ver por aquí, me espetó nada más reconocerme. Sonreímos condescendientes. Ha venido por mala conciencia o por cerciorarse de su muerte, me preguntó. Eso mismo me gustaría saber de usted, le dije entre murmullos, para no molestar el desarrollo del entierro. Yo le pregunté antes, me dijo en susurros, aunque era evidente que había cierta disposición de mando en su voz. Recordé que siempre le gustó llevar la batuta de todo, que nos diéramos cuenta que quien mandaba era él, no sólo por una cuestión de escalafón. En todo caso, me había formulado una pregunta que, con toda certeza, del mismo modo que me pasaba a mí, llevaría dos días haciéndose, desde que le llegó la noticia del fallecimiento de nuestro antiguo enemigo y prisionero. Era verdad: había pasado mucho tiempo, treinta años nada menos, habían sucedido muchas cosas, y de pronto la noticia de su muerte nos enfrentaba a viejos fantasmas.
Nos mantuvimos en silencio el resto del entierro. La pregunta quedaba pendiente de respuesta y él me daba tiempo sin duda para que yo mismo me aclarase. Si me ha hecho esa pregunta, tuve para mí, es porque le domina cierta culpabilidad. Él, además, era mayor que yo, no podía alegar que entonces era demasiado joven y excesivamente influenciable. El hombre que ahora enterraban, por otro lado, también albergaría, mientras estuvo vivo, sentimientos hacia nosotros que no serían, ciertamente, amables ni considerados. Era lo normal. Aunque es posible que el tiempo ablandaría en él el odio y las ganas de revancha, sin duda justas o al menos comprensibles.
Las cosas habían cambiado, me dije, que era un modo de justificarme, porque era como decir que entonces era todo distinto y por tanto ciertas cosas podían hacerse. Pero bien sabía que aquello era una excusa tonta, sin sentido. Quien había cambiado era yo y también, seguramente, mi inesperado acompañante. Pero aceptar el cambio suponía, en cierto modo, aceptar el error, incluso aceptar la culpa. El bien y el mal bregando por imponerse, era lo que había detrás de todo aquello, lo moral, lo ético, frente a lo amoral, lo inmoral. Disipé, no obstante, esta reflexión, no tenía ganas de lanzarme a unas cavilaciones que, por otro lado, no sabría como desarrollar y me daban miedo. Las cosas fueron como fueron, pensé, ahora no haría lo mismo, claro que ahora, de volver a ser joven y volver a vivir las mismas circunstancias, me faltaría la experiencia y seguramente cometería los mismos errores. Las mismas burradas, rectifiqué para mí. No pude evitar, ¿tal vez tolerar?, el recuerdo del ahora fenecido como víctima de nuestra impunidad. Y no en vano de cierta injusticia esta vez legal, al final y al cabo nosotros fuimos los vencedores y en consecuencia impusimos la ley en nuestro beneficio.
Terminó el entierro. Se formaron corrillos y algunos de los presentes iban de uno a otro saludando a conocidos. Nadie vino a hablar con nosotros, nadie nos conocía. Nos pusimos a andar hacia la salida del cementerio. Sólo entonces me di cuenta de su edad y del deterioro del tiempo que su cuerpo reflejaba a todas luces. Nada que ver con el hombre que fue, pensé. Ahora incluso podía despertar alguna afectuosa estimación producto de la ancianidad. Tendría nietos, pasearía con ellos, les contaría viejas batallas neutras, les aleccionaría sobre el bien y el mal, supuse que algo de todo eso había, aunque no tenía respuestas certeras a mis dudas. Tampoco se las plantearía, quizá porque para sus propias dudas no tenía respuesta.
Tiene contestación a mi pregunta, me dijo en cuanto estuvimos fuera del cementerio. No estoy aquí por cerciorarme, le dije. Tampoco me atormentan los remordimientos, continué poco después, al ver que él no decía nada, aunque a veces creo que debieran atormentarme, añadí. Usted cumplía órdenes, susurró, como si todavía estuviéramos rodeados de personas y debiéramos mantener la compostura, mis órdenes, añadió. Significaría eso que a él si le remordía la conciencia, me pregunté. Sin embargo, no llegué a formulárselo. Supuse que todavía me dominaba el concepto de escalafón presente en toda disciplina militar: los subalternos no podían cuestionar las decisiones ni plantear asuntos que pusiera entre las cuerdas a los superiores. Creí ver que me miraba agradecido por mi discreción. El mundo está mal hecho, afirmó, siempre lo estuvo. Avanzábamos lentos, nuestras miradas en paralelo, sin mirarnos directamente. Fuimos peones en un tiempo infame, confesó. Aunque créame, me dijo, fue toda una confesión que tal vez no esperase, daría lo que fuera por haber podido hablar con el hombre que hemos enterrado y con tantos como él.
Paró ante un coche. El chofer salió y le abrió la puerta de atrás. Fue ese el único momento en que nos miramos a los ojos. Me estrechó la mano y me la apretó. Un gusto verlo, me dijo antes de subir al vehículo, cuídese. Quise creer que en su voz había tristeza y gravedad. Eché de menos, sin embargo, como en una mala película, algo de trascendencia.

Juan A. Herrero Díez



LECCIONES DE COMPORTAMIENTO

Si te oprime en el pecho algo,
si toda tu causa es ser feliz,
si pagastes un precio muy caro,
si piensas tan sólo en ti,
si culpas a la crisis y al paro,
si deseas tan sólo vivir,
si deseas otro mundo raro,
si deseas cambiar tu matiz,
si deseas pasar por el aro
desea la paz para vivir,
desea un mundo logrado
que nace todo para nosotros,
no te des con un canto rodado,
date tregua, sé de los otros,
acaba con lo comenzado,
que la vida respire en tus poros,
encuentra siempre sendero,
desea una paz nunca vista,
ponle música al minutero,
disimula tu vena artista,
no pongas a nada un pero,
vive de manera altruista,
intenta ser siempre sincero,
nunca seas pesimista,
confía en el amor verdadero,
pierde el orgullo de vista,
ocupa si no ves casero,
vive de manera distinta,
renuncia al podrido tablero,
moja tus frustraciones en tinta,
sé tú mismo o sé diferente,
cámbiale a todo la pinta,
vive siempre el presente,
deja que todo exista,
sé un cobarde valiente,
apártate de lo victimista,
intenta tener limpia tu mente,
perdónate a ti mismo la vida,
ríete de lo consecuente,
no hurgues nunca en la herida,
deja tu idea patente,
canta tu canción preferida,
mira siempre al frente,
siente la voz del instinto,
recuerda lo que está ausente,
no digas nunca me rindo,
haz el amor frecuentemente,
cáete de un nuevo guindo,
di te quiero a quien quieres,
no hagas jamás la puñeta,
lucha si siempre tú pierdes,
no te cambies la chaqueta,
recuerda lo que tú eres,
mama siempre de la teta,
encuéntrate si te pierdes,
huye de las alcahuetas,
vive por que nunca mueres,
huye de las fingidas maneras,
refínate si tú quieres,
ama entre las trincheras,
vive esta vida de vaivenes,
haz del amor tu condena,
colecciona distintos sostenes,
sonríele a la oscura pena,
ponle negrura a los papeles,
sé de la alegría mecenas,
traspasa de luz a las pieles,
ponle a tu sordera antenas,
endúlzate con dulces mieles,
lucha contra las cadenas,
hazte fiel a los infieles,
mira la luz de las estrellas
y desea la paz siempre.

Por Cecilio Olivero Muñoz

Una visión peculiar sobre la literatura africana y latinoamericana.
Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

Con el fin de legitimar la expansión colonial europea en África se han forjado a lo largo de la época de predominio del hombre blanco sobre el negro extraños conceptos convertidos en “tópicos literarios”. Si bien no se encuentran desprovistos de su realidad, sobrellevan una importancia completamente diferente, de un claro enfoque occidental. Las tradiciones orales, la poesía, el cuento y la leyenda son géneros africanos propiamente dichos, mientras que la novela es importada de Europa.
La africanidad se desarrolla, jamás permanece estática, y al igual que en la América Latina evoluciona y se desarrolla narrativamente como ha sucedido siempre en la historia universal de la literatura.
Continente de grandes contrastes, no es llamado negro solamente por el color de piel de sus habitantes, es por lo impenetrable de su naturaleza, en apariencia exuberante y simple a la vez. La imagen de África como un territorio virgen e imposible de civilizar es a menudo similar a la asociada con Latinoamérica. La misión “educadora” que realizaban las potencias blancas sobre las razas consideradas inferiores, negros e indígenas, quedaba plenamente justificada a los “ojos de la ciencia y de la religión”.
Afortunadamente esos tiempos violentos han quedado en manos del pasado. El momento actual sin embargo, ofrece nuevos retos, más difíciles en cada nueva ocasión. La lucha contra los estereotipos y los prejuicios es uno de ellos.
Asociar a ciertas nacionalidades con algunos defectos, a menudo muy graves, es un recurso harto usado políticamente. Sólo basta recordar todo lo acontecido en las guerras, en la historia. También la literatura sabe aprovechar muy bien aquellos “tópicos”.
El negro e indio vagos y ladrones, el blanco racista y explotador, el judío estafador, el gitano delincuente y muchos más; son tácticas frecuentes para desmerecer a alguien y derramar infamias sobre ciertos sectores humanos.
La literatura africana y latinoamericana actual no ha podido todavía eliminar por completo los presupuestos ideológicos que se establecieron y repitieron hace tanto tiempo. A pesar de todo, se vislumbra una luz muy brillante al final del túnel.
Hoy en día, en especial gracias a internet, una nueva generación de escritores encuentra de una manera más o menos accesible poder expresarse en cierta libertad. Es de admirar como se multiplican los foros y portales literarios, en donde todo tipo de literatura se ofrece al internauta. Bien sabido es que los hábitos de lectura en internet no son los mismos que en el “papel”, pero más allá de toda crítica es destacable la oportunidad que brinda este nuevo medio (no tan nuevo ya) para expresar ideas que serían muy difíciles de exponer en otra manera. De alguna manera, se ha logrado “democratizar” el derecho a escribir, a manifestarse, a tener “los cinco minutos de fama” que tanto menciona Warhol.
Ya no se trata de exteriorizar lo interno, es interiorizar lo externo, volver propia la realidad para poder plasmarla de una manera nueva, una visión completamente diferente. En ese punto se nota una gran diferencia entre la cultura africana, eminentemente colectiva, social, mientras que la latinoamericana es casi completamente individual, personal. Un equilibrio entre ambas es una ardua búsqueda constante.
Los escritores e intelectuales en general no permanecen ajenos al devenir de la historia, de los movimientos sociales ni de sus países. La literatura es un arma poderosa, la cuestión es usarla al servicio de la verdad.


Cabalgo
Corroída hasta los huesos
Espejismo débil de mis fauces
Cabalgo la noche en alazanes de pena
Despinto el sol en las madrugadas.
Me deje ganar por la victoria
Y perdí la partida contra el silencio
En las montañas repose el llanto
Corrompí tu imagen frente al espejo.
Me sacudí los olores de tu encuentro
Y amenace al amor
Cabalgo ahora en alazanes de tu suerte
Ya mi reflejo
Es una
Mentira
Errante
Entre
Ecos
Solitarios.

Por Gabriela Fiandesio


VIAJE A TU CUERPO

Te ves tan indefenso estando dormido... Te queda muy bien eso de "niño grande". Camino alrededor de tu cama, silenciosa en medio de la penumbra. Me agacho para observarte de cerca. No me aguanto las ganas de tocarte. Mis dedos ruedan por tus mejillas. Me provocas ternura. Te estampo un beso en la frente tan leve como el toque de una mariposa. No te quiero despertar. Sospecho que sueñas con otros mundos por la sonrisa que se dibuja en tus labios. Reparo en la mano puesta sobre la almohada. Sigilosamente entrelazo mis dedos con los tuyos. La caricia me estremece. La cercanía de tu boca me turba.

Me arrodillo frente a ti para observarte con más detalle. Con la punta de los dedos recorro tu barba. Acerco mi cara para sentirla pero de pronto te mueves y decido desistir. Observo tu cuerpo semidesnudo y el ir y venir de tu suave respiración. Estás profundamente dormido. No recordarás nada mañana. Deslizo mi mano y acaricio tu hombro. Continúa mi recorrido y llego hasta tu pecho. Cierro mis ojos igual que tú. Quiero grabarme el contacto con tu piel.

Así embelesada sigo hasta tu ombligo. Continuar ese rumbo parece una insensatez. Esto es más fuerte que yo, y después de pensarlo un segundo, me pregunto quién me podría acusar de insensata, si sólo estamos tú y yo. Siento la suavidad de la tela que te cubre. Tu cuerpo se despierta a mis caricias, mas tú sigues dormido, y nunca lo sabrás.

Aparto la mano avergonzada y ansiosa. Y cuando me doy la vuelta para alejarme siento que sujetas mi muñeca. Me halas hacia ti, rodamos y me atrapas bajo el peso de tu cuerpo. Siento tu evidente excitación entre tu cuerpo y el mío. Cubres mis protestas con tu boca y me voy de este mundo feliz.

Correspondo a tus caricias con igual intensidad. Tu cara entre mis manos, tus manos en mis caderas. Poco a poco desaparecen mis ropas sin que lo quiera evitar. Con igual desesperación retiro las tuyas. Tu boca hace excursión por todos mis rincones, mientras yo dejo escapar mil gemidos de pasión, esperando mi turno para reciprocarte. Cuando me llega el momento lo hago con total delirio, asegurándome de arrancarte gritos de placer. Ahora sólo deseo que me hagas vibrar volviéndote uno conmigo...

A lo lejos se escucha la alarma del reloj despertador. ¡Hora de levantarse! ¡Maldición!
Febrero 2008
Por Ruth Evelyn “Jensy” Mendoza

I
Busca en mi juventud
un fuego de viento.
Retrata el color
de aquella expresión
(El viento y el tiempo
han borrado los recuerdos)

Por Gabriela Fiandesio






Crisis del capitalismo.

Por Cristian Claudio Casadey Jarai



¿Quién de mediana edad no se acuerda de la caída del infame Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética?

Muchos realmente no creían que alguna vez fuera a desaparece uno de los imperios más poderosos de la tierra, sin embargo la historia ha enseñado más de una vez como desaparecen civilizaciones y como emergen otras.

La contraparte del extinto gigante comunista parece ser que también llega a su ocaso. El malestar provocado por las incertidumbres económicas, las diferentes crisis que enuncian los medios de comunicación y un creciente descontento general podrían considerarse como los síntomas de una enfermedad que carcome a los países fuertes desde su interior. Muchos culpan a las guerras, a la inmigración, a la corrupción; cualquier cosa es buena como chivo expiatorio. ¿No será simplemente que ha llegado el final de un sistema económico tal cuál lo conoce el hombre? ¿Fin del capitalismo tal vez?

No es muy alocado el planteo. Ya anteriormente hubo quien mencionó (Francis Fukuyama) el fin de la historia.

En su momento fue muy claro para cualquier observador a la distancia el rotundo fracaso del comunismo, no como ideología, pues las ideas siempre se mantienen vivan mientras exista alguien que piense sobre ellas, tal es el caso del anarquismo para dar un ejemplo, en teoría vive y se encuentra posiblemente más vigente que nunca, pero en la vida práctica no se ve ni un tímido resplandor del mismo. Todavía falta mucho que aprender, la humanidad se encuentra en un permanente estado de cambio, a veces puede parecer evolución si se miran los adelantos científicos y tecnológicos, pero claramente es involución al tratar temas de igualdad social y fraternidad entre pueblos. ¿Será el conflicto un elemento siempre inmanente a la naturaleza misma de este cosmos, de esta realidad? Sin desear caer en largas discusiones metafísicas, es también la hora no solamente de un cambio a nivel económico, sino también de uno a nivel personal, espiritual, más allá de cualquier credo y/o religión, más allá del falso ecumenismo que propagan tantas iglesias; un compromiso con la propia esencia humana, con el corazón.

Es momento para que la poesía ablande las almas y abra los ojos a toda aquella verdad que permanece silenciosa y escondida a los ojos de lo cotidiano.




Tinta roja
Los dientes se sacuden/ dentro de mi boca
y queda ese sabor amargo en los labios/
despues del diagnostico fatal.
Regreso siempre, y nunca me he marchado/
Un hombre de mil fantasmas, coraza de piedra/
en año bisiesto/ tu enfermedad es la pureza
llámame antes de la muerte...
Una cadena de elefantes que respiran mi futuro/
un silencio mudo/ y descalzo que me hace
abrir los ojos en medio de esta noche azul.
Alzo los ojos y las manos/ mis dedos pueden alcanzarlo
Tinta roja en el césped...
Tinta roja en las manos...
Una muerte segura...
Un calor que hace que hoy escriba.

Por Gabriela Fiandesio


EL HIPPIE SOÑADOR

...es verdad lo que no conozco...

J.M. Caballero Bonald

Es una tarde de esas
hermosas y también cambiantes.
Los papeles gimen de sol amarillo.
Suena Suzanne en la radio
y los tiempos anuncian revolución;
cabello largo, sol de mediodía
hazme cantar la canción que sabes.
Los pollos negros son pasado,
las alegrías son futuras,
¡El siglo nos llama!
¡Venid todos a verlo!
Las apariencias todas engañan
y es verdad lo que no conozco,
veintitrés años en las rodillas,
un puente de alegre consuelo,
bailan las murallas y los muros suspiran;
¡vamos a cantar la canción de la noche!
¡a ver si la verdad viene pronto!
por que está breves ratos a solas,
respira en nuestros poros de la piel.
Suena a lo lejos la ignorancia,
te dicen unos: ¡Usted no sabe con quien
está hablando!
Te dan ganas de gritar: LIBERTAD.
Algo está cambiando,
¡las rosas nacen con eternas espinas!
Nos las pondremos en el pelo,
bailaremos locos,
viajaremos a la India
y reiremos por los rincones,
permitamos el amor,
suspiremos de los vientos del mundo libre,
andemos llorando de alegría en los patíbulos,
vivamos siempre aprendices de los ancianos,
que la vida corre deprisa en las palabras,
que los cielos son un mundo por ver,
que llamemos olvido a la superficialidad,
que movamos las manos levantadas,
que hagamos el amor de esquina a esquina,
(del lugar al momento),
del mañana hasta el presente,
todos unidos debemos renacer,
miramos otro mundo en nuestros corazones,
queremos el hoy de las armonías,
queremos ver salvajes azules en las miradas,
queremos por que podemos.

Por Cecilio Olivero Muñoz