viernes, 2 de enero de 2009

20º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



20º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXX 02-01-2.009


EDITORIAL XX
Deseos de paz

Comenzamos el nuevo año y un conflicto ya de todos conocidos vuelve a estar presente en los medios de comunicación, el conflicto Palestino-Israelí. Muchos hemos crecido asistiendo a sucesivos capítulos de un enfrentamiento que por desgracia no tiene visos de solucionarse, más allá de momentos concretos en los que parece que las cosas van a mejorar y que por fin la paz se convierte en una posible realidad. Pero luego resulta que todo es un espejismo y de nuevo la violencia regresa a las portadas de los diarios y lo que es peor, a la calle, llenando cada esquina con cadáveres y con la sangre de víctimas cuyos nombres nunca sabremos, pero que son tan reales como cualquiera de nosotros.

Sin duda hay teorías y análisis políticos, sociales, religiosos y estratégicos que expliquen este conflicto y el motivo por el que Israel ha iniciado un nuevo ataque. A nosotros, cualquiera que sea la explicación que se nos dé, nos parece injustificable el sacrificio de vidas humanas. Lamentamos la muerte de cualquier ser humano, sea palestino, judío o de cualquier otra adscripción étnica o religiosa, atacar a una población indefensa con el argumento de defender a otro colectivo humano nos parece cuanto menos tan execrable como colocar artefactos explosivos en locales públicos donde mueren personas, por mucho que el Estado que represente a éstos oprima al pueblo de quienes colocan la bomba. A la larga lo único que hay son víctimas anónimas que nunca pueden considerarse como víctimas colaterales, sino como seres humanos cuya muerte es una tragedia.

También es verdad, como señalábamos en el editorial anterior, que en el mundo hay veinte conflictos armados, muchos de los cuales ni siquiera aparecen en un rincón marginal de los medios de comunicación y ante cuya tragedia no tenemos palabras de consuelo. No podemos ser optimistas ante un mundo que parece desmoronarse con la violencia palpable y con aquella violencia no tan evidente pero que, tal vez, sea más venenosa porque se ampara en la normalidad de los hechos en sí. Esta violencia no tan palpable es la que sustenta las injusticias de este mundo. No podemos aceptar la normalidad de la pobreza -nada más horrible que afirmar sin escandalizarse que “siempre ha habido pobres”- ni de las restricciones de movimiento de las personas por su origen, porque sean pobres, porque sean distintos. No podemos aceptar la normalidad de las guerras con su rutina de muertos anónimos.

Pero el conflicto palestino-israelí tiene para nosotros un simbolismo especial. No en vano esa tierra posee una fuerza inmensa en el imaginario colectivo, numerosos mitos imperantes hoy se desarrollaron en la zona que va desde la costa mediterránea al Eufrates, desde el Sinaí al monte Ararat. En esas tierras se originaron las tres religiones monoteístas que después se expandieron por el mundo. Se trata de una tierra cuyos habitantes han hablado numerosas lenguas, que se han expresados en formas variadas, posee los testimonios escritos más antiguos y sin duda han conformado una base que, de un modo u otro, ha influido en todo el planeta. No podemos aceptar que esa tierra siga siendo hoy un lodazal de violencia y odios invencibles. Si para algo sirve nuestra palabra, es para expresar nuestro horror ante los acontecimientos y nuestro rechazo a quienes toman ciertas decisiones. Ellos deciden las guerras, los pueblos ponen los muertos.

Ya hemos dicho más de una vez que Nevando en la Guinea es ante todo una revista literaria. Pero no vamos a callar en ciertas ocasiones nuestro rechazo a realidades que nos resultan sangrantes. Cada uno de nosotros tendrá luego sus simpatías por unos o por otros, defenderá una u otras políticas. Pero todos compartimos el rechazo a la violencia, sobre todo cuando la sufren los más indefensos, los más débiles.


SIEMPRE AGRADECIDO

Imploro tu sonrisa día y noche,
la aurora es espesa y busca luna,
busca un pasado sumergido
en un vaso de disculpa con anís.
Si tus ojos no me buscaran
qué perdido estaría entre mí,
qué vacío inmenso busca espacio,
qué dolor en la ceniza se consuma.
Tu perdón es una mano abierta
ciega, pura y confiada que da
más que recibe y es caliente
su caricia entregada siempre.
Soy paz porque tu paz es amor,
un amor que da la calma
y es derrota el pozo de mi tedio,
y es blancura tu sonrisa de luz.
Tu perdón es un dulce manjar
que saboreo en los límites
de parques y paseos al sol,
tu perdón es todo lo que tengo.
No te vayas criatura celeste,
no te vayas de mi miedo a Dios,
pues se queman las virtudes
en el fuego infravalorado.
Cuando rozamos las estrellas
buscando redondo epitafio
también buscan los astros una voz
tranquila en la guerra de la calle.
También se buscan elixires
trepados en el azúcar de diamante
que en tus te quieros revientan,
soy malo por llevarte sin carabina
ni custodia que vigile tu azul.
Soy mal hombre que pertenece
a tu sendero desnudo
que sentencia un cenit sólo visto
por nuestra cópula de galaxia.
Existe un cielo en tu mirada,
una mirada que busca fuente
rodeada de besos y abrazos,
de te amos rotos en los labios.
Vas pasando frío en la cloaca
del mundo y te arrojan salvajes
despistes de metal en el silencio,
eres mujer sencilla y frágil
que te conformas con poca cosa,
quizá una cama, una ventana,
y un pantalón vaquero,
quizá un verso que te saque
de tu cocina, quizá un suspiro
oportuno y cercano, quizá
la comprensión y la calma
en anaqueles pulcros y neveras
repletas de calidad de vida,
quizá un desmaquillador
de barba de tres días y pasión
en el romanticismo fucsia
de tu pintalabios alocado.
Pero todos los perdones son
una cadena que acaba pesando,
son meses de economía austera
y cigarrillos baratos sin filtro,
son torpes peldaños que se derriten
con las disputas y los gritos,
son resbalones en la bañera
y un vuelco el corazón que cae solo,
son ratas que en la noche callada
renuncian a su mundo invisible,
son todo eso que sabes
que marchita los sentimientos,
son todos esos perdones
por los que debo estarte agradecido.


Por Cecilio Olivero Muñoz



Un hombre normal


Tuvo que ocurrir para que muchos nos diéramos cuenta de lo poco que le conocíamos. Ya suele pasar, comentó María José, hasta que no hay una desgracia no sabemos nada de quien tenemos al lado. Aunque esa persona haya pasado diecisiete años atendiéndote día sí y día también. Porque diecisiete años son muchos años, fíjense si no que yo era un niño cuando empecé a ir a esa sucursal bancaria con mi padre y Antonio María Gálvez Saldaña ya estaba trabajando en ella y fue él quien abrió, con el tiempo, la cuenta en la que domicilié mi primera nómina, quien me informó algunas veces, cuando mi economía mejoró algo, de los productos del banco que mejor me convenían, aunque para esto, él mismo me lo decía con suma discreción, sabían mucho más los sucesivos directores que fue conociendo, y en diecisiete años conoció varios, y tampoco era infrecuente que nos saludáramos atentamente por las mañanas cuando nos cruzábamos por la calle Navarra camino de nuestros respectivos trabajos o coincidíamos en el café de la esquina. Sin embargo, nada sabía de él. Por no saber no he sabido nunca ni como se llamaba, que apenas me fijaba en su nombre, escrito con letras doradas en una plaquita que había en su mesa, la del fondo a la derecha, y sólo ahora me he enterado de su nombre completo por aquello de la sorpresa, y si no sabía esto, fundamental, no digamos otros detalles, si estaba casado o era soltero, si nació en nuestra ciudad o en otra provincia, si le gustaba el fútbol, los bolos, el cine o la filosofía medieval, que también podía gustarle, que aficiones más raras sin duda debe de haber.
No niego que en este desconocimiento influya que su aspecto era más bien anodino. No destacaba por nada. Su tipo o su rostro, su forma de vestir, su manera de hablar, la voz que poseía, la sonrisa que te dirigía, todo se te olvidaba al poco de dejar de verle, como si se difuminara su imagen cuando no lo tenías delante. Incluso ahora soy incapaz de recordar al detalle su aspecto.
Puedo decir que era amable. No creo que nadie pueda afirmar que haya tenido algún percance con él: exquisito en el trato, nunca había una palabra de más, ni un mal tono, ni siquiera los posibles días, que seguro que los hubo, en que podía estar afectado por cuestiones o problemas personales. Nada traslucía en él, ni el mal humor, ni las cuitas de la vida, ni el cansancio por la rutina. Llegabas al banco y allí estaba, nunca falló un día, salvo las cuatro semanas previstas de vacaciones todos los años, siempre atento, educado y sobrio, tan normal como cualquier elemento que siempre ha estado a tu alrededor y en el que nunca te fijas, un hombre de quien sin duda apenas se podía decir mucho más, que ni siquiera inspira una historia para un relato, nada más lejos de un héroe o de un antihéroe literario. Era ni más ni menos un hombre normal que llevaba diecisiete años trabajando en la misma sucursal bancaria y que iba a pasar con toda seguridad los próximos veinte años en su mismo puesto, hasta ese día en que se jubilaría con un reloj de regalo y una ronda en la tasca de toda la vida.
Una mañana noté movimiento alrededor de la sucursal. Había mucha gente. Observé tres coches policiales, dos agentes impedían la entrada y varios periodistas esperaban en la acera, los curiosos se agolpaban atraídos por toda aquella anómala actividad y cuando me acerqué nadie supo darme razón de lo que ocurría. Reconocí algunos empleados dentro de la oficina bancaria. Hablaban entre sí o con unos hombres que yo no conocía. Pensé en un atraco. Por suerte, me dije, la ausencia de ambulancias indicaba que no había heridos. Supuse también que tal vez se tratase de alguna estafa, no en vano los informativos se habían hecho eco aquellos días de algunos desfalcos que habían ocasionado el registro de algunas entidades de crédito.
No tardaría en enterarme. Los desconocidos se marcharon, los policías desmontaron el cordón de seguridad establecido y los periodistas partieron también a sus redacciones poco después. María José salió de la sucursal y se topó conmigo. Qué ha pasado, pregunté. Me miró un tanto despistada aún, como si no acabara de creerse lo que recién había sucedido. Fue cuando me comentó lo poco que conocemos a quienes tenemos al lado. Me dijo que Antonio María se había llevado todo el dinero de la oficina. Me costó asociar aquel nombre con el modélico empleado.

Juan A. Herrero Díez



EL VIENTO


EL VIENTO SUAVEMENTE

ACARICIA MIS CABELLOS,

TUS MANOS DULCEMENTE

VAN DESPRENDIENDO LOS BOTONES

DE MI CAMISA DEJANDO

MIS SENOS AL DESCUBIERTO.

TUS LABIOS HUMEDOS

LOS RECORREN SIN PRISA

SON DOS LUNAS QUE SE VAN

PONIENDO BRILLANTES

AL CONTACTO DE TU PIEL.

NOS DEJAMOS CAER DESPACIO

SOBRE LA HIERBA DONDE

TUS SUEÑOS Y MIS ILUSIONES

SE HARÁN REALIDAD,

TE MUEVES ONDEANTE

SOBRE MI CUERPO,

CUAL OLAS EN MOVIMIENTO

QUE SURCAN LOS MARES FORMANDO

MAREJADAS DE DESEOS Y PASIÓN.

NOS SORPRENDEN LOS PRIMEROS

RAYOS DEL SOL, EN NUESTROS ROSTROS

SE DIBUJAN OJERAS ,PERO TAMBIÉN

LA FELICIDAD DE UNA NOCHE DE AMOR .


Por María Isabel Bugnon

Santa Fe (Argentina)


SHANGAI & KABUL & FRANCISCO

Transito espacios
colapsados y convulsos,
vértigo de hordas fragmentarias
enclavadas en ciudades e iconos,

escenarios de emociones
proporcionalmente inversos,
forjadores indisolubles
de mi visión periférica,

queriendo entender el mundo

el sonido del chasquido
expandiendo sus ondas
perforadoras de tímpanos,
anunciándome mi depositario gesto.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler











HAY EXCEDENTES DE CRETINOS

Hay excedentes de cretinos
igual con el cambio climático
se estropean las cosechas
y se extinguen como los dinosaurios,

lo malo es que mueren matando.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler













LAS GUERRAS SE ESCRIBEN

Las guerras se escriben
con letras torcidas
de silencios y ausencias,
escritos de sangre
y mala letra.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler








ONDULÁNDOSE SOBRE SI MISMA

Ondulándose sobre si misma
envuelve su cercano espacio
con el atrayente sabor
de su perfumada estética,
desprendiendo aromas
por los perfiles de sus rasgos
retenida estática
de íntima percepción.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler











TRASLÚCIDO E INCOLORO ME HE VUELTO

Traslúcido e incoloro me he vuelto
quizás ya sea indoloro e insípido,
parece que ni vivo ni padezco
tumbos sobre mi mismo procuro.

Amalgama de colores desecho
sin razones ni valores ciertos
quizás la sinrazón desbroce
la inopia de mis días sin norte.

Trazar un arco y romper el empeño
cansino y ausente de riesgos,
quizás pase de guatemala a guatepeor
pero sembraré mi erial de sueños.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler




TUS OJOS

Tus ojos.
¡Oh! tus ojos puros.
Esos dos luceros quietos.
Esos dos peregrinos de luz y clemencia.
Esos dos viejos sabios que callan.
Esos dos poetas mudos que abrazan
por no hacer daño al látigo que los flagela.
Esos dos laberintos de estrellas lucientes.
Esos dos átomos de rosa y jazmín que los cubre.
¿Qué han hecho tus ojos que tanto callan?
qué espesura de sol y árbol que nace.
Qué tormenta que poco a poco se calma.
Qué rosada piel crece de tu mirada.
Tu mirada:
esa flor de silencio y comprensión
que emerge de ella para mí.
Ese silencio de noche sin grillos.
Ese silencio de anticipado rayo.
Ese silencio de gato que anda.
¿Qué culpa tiene tu mirada que otros ojos la miren?
si tu mirada es oscura,
son dos Ángeles que callan por amor.
Son dos hemisferios que ruedan juntos hacía el amor.
Son dos monjes en un escriptorium.
Son dos flores que abren su belleza.
Son dos tesoros sumergidos en un mar de silencio.
Son dos estrellas desnudas.
Son dos lamentos sin voz.
Son dos llagas que fingen ser lunares.
Son la belleza de tu mirada y el refugio de mí ser.
Son la tregua de tu corazón.
Son el agua en el desierto.
Y las estrellas de luz en lo oscuro.
Son mi redención y mi calma.
Son dos abejas que vuelan con el viento.
Son lo que tú eres: PUREZA.


Por Cecilio Olivero Muñoz



TE ENCONTRÉ

¿Cómo podré pagarte
que me hayas hecho ver
la irrealidad de todo,
la vanidad de todo?

José Corredor-Matheos


Te encontré entre la piel y la cáscara.
Te busqué en bares, discotecas y pubs,
hallé restos de ginebra seca en las barbillas
babeantes y presencié el sacrificio de los astros.
Eliminé vacíos redondos de galaxias
y descubrí los secretos de la madre noche.
Pero jamás vi un corazón igual al tuyo.
Me asomé al balcón de los otoños
y vomité los caldos que la locura me dio.
Esculpí batallas en mi corazón
y motivé a los transeúntes a huir de mí mismo.
-Caro me salió-
Me enamoré de estrellas prepotentes
y caí en las cuentas de la banca internacional.
Me emborraché de emociones y virtudes
de luz a todo color.
-Pero al fin te encontré-
Te encontré entre rumores colgados del ciprés,
te hallé entre océanos infinitos y falsas treguas
de contraste y rareza con apellido europeo.
-Me hallaste-
Tras la espesura de la niebla blanca de mis canciones de invierno,
hallé una música que hablaba de nuestro amor.
Tú buscabas paz y encontraste la armonía
de una cópula cósmica en paz con Dios.


Por Cecilio Olivero Muñoz


SITIADO POR IMPERTURBABLES
MUROS INVISIBLES

Esa necesidad de ser futuros que llamamos vida.
DÁMASO ALONSO

Sitiado por imperturbables muros invisibles
inmunes al abrazador incendio
que da hervor al centro de mi mismo,
apenas rescoldo de un sordo bullicio
que roncamente exhalo de mis entrañas
imperceptible para los monstruos de mis mañanas,
apenas un desgarrador y miserable vaho
que forma condensadas figuras extrañas
en la transparente tiniebla de mis pasos,
esos que no cesan con bastones de palabras
de apoyarme e hendir las oscuras luces
que aísla el incesable sentir de mis voces,
esas que quieren encaminarme entre feroces
y desgraciadas criaturas contemporáneas
deudoras de estériles angustias,
frenéticamente ordenar mis limitaciones
y en campo abierto indagar lo inexplicable
caminando, buscando ser futuro.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler


EL ROLLO QUE ARROLLA

(Soneto)

Desde diciembre a enero
Siempre hay rollo que arrolla
Cuando hasta en bisiesto de febrero
Olla mogolla a mi andorga solla.

Desde marzo a abril, yo severo,
Parto ilusiones en guerras con Troya
Desde el nocturno al mañanero
Mucho bla, bla, bla con mucha farfolla.
(Ídem de Ídem)
Desde el novato al tabernero
Desde el tan beato al tan gilipolla
Desde el maragato al liguero.

Desde el mojigato a toda la colla
Desde el califato a los tinte-cabrero
Desde el mentecato al cagalaolla.


Por Cecilio Olivero Muñoz

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