viernes, 3 de abril de 2009

30º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



30º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXXX 03-04-2.009

EDITORIAL XXX
Triste Aniversario


El 1 de Abril conmemoramos el final de la Guerra Civil Española, el triunfo del fascismo, la derrota de la República. Hace setenta años se inició una época siniestra en la historia de España que duró treinta y seis años. Esa guerra fue el preámbulo de la IIª Guerra Mundial y tal vez por ello la Guerra Civil Española se rodeó de un significado especial, simbólico. Hubo muchas cosas en juego: el concepto de libertad y de democracia, la lucha contra el fascismo -en plena expansión en Europa desde la década de los veinte-, la propia Revolución Social, que se produjo tras el 18 de Julio del 36 y con una notable influencia del anarquismo y de corrientes marxistas desvinculadas a Moscú.

Setenta años después todo aquello resulta muy lejano. Aunque se discute sobre la memoria histórica y la necesidad de recuperar el recuerdo de la época, algunas veces con cierto sectarismo, es también cierto que hoy hay injusticias graves muy acuciantes contra las que luchar. Creemos que el mejor homenaje a los derrotados de la época, a aquellos hombres y mujeres que quisieron una sociedad mejor, es responder a las injusticias de hoy con honestidad y radicalidad. Sin duda, los combatientes antifascistas de aquella época estarían hoy enfrentados a la miseria globalizada, al desempleo y a la precariedad, a la migración salvaje, nueva esclavitud de los siglos XX y XXI, a las guerras, a la destrucción ecológica del planeta.

Por otro lado, también nos gustaría que el ambiente cultural fuera similar hoy. Sin embargo, la banalidad de los debates públicos, la insustancialidad de muchos medios de comunicación, atentos más a la privacidad de las personas, a los cotilleos, que al análisis de la realidad colectiva, el desmoronamiento del sistema educativo, todo ello nos produce no poco pesimismo. Es verdad que la España de entonces es distinta a la España de hoy, aun cuando haya todavía aspectos que las acerquen, pero lo que echamos de menos es sin duda la actitud ante la realidad, tal vez lo que más nos gustaría recuperar hoy.

El profesor Mainer calificó de Edad de Plata de la cultura española los años que van de finales del XIX hasta la Guerra Civil. No podemos dejar de envidiar la vida cultural de entonces, ya hemos hablado aquí de ello en algunas ocasiones. Es verdad que abundaba también el analfabetismo, pero una de las obsesiones de la República, sin duda la más loable, era llevar la educación a cada rincón del país, como lo recuerda Josefina Aldecoa en alguna de sus novelas. Sin duda fue el mayor de sus aciertos.

Por eso es necesario recordar aquella época, aunque sin hacer de la memoria una herramienta de usurpación de la verdad. La IIª República tuvo muchos logros, pero también muchos fracasos. No logró erradicar la pobreza, la explotación, un sistema económico injusto, aunque pretendió reformas en ese sentido. Tuvo la educación y la vida cultural sus dos principales éxitos. Hoy nos gustaría parecernos a ese tiempo.


ALFABÉTICO DIABÉTICO

Soy como la erre que suena diferente,
Siendo la misma de siempre,
¿Por qué suena rosario y remero
diferente al ronronear del perro?
¿Será por que camino a ras de suelo?
O como la ele que acompañada
Por su hermana gemela suena elle.
¿Y por qué su prima griega sola es Y
y acompañada suena yo?
¿Será que el yayo está lleno y es bello
y el Lolo además de mellado es un lelo?
¡No le encuentro la sal a tanta sopa de letras!
Soy el melao de caña en sangre,
Soy la furtiva olor que se te escapa,
El alocado niño de sombras
Que de sombra a sombra se marcha.
Soy el “huye” del agua
Cuando tiran de la cadena.
Soy lo que tú quieras que sea,
Soy el apaleado de la pelea.
El que aguanta tus mareas bajas,
El que baja por que se marea.
Soy la voz de tu antojo,
El que luego a la noche te vela,
El que camina como un cojo
Tus rincones de negra tiniebla.
El paseíllo de tus correrías
que no se asombra de tu manera,
pues aprende el solito,
y ve que es comparando quién era.
Y compara y comparará
y sale por petenera. En duermevela.
El niño de tu patata
Tiene tetas, tiene tetas.
Será que lleva el alba
Entre sus piernas, entre las piernas,
Y se desnuda cuando
Viene ella, viene tierna.
Y sueña con su consuelo
Luna arriba, noche quieta,
Y beso por que te quiero
Niña fina, mujer bella.
De suspiro a suspiro
al verso a verso.
Del poema lírico
Al teléfono.
Del olvido
Al recuerdo.

Por Cecilio Olivero Muñoz


BATALLA CAMPAL


Batalla campal. Escuché la expresión para definir lo que había sucedido aquella noche y pensé en lo absurdo de la misma: nada más lejos de un campo ese sinfín de calles del Casco Viejo, ni un árbol había, ni una flor más allá de las escasas macetas en los balcones. En cambio batalla sí que era exacto. Durante horas se habían dado choques entre policías y manifestantes, primero como escarceos o rifirrafes, después ya como enfrentamientos directos. Desde la misma calle y luego desde la ventana del piso vi las balaceras de la policía, balas de goma, decían, y botes de humo y persecuciones con porras en ristre, mientras que la otra parte, los manifestantes, obreros o estudiantes, no lo sabía a ciencia cierta, tantas eran ya las manifestaciones en aquellos días, respondieron con piedras, palos, ladrillos y otros objetos, irreconocibles por la velocidad o la distancia con que se lanzaban contra los policías acompañados por gritos, insultos sin duda, pocas consignas a medida que pasaba el tiempo.
A la mañana siguiente, cuando bajé a la calle, el paisaje era desolador (vaya adjetivo tan tópico, pero qué quieren, uno es hijo de su tiempo): escaparates rotos, restos de barricadas, algunas con huellas evidentes de haber estado ardiendo, y una tremenda soledad y un silencio que se imponía con fuerza, la poca gente que cruzaba el barrio hablaba entre sí en susurros, como si no quisieran quebrar esa paz que, dicen, sigue a la batalla (campal o callejera, tanto da) y escuché lamentos, siempre estamos igual, quejas, es que la policía actuó con desmesura, lamentaciones, no saben negociar.
Aquel había sido el barrio de mi niñez. Pero hacía mucho tiempo que me había marchado, del barrio y de la ciudad, y nada me ataba a él. Mantenía un piso heredado, tal vez por una nostalgia que durante mucho tiempo no había sentido, pero que desde dos años atrás comenzaba a notar. La edad, imagino. Llevaba de vuelta dos meses ya, algo infrecuente, a los dos días en la ciudad me entraban ganas de marcharme, dejar aquellas calles para evitar recordar demasiadas cosas de mí mismo.
Los rostros de la gente con que me cruzaba no me resultaban reconocibles. Seguramente, si me esforzaba, los recordaría, habría hablado con ellos más de una vez y ellos, de comentárselo, sabrían quien era yo, el hijo de Carlota, los más viejos del lugar aún hablarían de ella, pero prefería ser un visitante que conocía bien el barrio pero que le era ajeno. La ciudad había crecido lo bastante y ya había mucha gente de paso como para que nadie se sorprendiera de mi presencia, un extraño, en las calles. Me acerqué a un corrillo. Todo es un desastre, decía una mujer y no sé si recriminaba algo a alguno de los bandos o simplemente era un balance general. Guardaron silencio. Miré el rincón, un cruce entre tres calles, y recordé que allí, años atrás, me enamoré. Dudé, no obstante, que aquel amor existiera realmente, el tiempo lo diluye todo. Por uno de las calles se llegaba a un café que se mantenía abierto más de un siglo y donde en aquel tiempo me pasaba horas leyendo y, sin duda, en alguna de las mesas, comencé a escribir algún cuento o un poema, sin duda malo. Entonces no sabía qué iba a ser en mi vida y me dio miedo encontrarme, como en el relato de Borges, conmigo mismo con demasiados lustros de diferencia.
Dejé el corrillo y seguí andando sin rumbo. Llegué al río. Al otro lado había otras calles, otro estilo, otro barrio. Me apoyé en la barandilla y contemplé las aguas que avanzaban pausadamente. Recordé que nunca te puedes bañar en las mismas aguas dos veces y que aquellas desembocaban en el mar, que es la muerte. No quise ponerme meditabundo, así que seguí andando. Las huellas del choque nocturno estaban presentes en casi todos los rincones que contemplaba. No había sido un sueño, me dije, nada lo había sido. A veces uno contempla por la noche aquello que uno no llega a sentir del todo, eso de lo que no se es consciente. Eso decían al menos, pero no era mi caso, al menos en lo que a los enfrentamientos se refería.
Me inundó no poca tristeza. Era el síntoma, sin duda. Tenía que marchar de nuevo. No podía quedarme más tiempo. Me adentré de nuevo por callejas estrechas y un niño saltaba una barricada, ajeno a su significado, a los hechos ocurridos, a la violencia desatada, como un mero y simple juego.


Juan A. Herrero Díez


ORUGA DE ALGODÓN
(Continuación de alfabético diabético)

Quiero beberme la ciudad de un trago,
Y luego después, mearla en el charco
De la alegría soñada.
Quiero polinizar a la flor,
Poetizar el aire, estremecer
Al cántaro y absorber el adiós,
Cuando te vas. Adonde no sé yo.
Quiero ser roca, también dedal
Y comerme los guijarros
De tu pasión de claridad.
Quiero pedir permiso
Tan solo por mirar.
Quiero ser tu monaguillo
En la eucaristía
De tu cristiandad.
Y volar y volando cerca
De la yegua amarrada
A un portal.
El latido de tu patata,
La risa del despertar
Y el que asusta tu caminar
Cuando vas del huerto
Al corral.
El porro y la porra,
El olmo y la alma,
El gorrón y la gorra,
El faro y la farra.
El polo y la polea,
El gorrión que revolea,
La alondra que sisea
Y el mar que se menea.
El pollo y la poya
El whisky que marea,
El hoyo y la olla,
El jazmín que ronronea.
¡La canción criolla!
Me sale por peteneras
Y un millón de bulerías
Fueron tristes habaneras.
Quiero cantar mi canción
La de mis 16 primaveras.
Me saluda un loco acordeón
Que sueña susurros de estrellas.
Quiero cantar y cantar
Tonos de mil quimeras
Y estampar el color
Gris aquel de mi tierra.


Por Cecilio Olivero Muñoz



EL DON DEL JUBILADO

Me suben las hormigas
por los pies,
pierdo el tiempo
sentado en el water,
nunca pensé presentarme
al club de los pusilánimes.
Los frutos del amor
son un beso sediento.
No venderé por
Setecientos y ¡¿cuantos?!
La bicicleta que cambié
A un esclavo.
Ósea, no creo
Ni por un centavo
Hacer leña del árbol
Quemado.
Ya que, me enrolé
en la mar,
no sé en que momento
ni cuando,
pero sé a lo seguro
que mi corazón
se marchó,
no por un rato,
sino por las veinticuatro
horas del día
los trescientos sesenta y cinco
días del año.

Por Cecilio Olivero Muñoz



PELECANUS

Una mujer entra en mi casa. Camina con pesadez, formando tras de sí un camino de arena, vestíbulo de baldosas amarillas. Se sienta frente a mi escritorio. El contacto con el respaldo de la silla transforma a la mujer en una catarata: de sus brazos, de sus piernas, mana el agua con olor a estancado, quién sabe si venida de la orilla del mar. Mi espía: uñas como lunas menguantes, quiero saber qué estás buscando en mí. Durante un rato observo sus rasgos conocidos, juego a trasladarlos a mí misma, me fijo en su vestido blanco manchado de rojo a la altura del pecho. Golpe. Sé lo que buscas en mí. Y ella responde: soy el pelícano, te beberás mi sangre, te comerás mi carne cuando no tengas nada.

Por Elena Medel



OROTINA

Aquí, en este bello Cantón, donde el calor abunda y cada año en la feria tradicional el aroma de las frutas se mezcla con el sonido del viento en los árboles cercanos a este evento.

Aquí es donde nació el amor…
Donde nace la fruta, la buena fruta, con el silbido del tren, las miradas se cruzan como se cruzaron las nuestras hace tiempo, ¡¿recuerdas?!…y los recuerdos adornan la estación, brilla una luz en el corazón.

Aquí es donde vive mi amigo don Gardelio Arce León es su nombre, respetable señor, dueño de una historia viviente en el ferrocarril.

Sonríe el Sol abrasador y sudan los recuerdos y las lágrimas que no existieron porque se ahogo el sufrimiento, entonces me miro años atrás recostado a un árbol mientras estudiaba y soñaba a orillas de aquel lago donde escribí mis primeros versos.

Sólo el paisaje de aquel embalse fue testigo de mi sentimiento…, pregunté al reflejo de sus aguas si un día serías mía y me respondió con la quietud del silencio.


Esperando hacer realidad mis sueños fueron cayendo los años uno a uno, como caen las hojas en el verano. Y seguí esperando y buscando aquel amor que estaba en el aire, aquel amor verdadero que vive por siempre…

Que grande es el amor que se envuelve en una melodía para dos, ese amor es el mismo que María olvidó y desde entonces como una rama seca es mi corazón.

Luis Alberto Chinchilla Elizondo
Grecia, Alajuela, Costa Rica
Correo electrónico: luischin_63@hotmail.com

1er premio en el 1er concurso de poesía
de la Revista Cultural “Espíritu Literario”.


ZAFIROS DE AZUFRE

Se filtra la locura luminosa como un torrente seductor, por el absurdo ego de mis mal nacidas venas. Las sensaciones infinitas del humo del fuego, nos amalgaman como caballos de azufre. Las miradas profundas incitan a un roce loco a nuestras pieles. No sé si quieres, lo que yo deseo. Estoy cansado de vivir exiliado en el olvido como una de tantas estrellas solitarias, que conviven a tres millones de años luz del amor. ¿Serás tú la cálida aurora, que anhelé para mi otoño? Deja que los jinetes de mi corazón se inspiren, con el embrujo de los deseos de nuestras pieles tibias. Deseo amarte con bravura loca y sin la más mínima mezquindad. Nuestros cuerpos se sumergen en unas policromías cóncavas de sombras y profanas palabras… deliciosamente obscenas. Sé que estás devorando todos mis besos. Mis sentidos bailan al ritmo de tu pudor desbocado y te deseo con todo el aliento, de las entrañas de mi interior. Necesito habitar tu intimidad, para reencontrarme con la vida y confiarle mi corazón al latir, de tu entrelazado camino. Me siento como un pirómano de corazones enamorados, como un Cristo cuando resucitaba corazones y sentimientos muertos o como un aborigen capaz de hacer fuego con sus propias manos.

Los sábados nos reunimos para celebrar en intimidad, el ritual del holocausto en el mismo sitio. El pollo, las papas saladas, el ron y tres litros de Coca-cola. El destino nos ha citado primero mes tras mes, luego año tras año. Los amantes alucinamos o perdemos la noción del tiempo, cuando habitamos la boca del azufre del otoño. Quiero que seas mía hasta siempre, así sea por un átomo de la eternidad. Quiero imaginarme preso por tus grilleteras piernas, besar tus hermosos pies y todo tu cuerpo como un complaciente eunuco, para que puedas ensoñar con magia y sin miedo, durante las locuras de tus desaforados orgasmos. Quiero que seas mía, hasta que sientas estallar estrellas entre tus vísceras y revolotear mariposas dentro de tu estómago, mientras te deslizo una sinfonía de besos improvisados o sin libreto. No soy un mago para hacer milagros con las manos de las palabras, pero si deseo deslumbrarte y desnudarte con el ritual del fuego y del azufre, para que sanen nuestras mutilaciones y vuelvan a conocer el insomnio, nuestros sexos. Vibra con la sabiduría violenta de las jóvenes o como las palabras cuando resucitan y derrotan al miedo. Quiero hacerme indivisible y abrazarme a las espinas, para saborear con regusto el alba de tu rosa. Deseo fruncirme con una joven para dibujar con la fatiga, sombras abrazadas sobre el espejo. Que su mutismo se embriague con la pulpa del glande o con el jugo de la sabiduría melosa.

Revueltos mis sueños por el viento, se arrastran como un cuerpo asediado por miradas llenas con deseos impuros. Busco palabras para salvar mi alma, mientras mi cuerpo se pudre insepulto. El pudor de tu carne no es más que un amoroso aullido del deseo. Mi carne desértica se secó de tanto aguardar desnuda y oreándose en el invierno. Siento hipotermia en todos mis miembros ¡hasta mi verga ha dejado de latir! La serpiente virginal de la violencia, se ruboriza al ver como las palabras le aplastan cual uvas, la cabeza murte a las víboras que se declaran enemigas de la sociedad. Dentro de mi mente se oculta el celaje de los susurros de las entrañas. Mi cuerpo es una tumba de recuerdos devorados por una tristeza infinita.

Quiero que me seduzca la belleza de tus pechos y vivir el galope desbocado de tus caderas, arrancándole uno a uno los zafiros al azufre de las estrellas. No deseo que el pudor me prive del placer lujurioso de saciar mi sed, entre la madreselva coralina del mar. No he enloquecido, simplemente aluno por tus cabellos perfumados, rizados con el splash del deseo y con la magia salvaje de las sílabas, cuando copulamos con el instinto animal, excitado por el carnaval de las feromonas. Cuando me desnudo y camino hacia la bruma, el silencio centenario de los árboles, la mirada de los desconcertados pájaros mientras que penetran rayos de luz, cual saetas mensajeras de un cielo que imagino o de ese paraíso invisible, que aguarda por nuestras almas. Te convido a caminar desnuda conmigo sobre el musgo y una colcha de hojas caídas. Me fascina la sobriedad y la dignidad de los árboles; la insensibilidad de sus pieles, su indiferencia con las caricias del viento y las lágrimas ardientes del rocío.

En el esplendor del Apocalipsis, te mordisqueo el lóbulo, tus comisuras y el cuello con desespero ¡hasta te fastidio con un beso al oído, pero que ha hecho derretir a otras amantes! Me abrazo con desespero a tus carnes, como esos náufragos que saben que entre la vida y la muerte, solo existe un poquito de benevolencia o morbosa maldad de Dios. Soy el volcán imaginativo del néctar de tus lágrimas. No sé si el océano sea cómplice o si en verdad intenta aplacar los gritos de las llamaradas que me devoran. ¡Soy como un mar de arenas blancas por explorar! Soy un corsario sediento de perlas, de desembarcar en islas vírgenes o anhelo el clítoris de una princesa, para unirme para siempre en la capilla del mar. Son negras mis intenciones como el color de mis pecados, como la sangre de nuestra historia o las finalidades de nuestros ancestros. Amo el color negro de mi alma, esculpida como la belleza de las mujeres patinadas de ébano. Solo nos conocen bien los ángeles y los demonios. Saben quienes somos y qué les pertenece. Creo que conoces todos mis pecados y tienes una idea muy cierta, de las fantasías que deseo hacer realidad. Busco el límite de la indetenible quietud del fuego, revoloteando como un pájaro o un arcángel. El aroma del deseo, me hace sufrir más que ésta inadmisible e ilógica soledad. No deseo deforestar tu piel, para saciar un capricho. Me encanta verte y sentirte como una amazonía virgen, cubierta por sensibles y delicadas fibras, ónix como el color de los ojos de tus desdichas. Eres de las amantes que aman intensamente en el silencio, como si te hubieses tapiado dentro de un diabólico convento. Hay personas sensorialmente tan absurdas, que son como una sonda anal. El suicidio ayer pudo ser un oasis, un intento por escapar imaginando alas o puertas abiertas. Ahora la vida me sonríe cínicamente por conservar una apariencia digna. Agradécele a la histerectomía ¡el sexo libre!

Quiero que me quites la ropa para amarnos de pies y de rodillas; sentados, acostados así o asa, como las putas o las amantes experimentadas, que jamás olvidan los corazones vagabundos. Amémonos al borde de la cama, sobre el piso, en la cocina, en el baño o en la terraza; pero ámame que te deseo sentir dentro… muy profundo… adentro como un tren introduciéndose en un túnel infinito con sensaciones novedosas. Una mujer desnuda como tú, me alucina como la enigmática muerte que se levanta invisible todos los días y nos aguarda, cual mastín esperando una recompensa. Quiero sentir el fuego de la mirada triste de tus labios secos, de esas manos cansadas, como tus cabellos sin el brillo de la alegría. Tu belleza sólo se puede contemplar en contraluz y en tonos negros, ocres o grises. Tus besos me saben a fresa y a jugo de uvas la saliva. Mi corazón lame el sudor de tu intimidad, mientras nos abrazamos desnudos como dos esperanzas colapsadas, en un intento de rescate casi imposible. Las caricias se deslizan como un río hacia tu pubis, mientras la alocada luciérnaga galopa con curiosidad, alrededor de la luz de tu clítoris. Quiero ser el néctar y el sabor de tus palabras de amor. Deseo que mis labios rubicundos encuentren en tus pezones erectos, la asfixia para los gritos de los deseos y los alaridos esquizoides de algunos sueños. Después de un lascivo buen preludio con besos incendiarios, es imposible huir del pecado o que pase desapercibida la incursión clandestina, por las zonas erógenas de nuestras caricias y besos.

No me mires comiendo como un perro hambriento. No me pierdas de vista como a un niño triste, que madura a la intemperie. Cierra los ojos y erízate con la caricia que imaginas en tu sexo, que te hace frágil como el agua que bebe el desierto. Te anudas como una mujer serpiente, mientras me exprimes hasta la última gota, para enseguida besarme y hacerme creer, que también eres capaz de arrancarme un pedazo de alma. Tus piernas como anillos de fuego, me esposan a la lengua sedienta del ardiente cepo. Tus besos son manzanas venenosas, que comparten la locura del festín infértil. Tu boca se devora el placer de mis labios, mientras murmuro con encantador goce palabras soeces, que ablandan tus piernas y hacen vibrar con ardor a tu vientre. Intento descifrar a todos los deseos de tu cuerpo. La pequeña muerte te hace vivir en unos segundos, una eternidad fugaz de placer. Deja que tu vientre se menee como las hojas otoñales que imagina un hongo en el verano. No soy un caracol, ni mis sentimientos una absurda llamarada. Mi corazón es una fantasía inimaginable de colores, una paleta de sentimientos que se estrellan contra la realidad de los absurdos. Mi lengua se sumerge dentro de tu garganta, como un tiburón rebuscando peces escondidos entre filosos corales. El amor es la furia incontrolada de los monzones o de esos huracanes que se ensañan, con la belleza de algunas nalgas; rubicundas como los alaridos de placer que traspasan cual aullidos las paredes y los pasillos hoteleros. Traspasamos la línea imaginaria que separaba a la locura de la cordura. La dulzura pura de las caricias, seducen con suavidad la carne hacia el sacrificio. Nuestros ojos se encandilan con las sombras y las líneas de nuestras lascivas desnudeces, entregadas al desaforado gozo extremo.

El delirio embriaga a nuestros cuerpos, con el ritual de su desesperada danza y la triste música de los recuerdos. Siento la voz de las estrellas que brotan de tus caricias, mientras mi alma se expande y abres poco a poco las piernas, para sentirme como latidos del mar dentro de tu cuerpo. Tu sexo sumiso a las caricias, me permite socavar con besos la gruta, hasta sentir a las melodías de tus sensaciones húmedas como gritos de placer o el gemido triste de una esperanza acongojada. El erotismo en la intimidad bulle como la poesía natural de la sangre, como esos versos que se encadenan, a los sonidos de la luz de los sentimientos. El miedo cómico del lenguaje de la vida, purifica el canto mudo de los pájaros, cuando sienten encadenados sus sueños al celo abstracto del verdugo. Estoy hastiado que llames rosa, a tu vaginita. Déjame llamar: cuquita, a tu consentida vulvita y fuego o mar en llamas, a tus labios vaginales. Quiero ser la tormenta que se devore el stress y el cansancio de tu intimidad, para manosear con besos, todos los espacios y laberintos de tu geografía.

Los movimientos voluptuosos de tu carne son exquisitos; me encabritan, me enloquecen como cuando me dijiste que alcanzaste a tocar la punta de una estrella del cielo. Controlo tus flujos y reflujos, para que el placer no desaparezca, ni se rompan los cristales del hechizo. El sexo es un arte que hay que controlar, aferrados a los cabellos y a las paredes del torso, cual jinete de rodeo. En el valle de tu pelvis, mis labios incendiarios rebuscan con desespero tu clítoris. Mi lengua se refresca con el sabor del amor, mientras te excito con el rumor suave de las imaginaciones de mi pérfido tacto. Deja que tu cuerpo dance al ritmo de las melodías que insinúe, la desnuda batuta del placer; interpreta las partituras sin intermitencias, hasta que brote espuma de los ijares de tu sexo, como cuando un caballo regresa exhausto rebuscando las melodías del sosiego, en su pesebrera. Contemplo nuestras siluetas, sobre el espejo. Tu culo rebusca placeres, como la curiosidad diabólica de las murtes en el infierno. Mi furia incontrolada, intenta abrir las esfínteres compuertas, controladas por el miedo a las penetrantes quemas. Siento enloquecido tu sexo y te tomo por las nalgas, como a una dama amante de la alegre vida. Te arqueas y te contorneas, para que te penetre como una espada torera hasta la empuñadura, en el hoyo de las agujas. El erecto obelisco es poco piadoso con los gemidos del amor-gozo, cuando persigue al clímax con latidos desbocados, rotundamente persistentes e impiadosos; solo se detendrán hasta estallar como una espora de ilusiones regadas cual semillas sobre el cuerpo. Sé que solo me puedo apaciguar, si me ayudas a eyacular una vez más. Soy como un huracán cuando encuentra el sosiego, adentrándose dentro de la carne continental. Recuesta tu cabeza sobre mi sexo, mientras te espulgo la respiración de los mórbidos pensamientos. Quiero sentir tus besos y tu respiración, insinuándole un desliz a mi vientre. Déjame soñar que eres mía, porque te alejas como cuando se suelta un bote de sus amarras y se lo devora la voluntad de las corrientes invisibles. Siento como se derrama dentro de tus entrañas, el sudor de la lava cuando la vida erupciona, como un preñado vientre maduro. Tu boca se rebosa con la saliva seminal y con las lágrimas de los recuerdos enardecidos, como los estertores de una tormenta de fuego. Entre las murtes flemas nauseabundas, vago desencantado sobre la cuerda de la vida, al observar la indolencia de la justicia y el silencio del castigo. Sé que sus cuellos conocerán el poder de las palabras, porque la ley del taliòn es infalible.

Soy un brebaje de sudor y fuego. El cancerbero de tus ritos escondidos, donde el éxtasis es un universo de irreverencias y el magnetismo nos esclaviza, mientras nuestras ingles comparten sus melancolías. Me he metido dentro de algunas palabras, para descifrar versos congruentes. Derrotaré con palabras a la ironía de los mal nacidos, que se alimentan con la sangre de los sueños, cual vampiros. Denunciare una y otra vez, con el grito de las páginas en blanco. Como el círculo vicioso de un caracol de fuego, evoluciono en espiral hacia un plano superior, para observar desde otro ángulo a la vida. Soy el fuego que te fecunda, con el permiso de tu demencial lujuria. Nos deshacemos en desbordadas caricias cual bestias en celo y nos apareamos como perros, gatos, monos, elefantes, tigres o rinocerontes. Conozco las melodías de los velos de tu cuerpo; el lenguaje de tu piel trémula y la puerta secreta que me conduce, hasta la estalactita dorada de la gruta.

Tu sexo es la guarida perfecta, para la hambruna de la tristeza de mi cuerpo. Deliro cuando siento, como el semen se esparce entre tu vagina y tu vulva respira asfixiada, por el calor de la fiesta. Acaricio tu caverna humedecida, la horado una y otra vez hasta la oquedad; hasta dejarte agotada y somnolienta como una ninfa después de nadar, durante varias horas el azul de las nubes de su mar. Empalo los gemidos lujuriosos de tu ansioso culo, mientras intento esfumar tus temores con sutiles mentiras piadosas. Me siento como un padrote sobre tus espaldas, mientras muerdo con cariño tu cuello. Eres la metáfora más hermosa, de la lágrima de un beso. Mi insomne cuerpo ha esperado desde siempre, la llegada del lejano eco de tus pasos. Después de tantos años de espera: ¡Sé que eres tu!, y te ofreceré mi cuerpo por nido. Quiero conocerte por dentro y por fuera. Eres una incógnita de placeres y sueños cálidos. Solo tus caricias pueden calmar esta locura de hombre alunado, por el aroma de la piel... por el regusto enamorado de los besos.

Irónicamente veo florecer mis sueños, con los colores arrebolerados de ese otoño, que a paso lento se acerca. El pudor solo es cuestión de actitud frente al sexo. El sexo sentido de las felinas horas, nos embarca en una profana y demencial aventura. La muerte delira y triunfa en cada orgasmo, ¡sueño del canto del trueno! Siento la ausencia del rostro amado y me hieren las sonrisas obscenas, de esas imágenes sobre el espejo. Tus caricias pérfidas, ahorcan la nostalgia del manjar íntimo. Tu cuerpo ha desabrochado mi alma, como el orfebre que desteje con besos, a la voluntad que se desvanece sin sentido. Mi sangre fría es caliente, como el verano del invierno que vivo. Es un río de lava de hielo. Sé que nunca podré definirles el amor y si lo supiera, tampoco lo diría y vendería su fórmula, cual elixir de la felicidad o de la juventud eterna. No me ames como una mantis copuladora, ya que me siento bien con esta cabeza. Sé que el cerebro de la ostra es más pequeño que sus ojos, pero eres muy inteligente.

Confío en el silencio de los fantasmas peregrinos. Me asusta el dominio de las alegrías reemplazadas. Domino mis pasos para conquistar lo que quiebra mi morbosidad; si es que así se puede denominar, a la voluntad del alma cuando te desnuda la mirada. Escucha el canto y los silencios, de los gritos de los labios de mi poesía. Déjame amarte, simplemente: ¡Déjame amarte! Deseo que me ames con morbosa pasión, para que florezca la hembra que te habita bajo la piel. Añoro tu erotismo ardiente, cuando me cabalgabas como una hembra jinetera, corriendo su gran derby. Desnuda como la prisa de las manecillas del viento, desembocas cual lava sobre las sábanas destendidas como una sabana playera, por los besos del agua que te penetra, como la creciente de un río. Puedes hacerlo cuando sientas deseos de mí y me sea imposible, estar a tu lado. Hazlo como cuando nos acariciamos o simplemente, como cuando deseas que lo haga en tu boca; hazlo como aprendiste a hacerlo en el convento o como lo hacías con tus amiguitas, cuando jugaban a hacer: cositas locas. Hazlo.

Hay amores parafìlicos que asfixian con sus obsesivas aberraciones que se excitan como hormigas con personas amputadas, con sensaciones asesinas, con personas muy mayores o con sexo en lugares públicos; a veces me extraña la narratofilia de algunos textos, que se limitan casi a la olfatofilia de las partes erógenas de sus amantes virtuales o fantásticos; es absurdo el castigo o la lluvia dorada de la urofilia… somos animales bastante extraños y lo malo es que aún no se distingue el limite entre lo sensual, lo erótico y lo vulgar o pornográfico. Sé que las heridas del amor queman, más que la tristeza cuando nos coloca sobre las brasas de algunos recuerdos. Me amamanto como una fiera encadenada, a la sed de un pozo seco; alucino como los náufragos por saborear las lágrimas del mar. Desvarío como una llama mordida por los labios de los besos. No justifiques la distancia que tomas; simplemente di que tu alma peregrina, presiente que ya es hora de emigrar hacia otro nido. ¡Ay de mí! Este es el precio que al final pagamos los amantes, por encapricharnos con un amor peregrino. ¿Para qué le regalan flores a los muertos, cuando ya no las ven? ¿Acaso no murieron algunos de tristeza y olvido? ¿Acaso no vale más un perro vivo, que un mocosito fruto de la marginalidad? El frío de los muertos expresa un absurdo adiós. Me siento deshilachado como una rama rota, como la legaña de un sollozo que me quema por dentro y me devora con su ácido; como basura atrapada en el tiempo, sin poderme desprender del olor de lo enmohecido.

¡Quiero observarte como Verduga de sí misma! ¡Mastúrbate! Deja que el demonio manipule tus manos ¡Vive todas las estaciones, en un fugaz instante! Déjame poetizar la demencia de la locura… no pares… hasta que logre atrapar a una imagen. Cuando no encuentro algunos versos, recurro a tu sexo o a tu piel, para encontrar el retrato del ícono y que nazca el poema con la pasión de un grito. Son tus impúdicos besos los que ponen toda mi geografía a merced de tu seductora y devastadora voluntad. La metamorfosis transforma el rizado de la piel, en ramas rotas por las caricias de arrabal. Amo los caracoles que armó tu pelo, esos cabellos con voz de mujer madura, de hembra de verano, sin corazón de nieve. ¡Basta de silencios! ¡Grita! ¡Escúpenos! ¡Dime alguna grosería! Pero dime algo… regálame una señal que estas viva, que hay fuego y deseos entre tu cuerpo… no me abandones dentro de esta absurda tumba… ¡Grita o respira! No me desprecies como esos labios que me niegan sus besos o esos cuerpos que se sentirían sucios, si los amara. Quiero acariciarte como un rayo de luz, para no sentir que me pudro a pedazos. Déjame arrancarte esas absurdas sombras, que cubren el pudor de tu belleza. Gocemos como vivos del placer del pecado. No me abandones como un cadáver, para que se lo devore el fuego y después el olvido.

Es insoportable el necio soplo amargo de la locura de la ignorancia, que inicia mi lenta agonía con sus necias letanías ¡Jamás entenderás lo que es convivir, con la bipolaridad de un poeta! Soy más mortal que mi cuerpo; a veces me comporto como una bestia o soy absurdo o insensible. Se que no soy el hombre de tu vida y estoy seguro que tampoco podría convivir contigo. Es la lujuria de nuestros cuerpos y de nuestras almas, la que nos cita a ciegas y en circunstancias absurdas. La entrega sigue la misma rutina y sin embargo, siento que el ritual es diferente en cada ocasión. Los suspiros y las emociones, las caricias en los genitales, los besos y esos mimos impudorosos que me hacen alcanzar una ardiente erección. Siento tu agonía por los gritos desesperados, de la corola de la rosa. Sé que tengo que ser fuerte, para no ceder a la realidad irremediable. Somos dos mundos, rebuscando un destino diferente. Siento frío el nido, de la música existencialista con fondo gregoriano. Me cansé de luchar como un cruzado solitario, contra las ratas murtes de los Andes. Caro es el precio que se paga, por confiar en la vida y en las putas. Caro es el precio de las putas, de las monas y las adivinas. Caro es el valor de las cuentas, que nos pasan los errores cuando no reflexionamos ni nos fijamos en el color de las personas, que esquivan la mirada sin vergüenza.

Confieso que me entristece sentir como se apaga el fulgor al amanecer, como se distancian nuestras pieles y nuestros mundos. Compartimos como dos extraños, el mismo espacio de humores y tedios. Aún escucho gemidos entre las humeantes ruinas. Se tildará de traidor, a quién publique estos horrorosos versos. Quemamos como perros a los niños, que lloraban de hambre en la oscuridad. Te embaracé una y otra vez, pero no dejamos parir ni una flor de la crisálida. Me siento como una ilógica intersección en tu vida. Hay amargura en la música de mis versos. Me siento vacío como un vaso roto. Ya no me desvelo ni ruego oportunidades, con plegarias inútiles. Te veo desnuda abrazada a mi destino, observando con tristeza lo que pudo ser. Solo te pedí un poco de paciencia, pero una vida era demasiado tiempo. Sé que te tengo que dejar marchar. Sé que añoraré tu cuerpo y las locuras de esos días y de aquellas noches. Ahora todos mis recuerdos serán desencantos y tristezas, que no se marcharán ni siquiera con un histérico llanto. Ahora que no te tengo, te siento más perdida que siempre. El río me robó los sueños y dicen, que tus ojos me ven como a un enemigo. La alquimia del amor es fugaz, cuando regresas a la realidad con preguntas necias y ofensivas. Sé que el amanecer nos aleja y deseo que nunca amaneciera. Es inimaginable que tus celos cojan a patadas a la felicidad en verde.

¡Hay imágenes que no deseo olvidar jamás! cual límpidos versos amorosos, que nacen en la sucia intimidad. Me desespera que las palabras, no me permitan escapar de este diabólico pozo. Sin amor, el desasosiego es infranqueable. Me siento herido como un árbol por el hacha, pero me seduce el sueño de la muerte. Las tentaciones de los dientes de acero, se enroscan cual pájaros tártaros a los nombres asesinados o a esos cadáveres y osamentas, que se amontonan en las fosas comunes. Galopa una bandera blanca como una bestia, sobre las olas del mar de mierda, que no es más que un océano de arenas frías como corales o esponjas, que nos absorben la sangre cual murtes mandrágoras. Deseo que sientas desgarrada tu carne, por las palabras suaves que gritan ansiosas, desde que comienza el ritual seductor de la amorosa crucifixión. Nunca podré recordarte como algo pueril, cuando regrese por las aguas de los polvorientos recuerdos a encontrarme contigo, dentro de las paginas de un libro. Desde ahora te extraño y disfrazo mi tristeza. Tu recuerdo es hoy una blanca estela que se desdibuja, mientras el tiempo fluye sin mirar hacia atrás… es la indolencia del tiempo… es la inutilidad del tiempo… es el tiempo permisivo y que persevera a los momentos oscuros de nuestra historia… He cincelado una espada de humo, para desarraigar el hedor murte de lo carroñero; para que no se respire más la sangre coagulada, de la menstruación sibila de la vida. La hoz roja de la cínica Gorgona murte, enjuiciada en secreto por el repudio del antagonismo a lo indigno. Sé que su calma enmudecerá cuando la persiga la conciencia, como a las rameras que creen que quemando sus diarios del pasado, serán dignas mariaeugenias como las cuervas. Confieso que el futuro se encargará de volver transparente a todo lo que se intente ocultar entre lo oscuro mundano.

Héctor “El Perro Vagabundo” Cediel
hcediel@yahoo.com
2009-02-17





CASI NADA ES APENAS NADA

In memoriam, José Muñoz Ramos, mi abuelo.


Un niño que apenas era nada
Se casó con una puta casi sin saberlo,
Y casi sin esperarlo, se tragó un bicho
Y apenas nada duró vivo,
Casi y sin esperarlo se fue un día para
No volver hacia casi nada de lo corriente.
Entonces fue cuando una mujer viva
Casi lo mata al cruzar la calzada y a él
Le faltó apenas nada para perder la vida.
Sabiendo lo duro que es conducir sin casi
Nada de luces delanteras que apenas duran.
Cuando nació no era casi nada y ahora
Míralo con casi nada de vida que vivir
Y lo ves ahora sin apenas alegría.
Qué es nada y seguir buceando.
Y ahora piensa tú que la vida
No dura casi nada y vamos a trancas y barrancas
Sin disfrutar apenas nada de la nada.


Por Cecilio Olivero Muñoz