viernes, 13 de febrero de 2009

26º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



26º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXXVI 13-02-2.009

EDITORIAL XXVI
Estela literaria

Carmen Laforet ganaba en 1944 el Premio Nadal de Literatura con su novela «Nada». Era un año extraño para ganar un premio, hacía cinco años que la Guerra (in)Civil española había terminado, el mundo estaba enfrentado, aunque ya empezaba a deslumbrarse vagamente el final de la guerra mundial. España, tras su conflicto, era un país aislado, empobrecido, repleto de silencios aprensivos y recelos insanos. La novela «Nada» refleja bastante bien la atmósfera del momento.

En lo cultural, una gran parte de los artistas, escritores y pensadores se habían marchado del país y aquellos que permanecieron en él no pudieron evitar la ruptura generacional provocada por la guerra. La recepción de ese premio supuso la aparición de nuevos escritores dentro de las fronteras españolas. Era como si de repente surgieran dos tradiciones literarias españolas, la de los escritores de fuera, que heredaban la riquísima herencia cultural y habían vivido una Edad de Plata de la cultura, y la de los escritores de dentro, que empezaban de cero, que conocían sesgadamente todo lo vivido en el país después de la Generación del 98 y que de repente comenzaban su andadura sin conocer a la generación inmediatamente anterior.

No sabemos si Carmen Laforet fue consciente en algún momento de haber colocado una primera piedra y de dar en cierto modo el toque de salida a una nueva literatura. Surgiría una poesía y una prosa social, después se abriría paso un nuevo experimentalismo narrativo y poético, la novísima poesía, nuevos autores y nuevas formas novelescas. Se hizo presente también la literatura latinoamericana con el denominado boom que uniría lenguajes y relatos de ambos lados del Atlántico.

No obstante, la presencia de Carmen Laforet se fue difuminando con el paso de los años. Escribió más obras, algunas de las cuales no quiso publicar en vida, se encerró en sí misma y vivió un tiempo en el extranjero. A pesar de todo, su novela «Nada» mantuvo el interés de los lectores, tal vez, como escribe Laura Freixas en Cultura/s, porque el tema de esta novela es eterno. Sin duda es una novela que mantiene vivo el mensaje, nunca ha envejecido y ha quedado fuera del circuito literario. Sesenta y cinco años después de recibir el premio, la novela «Nada» conserva una fuerza profunda, Andrea nos sigue impresionando con el relato de ese año en la Barcelona posbélica, nos identificamos con ella, aun cuando nuestras experiencias vitales sean a todas luces diferentes.

Cristina Cerezales, hija de la autora, ha publicado «Música Blanca», un libro sobre su madre. Sin duda dará datos de ella, datos personales, sentimentales e intelectuales. Quizá logre satisfacer la curiosidad de muchos por la escritora, una mujer que quiso vivir al margen de la exposición pública. Hay sin duda una curiosidad sana por las vidas de los escritores y no dudamos de la buena intención de Cristina Cerezales por mostrar una imagen de Carmen Laforet que tal vez permita entender algunas claves. Pero qué duda cabe también que la novela «Nada» representa en cierto modo la fuerza de la literatura, la apuesta personal por escribir y colocarse uno mismo discretamente tras la obra propia.





CARACOL


¿Dónde estás caracol?
¿Adónde te llevarán?
Que no quieres al sol
Ni rondas por la mar.
¿Quieres dejar algo
en un mundo real?
Si, pero no puedo
De mis hijos escapar.
¿Quién te hizo el hijo?
Me lo hice yo mismo
Como hicieron de mí
Y también conmigo.
¿Por qué sales lloviendo?
Por que en casa ajena
Llevo bordado un camino
Que se descose con la voz
Y las risas de los niños.
¿Qué quieres de mí?
Quiero lo que se le negó
Al día sin reír de mi mismo.
¿Y por qué lo quieres?
Por qué la vida me dio casa
Pero no me dio cobijo.
¿De qué huyes caracolillo?
Huyo de aquel que sin reparo
Me mandó a la nada en un suspiro.


Por Cecilio Olivero Muñoz



Dos amigos


Que los dos hombres se enamoraran de la misma mujer resultaba a primera vista cuanto menos inverosímil, claro que no sería la primera vez y con toda seguridad no sería la última. Pero en su caso no parecía ser cierto. Nadie se lo creía del todo si tenía en cuenta el grado de su amistad actual, no era posible que quienes tuvieran una pugna como la que causa el amor por una misma mujer mostrasen hoy tanta amistad, y por ello suponía yo que ese rumor, como cualquier otro rumor, formaba parte de una de esas leyendas que se expanden con rapidez y que no siempre se ajusta a la realidad, por mucho que se dijera que con toda seguridad algo habría, ya saben: cuando el río suena …, y es que a la gente, quiérase o no, gusta de hablar y murmurar. Sobre todo en una ciudad como la nuestra, nada grande, provinciana sin duda y en la que todos nos conocemos bastante. Pero por mucho que se dijera, daba qué pensar todo aquel rumor en torno a ellos.
Lo dicho: lo primero que uno pensaba cuando los veía era que no podía ser lo que se contaba. Nunca hubo dos hombres tan unidos. Yo no viví la historia, de hecho nadie puede decir que la viviera, los conocí en todo caso más tarde, cuando el relato de la misma pertenecía ya a la memoria colectiva y se había formado la leyenda que llegaba posiblemente a distorsionar la realidad. Al mismo tiempo nadie podía afirmar que hubiera sido testigo de aquel amor tan comentado. Sea lo que fuere, Raúl y Sergio estaban inseparablemente unidos no sólo por su afición a la pintura y a las artes, también por el recuerdo de aquella mujer, porque recordaban realmente a una mujer, y de esto sí todos éramos todos testigos, hablaban mucho de ella y su presencia no sólo se encontraba en sus evocaciones constantes, como se dice: públicas y notorias, también en muchos de sus cuadros, los de Sergio, más conocidos, y los de Raúl, apenas contemplados, pertenecientes más a su esfera privada. A nadie se le escapaba que la misma mujer aparecía pintada una y mil veces.
Raúl, descendiente de un clan familiar poseedor de un enorme patrimonio, dirigía la empresa heredada con bastante fortuna (en las dos acepciones del término) y mediante su matrimonio con Lorena López de Arrigalaga había conseguido un capital enorme. Que nadie ponga el más mínimo atisbo de duda: Raúl amaba a Lorena y entre ambos existía una pasión inconmensurable. Sergio, por su parte, nunca se casó y no lo hizo, él mismo lo reconoció, por su incapacidad para la fidelidad. A diferencia de su amigo, él sí que quiso y pudo dedicarse a su principal pasión y pronto fue conocido como pintor, primero en la ciudad y después, gracias en buena medida a su amigo, en el extranjero. Raúl pagó a Sergio exposiciones en galerías prestigiosas, le promocionó por los centros artísticos del país y del extranjero, gozaba de sus éxitos y se convirtió en su mecenas a la manera más clásica. Yo les conocí cuando Sergio poseía un gran renombre. Me había trasladado para trabajar como conservador en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, y al poco de llegar ambos se me presentaron en el taller del Museo para presentarme sus respetos. La leyenda los acompañaba.
Pronto Sergio y yo nos hicimos buenos amigos. Él venía con frecuencia al museo para contemplar algunos de sus cuadros preferidos, pintar a menudo en algunos de los jardines que rodeaba el edificio y para charlar conmigo. Cuando gané confianza, no pude menos que preguntar sobre aquella leyenda. Soltó primero una risotada, luego suspiró no sin fingida melancolía, y cuando posó sus ojos sobre los míos y notó que estaba deseoso de saber aquella historia, me la contó.
La conoció, cómo no, en París. De hecho, la conocieron al mismo tiempo. Eran los años de su juventud y los dos habían decidido pasar algunos meses en la capital francesa, Raúl como tiempo de reposo tras sus formidables y exitosos estudios de Economía y Sergio para asistir a unos cursos en un renombrado Instituto de arte. Habían alquilado un apartamento a dos pasos del cementerio de Père Lachaise. Conocieron a otros artistas del mundo entero. Entre ellos, a Rashel. Descubrieron su obra en una galería cercana y les impresionó la finura de sus dibujos. Querían saberlo todo sobre ella y les sorprendió enterarse que se trataba de una mujer de su misma edad. Pero si su obra causó su admiración, su personalidad les cautivó todavía más. Sencilla, sin ínfulas de gran artista, parecía tocada por un genio que no requería de grandes lisonjas. He allí, se dijo Sergio, alguien que vive con su arte y que no va de artista. Se enamoró de ella. Raúl no pudo menos que sentir por ella lo mismo. A él le gustaba la gente que no necesitaba aparentar. Y Rashel era justamente así, sencilla, franca, amena, tímida.
Ambos descubrieron a la par lo que experimentaban por ella y fueron conscientes de que les podía enfrentar. Que les enfrentaba ya de hecho. Esto les provocó no pocas cuitas. Amigos de toda la vida, se percataban ahora del peligro de una ruptura irreparable. Es el gran misterio del amor, me dijo, ese invento de los poetas provenzales que seguía provocando grandes tragedias. Lo agravaba el que Rashel se sentía muy cercana a ambos. Se volvieron los tres inseparables.
- ¿Ella era consciente de lo que sentíais?
- Probablemente
- ¿Y entonces?
Sergio me contó que una tarde lo hablaron. O ella les habló más bien de sus sentimientos hacia ellos. Era una de esas tardes de invierno parisino, hacía frío y el canon impone que el cielo estuviese nublado. Les amaba, reconoció, estaba también enamorada, pero de los dos a la vez. Eso no puede ser, le replicaron, nadie ama a dos personas del mismo modo y a la vez. Allí surgieron sus lágrimas, breves, tímidas, tristes. Los dos volvieron juntos al apartamento y sin hablar. No dijeron nada durante toda la noche, se encerraron en sus cuartos, Sergio con sus cuadros, Raúl con sus libros. A la mañana siguiente tomaron una decisión. Continuaron siendo inseparables, hasta que Rashel se marchó de París. Ellos se fueron a los pocos días.
- ¿No hubo nada entre vosotros más allá …?
- No
- ¿Mantenéis el contacto?
- Siempre por carta, nunca nos volvimos a ver.
Me pareció extraño y bonito, una de esas historias casi místicas propias de otros tiempos.


Juan A. Herrero Díez



NIÑO


Ese niño tiene una voz
Que se unta la garganta
De lo bueno su sabor
Con la dicha y la esperanza.
Pues su corazón late
Por supuestas vanidades
Que tiran al water
Sus nostálgicas voluntades.
¿Por qué? Se pregunta
noche y día, sin respuesta,
a lo que gusta de la verdad
pues miente por vergüenza.
Es cobarde y valiente
Como nadie, ¡ay, niño, niño
del aire! ¿Por qué
de tantas contrariedades?
No te pongas más nervioso
Y controla tus despertares
que ya verás muy piadoso
al mundo y sus deidades,
cuando son como la mar
todos cambian las postales
y tú no cambias por más
que te digan los militares.
Personalidad dices tener
Y tener tienes la sed
Y no tienes más nada, pues ser
No es querer, la palabra tiene alas.
Niño de manos blancas, cara blanca,
Pelo negro y sin alas, adosadas
A la palabra, la mañana es el mañana,
Esa es tu esperanza en un alma
Que decrépita deshace la cábala.


Por Cecilio Olivero Muñoz



HUAIRURO

¡Pero qué suerte la mía!
He encontrado la luz
Que me da a mí la vida
Con los brazos en cruz
Doy gracias por mi dicha.
Rojo y negro, el huairuro
Me otorga la que yo quería,
La prima del Cachirulo
La que vive en Bellavista,
Esa mujer que al mundo
Ya no admira, ni confía
En títeres de Cachiporra
Ni en auroras de Lima,
Pues una flor en su hora
Puede ser la más linda
Bendición que se le otorga
A alguien que no veía
De la luz a la remota
Oscuridad de la melancolía.
¡Pero qué suerte la mía!

Por Cecilio Olivero Muñoz




SEVLLA, TÚ ERES ASÍ


Gracia y salero
cordialidad sin fin
espejo de tu alma
es el Guadalquivir.

Calle de la Pureza
puente de Triana
una copla gitana
canta por ti.

Esperanza y Macarena
Santa Semana
del mes de Abril
el Gran Poder
en tu tierra
quiere morir y vivir.

Barrio de la Macarena
parque de María Luisa
tus claveles y azucenas
echan una sonrisa
para verte feliz.

Eres sin par
alegre y graciosa
por eso en el mundo
no hay otra cosa
más grande que tú.

Flamenca torre del oro
silencio en la Maestranza
valor y arte
delante de un toro
un gallardo torero
brinda por ti.

Catedral y Giralda
rocío y feria
se canta y se baila
por sevillanas
y de Sevilla
sólo se puede decir
la alegría y la fiesta
tienen olor a jazmín.


Sevilla, 14-04-1989
Autor: Víctor Muñoz Jiménez


DESPEDIDA

HIDERALDO MONTENEGRO - BRASIL


No me esperen para la cena

No me esperen en las esquinas

sigan adelante

sacudan los pies,

escobillen los dientes

hagan la fiesta

canten , bailen

y liberen todos sus fantasmas

de mi

y vela no necesitan encender

Digan solamente adiós

y me dejan en paz

que no soy mas de aquí

-Al final, este silencio mío no es convincente?


TRINCHERA


Que vengan las cigüeñas

que vengan los abrazos abiertos

que venga la sonrisa

leve, segura, cierta

que vengan las mentiras,

las verdades, las vergüenzas

que venga el vuelo, el aterrizaje

y los nietos que vengan todos los aeropuertos

que vengan y pasen todos

que necesito continuar

en campo abierto vivo o muerto.


Por Hideraldo Montenegro

Traducción María Cristina Ogalde – Chile

LA RECLUSIÓN SOLITARIA


Soy un recluso más
prisionero de los absurdos
del corazón y del destino.
Estoy encarcelado
junto a la soledad, al silencio
al olvido, al frío...
Estoy penando
por culpa del desprecio....
Continuo cautivo
al recuerdo de tu piel
y a la dulce cena de tus besos.
Tu indeferencia grillera
es inmisericorde.
Pude pasar la vida amándote
después de robarte
un pedazo de corazón.
Ahora soy incorregible,
mi adorada caponera.
No sé si no escuchas
o si ignoras los gritos
de mi alma desde la celda.
He cantado y escrito tu nombre
desde mi reclusión solitaria.
He horadado con las uñas las paredes
he roído el tiempo
y los barrotes del olvido.
He rateado la reclusión solitaria
intentando escapar del ominoso destino.
El sino del amor es trágico, infausto.
Cada tres pasos voy y regreso
hasta que el olvido silencie la memoria.


HECTOR CEDIEL “ EL PERRO VAGABUNDO “
hcediel@yahoo.com


EL ROSTRO DE LA MUERTE

He visto el rostro del dolor,
del sufrimiento más puro y genuino.
Es feo, es desagradable, me ha mirado con desprecio
y se ha reído de mi ignorancia.

He visto el rostro de la impotencia,
traicionera y desquiciante.
No pretendas luchar contra ella,
sólo conseguirás que crezca triunfante.

He visto el rostro del miedo,
aquel que nos persigue desde la infancia.
No hay manera de erradicarlo,
de aplastarlo ni vencerlo.

He visto el rostro de la derrota,
la que te enseña, la que nunca miente.
No intentes abrazarla,
pero muchos menos olvidarla.

He visto el rostro de la desesperanza,
el más amargo, el menos paciente.
Tratar de comprenderlo
es como intentar parar el viento.

He visto el rostro del desconsuelo,
el que mejor conocemos,
siempre nos acompaña,
lo reconocerás por sus lágrimas.


He visto el rostro de la muerte;
es dulce, cálido y apacible.
No es feo, y sí atrayente.
Su mirada es serena, nunca da miedo,
más bien reconforta y nos mueve al silencio.
Su sonrisa es sincera, transmite confianza;
su tez despreocupada
me tranquiliza y me da esperanza.
Usa un lenguaje sencillo,
habla con palabras llanas,
lo dice todo bien claro:
no hay final, tampoco principio,
sólo un largo caminar,
por senderos firmes, conocidos,
y también otros vacilantes y más tristes.
Un mensaje de paz,
por mí bien recibido.


Por Pedro Estudillo Butrón





OH, LUNA, LUNA


OH, Luna, Luna,
Luna hermosa como ninguna,
Luna soñadora, aliada de la ingratitud,
Luna que inspira y roba
Sueños de un amante,

Como no mirarte
Si en la noche fría
Ahí estabas Tú,
Cuando te miré en aquel tren
Iluminaste mi vida,
Miré al Cielo y estabas
Colgando del firmamento,
Adornada con más de mil estrellas.

Lluvia de pensamientos me enamoraron
De tu dulce mirada,
Como manantial de sentimientos
De un primer amor.

OH, Luna, Luna bella.
Con mi amada déjame soñar,
Otra vez con la paz del
Corazón que amé
Y ya no está en mi cielo.

¡Pero tú, Luna!
Si la has visto dile
Que la amo como a ninguna.

OH, Luna, Luna hermosa,
Por qué fuiste así conmigo
Indiferente con el dolor en el alma
De un soñador
Que intenta dormir el silencio
De la soledad.

Perdóname por no saber quererte
Cuando una niña eras
Allá en tu Cielo.
Pero hechízame otra vez…


OH, Luna, Luna
Cuando te miro allá arriba
Siento que a veces lloras
Porque no estás conmigo
Y que en tu corazón
De Luna llena,
Guardas un pedacito
De tu ternura
Para un soñador.

Pero tú allá arriba
Tan sola…
Sólo el mar besa
Tu pálida luz
Con el vaivén de las olas

Nunca cambies Luna de mil amores
Sigue iluminando el camino
De aquellos corazones olvidados
Por el tiempo de luna
En un pasado adorado.

Pero sigamos adelante
OH; Luna hermosa,
Buscando el verdadero amor
Para un día descansar
En el regazo de nuestro Creador.



Luis Alberto Chinchilla Elizondo
Grecia, Alajuela, Costa Rica
Correo electrónico: luischin_63@hotmail.com

1er Ganador del 1er concurso de poesía
ofrecido por la revista cultural:
Espíritu Literario



Resurgir

Embargada,
Poseída,
Por una extraña fuerza,
Voluntad
Arrancada
Desde lo más hondo
Arrastrada
En los recuerdos
De tristes vivencias
Implicada
En guerras
Que hizo suyas
De experiencias doloridas
Intentando resurgir
De cenizas,
De apagados fuegos
Toma de su vida
Las riendas
Y de nuevo
Empieza
Intentando abrir corazones
Con sus historias
Llenas de sentimientos
Y sinsabores

Desgranando palabras
Y el tiempo
En los relojes
Pasando páginas
De un libro viejo
Sintiendo añoranzas
Pasión y fuego
Que grita en letras
Y llora en lágrimas

Decidida ya
Por el camino
Que reflejó su espejo

Abriendo caminos
Apartando piedras
¡escribiendo!


Por Ascensión Rivera


Tu mirada

Ojos de mirada limpia y clara

que lanzan destellos

¡por eso son tan bellos!

ojos que hablan de tu alma

sensible y noble,

de deseos que quizás no alcanzas

sin embargo ¡están llenos de esperanza!

Tu mirada alzada hacia el cielo

¿acaso intentas rescatar un sueño?

Tu mirada se queda prendida

junto con tu alma que se escapa

de todo aquel que te mira

queriéndote dar

todo aquello que te falta.

Por Ascensión Rivera



HACER MIGAS


A mis antiguos amigos.

Nadie quiere hacer migas con mi higo.
¡Cómo quisiera hacer migas sin hache!
También quiero hacer migas con mi higo.
Sólo hago migas con ene.
¡Cómo quisiera hacer migas con a!
Y quisiera tener higos con jota.
Y tener hijos con higo.
Pero falta la eme.
Y hacer migas con a conlleva tener hijos con ge
Y entre higos y migas y haches y enes y con y trigo
Me quedo sin erre y erre que erre conmigo.
Me quedo sin ene para tener con a
Un higo con jota.
Mi madre se llama Mari y mi hermana también
Y yo quiero hacer migas con Mari y contigo.
Pero ni Mari, ni hijos, ni higos, con trigo sin erre
Quisiera migar con ene y pan
No se puede migar sólo con leche y prospera
FELICIDAD.

Por Cecilio Olivero Muñoz

1 comentario:

Administrador dijo...

Siempre es grato poder deleitarse con la excelente lectura de Nevando en la Guinea. Imposible pasar sin elaborar alguna opinión en el interior de nuestras mentes luego de la reflexión a la que nos llevan las obras de los autores publicados.