martes, 2 de octubre de 2012

28º Número de la revista literaria Nevando en la Guinea




28º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
DIGITAL MENSUAL
NEVANDO EN LA GUINEA
NºLXXII de la 2ª etapa/02-10-2012

EDITORIAL LXXII
60ª Edición del Festival de San Sebastián

Ya forma parte de una larga liturgia civil y cultural de finales de septiembre, el Festival de Cine de San Sebastián, que este año cumple su 60ª edición. De nuevo, las calles de la ciudad se llenan del encanto de los actores y actrices, de los técnicos de producción, de los directores que pasean por ellas, que se muestran al mundo, siendo la fachada de un mundo maravilloso. Todo ese glamour es sin duda lo de menos, el actor Tommy Lee Jones ha declarado estos días que no le gusta el glamour del cine, que supone una exhibición de vestidos demasiado caros. Sin duda porque detrás hay un contenido que no vemos, pero que es mucho más importante, el trabajo cotidiano del mundo de cine, un trabajo duro, muchas veces rutinario –largas horas de rodaje y de producción-, pero que siempre desemboca en una película, en un producto que puede hacer felices o puede hacer pensar o puede entretener a millones de personas en todo el mundo.
Este año se lleva a cabo el festival en un contexto europeo de crisis y de recortes, que en el ámbito de la cultura está siendo, en muchos países, brutal. En los superficiales baremos establecidos por el capitalismo salvaje que hemos sufrido el valor está determinado por el precio, pero sobre todo por la rentabilidad económica. Y de un modo u otro la cultura, considerada como industria, sobre todo por las administraciones que tienden a considerarla un producto más cuando no un mero escaparate, en el peor de los casos un instrumento de propaganda, no es tan rentable como el fútbol, que sí que mueve millones y no está afectada, parece ser, por la crisis, al menos las grandes ligas, que no en los equipos modestos, los más populares en su sentido más correcto, seguramente sí afectados. Tal vez, como dejó caer Penélope Cruz, puestos a estimar la gravedad de los hechos, resultan más preocupantes los recortes en educación.
Claro que un país donde la cultura adquiere un carácter marginal tampoco puede considerarse, a nuestro entender, un país desarrollado. Deberíamos medir el desarrollo no sólo en lo económico, también en lo cultural, en los niveles de lectura, de asistencia al cine y al teatro, a los conciertos también, en la existencia de infraestructuras para que haya realmente una actividad cultural. También en el compromiso de las administraciones con la cultura, no mediante las obras faraónicas que con frecuencia hemos visto y que se han llevado buena parte de los presupuestos públicos, sino con la cultura cotidiana que nunca va a ser exhibicionista, pero que mantiene en muchos casos la calidad y la cercanía a la población, mucho más importante. Mucho nos tememos que en la vieja y cultivada –otrora- Europa todo esto empieza a fallar.
Aunque un festival posee mucho de fachada, de glamour y de superficialidad, ciertamente, quizá sea bueno que existan sobre todo ahora, para recordar que también hay una actividad tan importante como el cine, como la cultura en general, un mundo en el que habitan los sueños colectivos e individuales y que al final son los que conmueven de verdad. En este sentido, por fortuna, San Sebastián no nos ha defraudado.

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POEMA MEDICINAL
Por Cecilio Olivero Muñoz

ASPIRINA CONTRA EL SUICIDIO

En mi última agonía callaré lo que dono,
el dolo ajeno, por que nadie es eterno,
 no habrá cómo, para dónde, ni acomodo,
encerraré la culpa en mi duda de invierno
cual niño culpable del robo de un cromo
y lo guarda él en un oscuro trastero
entre páginas de un libro de grueso lomo.
 Fin del rollo, final de hospital con galeno,
cuando mi cuerpo se convierta en plomo,
plomo, plomizo, sentencia el veneno,
me iré anhelándole galaxias al cosmos
o tal vez a rastras de sutiles silencios,
si la vida es utopía, si la vida colmo
me pudriré de nadas y nadires diversos,
¿extrañaré la purga donde agujas conozco?
 Pequé poco de santo, recé de pío demonio,
nadie vio la certeza, nadie tocó nunca bombo,
me inundaré de plegarias de atajo y verbo,
me tragaré la hiel, la miel y el calostro,
suplicaré acciones, perdones y aprecios,
me extinguiré de mejillas en tonos de rojo,
me iré de aquello que tanto quiero,
cuando me traten como tunda de despojo,
cuando mi alma salga de un huevo
algún pico quedará en su poso,
cuando ya no esté entre este cuero,
cuando mi polvo sea ya otro polvo,
¿recordaré las alegrías y el pinchar en hueso?
¿Tendré morriña por beberme el mosto?
¿De deambular vacío entre todo resto?
¿De querer haber sido tal vez otro?
¿De manejarme esclavo del tiempo?
¿De querer lo que quieren quizá todos?
¿Me olvidaré de mi primer beso?
¿Me acordaré del poema y del madroño?
Esclarecí el misterio de donde vengo,
disipé y arañé el feto blando del morbo,
me perdí entre libros, collages y luengo,
me apropié de aquello que añoro,
me perdí entre la huella que ya no dejo,
me quise perder en sarmientos que corto,
me quise llevar ciencia y musa al huerto,
reí, amé, sucumbí, y a veces, menos lobo,
lloré, dormí y comí con espíritu suelto,
me hago agua entre poro y poro
sudando la vida al completo,
resucitando como resucita un retorno,
como resucita un abril concreto,
como resucita la tormenta en este contorno,
cuando este caminar camine lerdo,
cuando este cuerpo sea ya estorbo
y no haya manera de ser, aunque en anhelos,
beberme ese chorro todo de un sorbo,
cuando os vea desde candiles y catalejos
os envidiaré como se envidia al cachondo,
que traspasa la raya del cachondeo,
goza leche de hormiga, se ríe del ceporro,
se olvida en bares chaqueta y sobrero,
se bebe la vida desde vasos hondos,
resiste la pulpa de mujeres de acero,
se deslumbra la risa en sus ojos,
la juerga es su bilis y también su suero,
la pena es su crisis, el tiovivo su sueño,
no lloréis por mí, pensad que fui un loco
y siempre anduve poniendo remiendos
por no ser sinvergüenza, para verme sordo,
por ser de la tribu de los más menos.
Por ser ardid si me atrevo a pudrirlo todo
sin mover ni tan siquiera un dedo,
malgasté dinero y amigos que codo con codo
nos bebimos el agua hasta de los floreros,
puse en cartas de hielo y de cualquier modo
un listado infinito de ardientes te quieros
y un mote a quien le encajó el apodo,
puse trabas, dije síes, dije noes y puse peros,
dime tú si ya no ríes, si es que ya no rimas verso,
dime tú si ya no eres, si es que ya andas disperso,
dime tú si no peleas,
[o si encerraste para siempre al preso.

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La crónica


            La ciudad no existe, nunca existió y nunca existirá. Así es como lo expone el cronista cuyo nombre desconocemos, no firma el texto, ni siquiera lo rubrica, algo que, dada la época, tampoco es tan extraño: estamos en el siglo XI, no hay la misma noción de autoría que en nuestros días y la literatura en buena forma poseía mucho de juego de réplicas y contrarréplicas, incluso cuando hablamos de crónicas como es el caso. Pese a todo algo sabemos de él, según me confirma Alfredo, tan atinado siempre en estos temas de lenguas y variantes. Por ejemplo que es de Bayona porque escribe en bearnés con giros propios de aquella ciudad y palabras labortanas que incorpora a las frases pero sobre todo coloca en los bordes del pergamino, como recordatorio de algo que ha de continuar más tarde, detalle este que nos indica también que es detallista, observador, meticuloso. La idea central, más que la mera descripción, es esa sensación extraña, la de alcanzar una ciudad que no existe pero a la que llegan tras varios días recorriendo caminos y campas. Lo va repitiendo varias veces a lo largo del texto, que la ciudad no existe, que nunca existió y nunca existirá, aun cuando los viajeros contemplan sus calles estrechas y curvas, huelen el dulzor de las especias, ven sombras que se cruzan por las esquinas, raudas siempre, como si los habitantes inexistentes de aquellas calles les estuvieran evitando. El cronista comenta la presencia de aquellos hombres y mujeres que les esquivan, aunque presiente que sin ánimo de ocultarse del todo, con otras intenciones, esto eso, con ganas de hacerse notar, de que sepan los extranjeros que están allí, aunque no existan. La repetición no deja de ser una necesidad, la de convencerse, la de fijar la realidad, la de entender lo que les rodea. Ni el cronista ni sus acompañantes pese a todo dicen nada, no hablan, mantienen el silencio para escuchar e intentar captar algún ruido, tal vez porque confían más en sus oídos que en su vista, porque creen que los ojos pueden engañarles, las orejas no.
         La crónica es muy completa tal vez por ello, porque su escribano ha sabido escuchar más que ver. Por lo demás, quien la escribe conoce bien el arte de la escritura, describe hasta el detalle más nimio, posee la paciencia de dar vueltas alrededor de un punto, de un aspecto, de una sensación, con la intención de que nada quede en el tintero, que todo quede dicho. Pero resulta difícil hablar de lo que no existe. Sabemos ahora, somos enanos en hombros de gigantes, que otros muchos escribanos, novelistas y poetas han intentado narrar lo inexistente, jugar con las sombras y fijar en el papel ese terreno movedizo de la muerte, que no deja de ser una manera de dejar de ser y de existir. No siempre consiguen idénticos resultados, aunque con frecuencia sus secuelas le resultan no poco angustiosas al lector atento. Sin embargo, nunca he sentido ese grado de ansiedad que se va acumulando mientras uno avanza en la crónica, hay algo que me desasosiega profundamente, como si el cronista habitara en las entrañas de sus hipotéticos lectores y los enfrentara a lo cotidiano mostrándoles, mostrándonos, todo el dolor posible. Si el ojo humano pudiera ver todos los demonios sobre la faz de la tierra, no se podría vivir, afirma el Talmud. A veces me tengo que detener, no porque el párrafo en cuestión me haya resultado complicado o difícil, sus frases no son obscuras ni se enmarañan en formulismos tenebrosos, al contrario, se suceden con armonía, como una fuente de aguas claras, pero algo me duele por dentro, no sé por qué, no entiendo la causa de toda esa turbación, pero ocurre, de repente me detengo, miro por la ventana cercana y contemplo el edificio junto a mi facultad y más allá los montes por los que anduve una y mil veces.
         Cuando me quedo así, extraviado, con la mirada perdida, Alfredo me pregunta por mi trabajo. Necesitas alguna ayuda. No, gracias, le digo, de momento no. El manuscrito me llegó dos semanas atrás. Le consulté los asuntos de lengua. Luego me sumergí en él. Las palabras las leía como si fuera lluvia fina que me mojara con suavidad, casi con dulzura. La ciudad que no existe parece también sumergirse en la llovizna. Tal vez se trate de un recurso del cronista que domina los trucos del oficio. Si viviera hoy, sería un escritor de culto, qué duda cabe, pero desconocemos su nombre y no habrá jamás recuerdo de él más allá de esa crónica hallada por casualidad en la gaveta de un viejo cajón catedralicio. Hay tantos libros perdidos, tantos autores cuyo nombre no sabremos y cuya obra no leeremos jamás que me produce un profundo vértigo, tan grande es mi afán por leerlo todo. Existieron, pero ahora ya no existen y es como si nunca hubieran existido, como aquella ciudad que se halla sólo en la cabeza de unos caballeros aventureros y un cronista con vocación de vate cuasi místico y que la describe al detalle.
         Reflexiono sobre esa inexistencia de la ciudad. Me pregunto si es real, si de verdad llegaron a un lugar que veían con sus ojos pero intuyeron que no estaba allí ante ellos, o se trata de un mero recurso, si los caballeros y el cronista tuvieron delante de sí un espejismo, fueron víctimas de una misma quimera, y se adentraron por el mismo ensueño, conscientes o no de todo ello, o fue el cronista quien se permitió jugar con la imaginación. Me pongo en el momento de escritura, hay otros recursos en la época, otra forma de captar la realidad, otro concepto de realidad y que nada tiene que ver con la racionalidad y la lógica de nuestro tiempo. Lógico, el mundo se explicaba entonces de otra manera, lejos de toda racionalidad. Si aceptamos que la ciudad no existió, cuál fue entonces la reacción de aquellos hombres, acaso la misma que la de Juan Preciado al entrar en Comala en busca de Pedro Páramo y descubrir que nada es lo que él ve o por el contrario no hay extrañeza por nada, asumen la realidad de lo irreal y de lo inexistente, lo confunden con lo material, al fin y al cabo todo posee un espíritu y se acepta, se trata de un animismo que perdura aún en el tiempo de la crónica. Nada se desprende del texto, el cronista comienza a hablar de calles y sombras, plazas y neblinas, nada existe, afirma, y lo mismo refiere al describir vagamente a hombres y mujeres que distinguen entre neblinas, incluso de la muchacha con quien tratan, blanca y bella, distante pero llana cuando habla con ellos mediante palabras que parecen brotar de un lugar íntimo y armonioso, como si en realidad, aunque no nos lo recogiese el cronista, aunque no lo escribiera, lo pensara en lo más íntimo de sí mismo, y por ello fuera ella un espíritu pleno y libre, tal vez un ángel, pero en todo caso ninguno de ellos existe, repite el cronista, ni siquiera la misteriosa belleza que encubre a la muchacha, y no hay sorpresa ni espanto en ello, tampoco es voluntad del cronista, me parece, remarcar sensación alguna, porque sólo en los ojos de quien lee esas páginas, los míos en ese momento, los de futuros lectores que los habrá si algún día publicamos la crónica, habita la angustia que el texto y la vida llegan a engendrar.
         Me quedo de nuevo ensimismado, con la mirada perdida tras las ventanas. Existe mi ciudad, me lo pregunto una y otra vez, existe mi vida, me lo planteo no sin profunda turbación e inquietud. Y si fuera todo lo que me rodea lo que no existe en realidad, acaso el cronista esté leyendo o se imagine entonces mi vida, me digo no sin repentina angustia, en esa otra crónica que yo relleno en cuadernos repletos de notas y que escribo como reflexiones de lo cotidiano o como proyectos literarios sobre los que divago de un modo u otro, un enorme y largo diario cuyo rito cumplo a rajatabla, todos los días, para escapar tal vez de la extrañeza que me produce la vida. La ciudad no existe, pero tal vez tampoco los caballeros y el cronista, ni yo como lector existo, o acaso soy un muerto, un muerto parecido a Juan Preciado y que sigue levantándose todas las mañanas, cumpliendo con los gestos cotidianos, salgo de casa, acudo a la universidad, la misma universidad donde estudié, cinco años de Literatura románica, especialidad en medievalismo, doctorando en la obra del Rey Dom Dinís, agregado a la cátedra de Románicas, un buen chico, he oído que dicen, serio y estudioso, comentan de mí, mis padres por ejemplo, que hubieran preferido que estudiara algo más útil, derecho, por ejemplo, pero ya están satisfechos, y por la tarde salgo con Lorena, nos enamoramos –los muertos o inexistentes también nos enamoramos- tras coincidir en una clase, durante la carrera, como con tantos otros compañeros que tal vez nunca existieron, y hablamos de libros y paseamos por los parques, junto al río, y vamos a fiestas, y nos amamos y reímos y nos entristecemos como muertos, como muertos que somos y que no existen, y todo eso lo lee un cronista del siglo XI, quizá se pregunte qué sentido tiene todo eso que cuento en mis páginas, qué sentido más allá del placer de la descripción, aunque puede que ambos seamos también uno mismo, real o inexistente, como en el cuento de Cortázar en el que un accidentado y un indígena son la misma persona que se sueña uno con otro a la vez, sin saber quien es el soñador y quien el soñado en realidad.
         Alfredo entra en el despacho y me despierta de mi estado de ensoñación. Trae café y unos cruasanes. El desayuno, dice remarcando las sílabas, alargando las vocales, haciéndose pasar por un aguerrido camarero. Sonrío amable. Que los muertos se revuelvan en sus tumbas, me digo, sin importarme en que lado de la lápida me encuentro.

Juan A. Herrero Díez

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EL PASO DEL TIEMPO

Es un cuadro de abandono
Trabajado por el tiempo,
Un guión hecho pedazos
Y un bohemio en su vejez,
Una gaveta arrumbada
Con un tesoro escondido,
Son las cartas que el poeta
Escribió…alguna vez.

Son letras que tienen alma
Mostrando su sentimiento,
Y que gritan doloridas
Lo que es morirse de amor,
El mundo gira impasible
Cargándolo de pesares,
Se hace fuerte en sus versos
Es un pobre…soñador

Hay una huella indeleble
Transitada por sus pasos,
Que llevan a un arco iris
De magia y feliz esplendor,
A un costado una casita
Que atesora muy adentro,
Allí moraba Rosaura
Un sublime…y hondo amor.

Amó mucho y lo han amado
Y algunas veces le han fallado,
Todo eso le ha servido
Para ser hombre de bien,
No todo ha de ser negro o blanco,
Y aprendió al fin y al cabo
Que a veces…hay grises también.

Pero efímero es todo
Y se apaga de a poquito,
Lo de ayer solo es recuerdo
Y solo le atañe a él,
El viento se ha de llevar
Ilusiones y sueños vanos,
Y una foto desteñida
De ese…que supo ser él.

Acomoda sus vivencias
Y se va muy despacito,
Tomará la calle larga
Esa que lleva al final,
Se perderá en la bruma
Envuelto en nubes de gloria,
Y desde el cielo seguro
Nos mandará…una señal.

Boris Gold

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SONETO
Por Rodolfo Leiro

A MANO, MUCHACHA

Inspirado en “Mano a Mano”
Carlos Gardel y Celedonio Flores

Jamás trizó el improperio
a tu agraciada silueta,
de tu perfil de pebeta
al hoy de tu medio imperio.

¿Qué te enroló un pibe serio
y hoy me colgás la gayeta?
¿Qué los besos de tu jeta
fue mi cálido sahumerio?

Puse en tu bolso, criterio
con buena guita, un salterio,
que gozó tu fina facha;

te perdoné el adulterio
como salmo en monasterio.
A mano estamos, muchacha.

Construido a las 14,44 del
22 de agosto de 2012-08-22

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LA VENGANZA

En carrer del Bisbe, detrás de La Catedral, subiendo hacia La Rambla, siempre veía a esa mujer pidiendo unas monedas. Lo que más le molestaba era la forma exagerada en que con tono lastimero, pedía unos céntimos. Exageraba tan teatralmente un falso temblor de su mano al extender el bote, toda vestida de negro, que no engañaba a nadie...Un pañuelo, también negro y raído que le tapaba gran parte del rostro, completaba el disfraz. Pero lo más ruin de la representación, lo constituían sus pies descalzos también temblorosos, con la baja temperatura de esa tarde de febrero en Barcelona. Marina, todos los días la veía al pasar para su trabajo y cada vez, la indignaba más esa representación que hacía ....
Un día en que había tenido una discusión con una compañera de la tienda, Marina se paró delante de la mendiga de negro, como la llamaban y le dijo:-¿Si te traigo medias, te las pones? ¡No sé para que haces ese sacrificio de representar una miseria que nadie te cree!
Lo mismo que el temblequeo ese, crees que la gente es tonta y no se da cuenta de que es fingido? ....y fue a sentarse, para calmarse un poco a los bancos de la plazoleta donde los turistas, contemplaban a unos jóvenes que fabricaban enormes pompas de jabón...
Estuvo ahí un largo rato, para calmarse un poco, se sentía intranquila, con la sensación de haber descargado sus nervios por la discusión con su compañera, en la mendiga.
A rato, bajó de nuevo por la cuesta hasta la plaza de La Catedral y ve, asombrada, que la mendiga se levanta sin ninguna dificultad ni temblor y se encamina a paso rápido hacia un auto que la recogió con la naturalidad del que lo hace todos los días....Se fijó en el chofer, que era un joven de nariz aguileña , manejando con destreza, un auto particular....
De pronto, notó inquieta que la mujer, que se había quitado el pañuelo de la cabeza, advertía su presencia y se la señalaba al joven.
Pasaron dos días cuando Marina olvidada ya del episodio, volvía de su trabajo, cuando sintió una dolorosa punzada en su espalda que acabaría con su vida, y cayo en la pendiente, no sin antes reconocer al joven de nariz aguileña.

Elsa Solís Molina
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© SER QUIEN FUI
Por Gustavo M. Galliano

Sobre la barca que abarca,
No sé si vengo o si voy,
No sé si es trascendente,
Lo importante resulta si soy.
Escudo del guerrero brillante,
Murmulla el alma triste,
Lento el cuervo lanza su graznido,
En el bosque turgente de tu voz.
El prado de las gaviotas
Encadenados en islas
Reclaman su potestad,
Sobre la tierra de redes.
En el país de anillos de oro,
Expuse mis intenciones,
Intempestivo, impetuoso,
Pleno, confiado en aquél muérdago.
Pero el faro de tu frente,
Venció a la espada de la boca,
Y aquella actitud de Diosa,
Transformose en águila que come avena.
Fui gentil sedal en primavera,
Pero nada floreció ni solicito carnada,
Hoy me retraigo en lecturas,
De poetas más prosaicos.
Huirán de mí las golondrinas,
Las naves, las flores y las armas,
Pero los libros me amaran siempre,
Las palabras me acariciaran las sienes.
Fui longevo nombre de renombre,
Bronce que talla quien ni siquiera conoce,
Hoy crecen  niños con mis libros,
Y soy feliz, desde no sé donde.-

© NUNCA PASIÓN NUNCA
Por Gustavo M. Galliano

Se rebeló a creer en un Dios,
omnipotente y jactancioso,
y su hoy pagano se arrodilla,
ante una cruz, una equis, una esfera.
Deseó llegar a ser inmortal,
y se tatuó el rostro de Dorian Gray…
hoy gime sus lamentos,
marcando en el fango su desliz.
Se rebeló a creer, creyendo,
bebió de su propia bilis candente,
se arrepintió y gimió, titubeante,
más no hubo ángeles insurgentes.
Se despertó y encontró despojos de Sol
cocinando una aurora pretérita y ausente,
pidió perdón,  masculló disculpas,
pero era tarde para creyentes o augures.
Se lamentó por no creer en algún Dios,
se lamentó por deambular en solitario,
solo y cansado se entumeció, masticando gusanos,
en sombra peñasco, cima hosca de montaña.-

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SELECCIÓN DE POEMAS
Por Gonzalo Salesky

LEJOS


Apuestas perdidas,
lecturas en vano,
soberbia en la sangre.
Me siento tan lejos…

Hoy vuelvo a verme
en pequeñas batallas,
con pasajes lúgubres
y heridas al viento.

Ha pasado lo peor de la conquista,
dejaré mi lecho perfumado
y seguiré sembrando.

Me quedaré tan sólo con el destino leve,
con el día, la neblina
y aquellas voces lejanas.

DÍAS INÚTILES


Hay días inútiles que trato de evitar,
la sangre nunca miente.
Aunque aquello se aleje,
encuentro en las tormentas
un modo de escapar, una rendija.

¿Por qué será? No sé, quizás
que todo muere y quema al ir naciendo.
Que nada importa ya porque es inútil
soñar... la vida sólo es esto.

SIN NADA


Sin palabras,
sin aliento,
sin agua y sin sed,
sin fuego en mi cama.

Sin esperanzas ni frutos.
Sin pasión, sin prisa,
sin recuerdos ni estrellas.

Sin nada que me nombre tu sonrisa,
con todo lo que ayude a olvidar,
sigo escapando, ciego y sin vida,
sintiendo que el amanecer es poco.

CADENAS


Un fondo de silencio, una canción
se escriben solas, sin miradas amargas.
Pudimos doblegar aquel fantasma
aunque mañana regresen las cadenas.

¿Podré volver al seno de mi tiempo?
¿Podré salir del barro sin tu amor?
La piel me ayudará lo suficiente,
ya no será de rosas el perfume
y el cielo, cada noche,
me cubrirá de ocaso.

HOJAS DEL ALMA


Tuve instantes de locura,
tierra fértil para excesos.
Arranqué y arranqué hojas del alma,
supe llegar al borde del abismo.

Enfrenté los dragones de la noche.
Temblando, con la daga vacía,
el corazón latiendo en una mano
y por mis venas, la sangre congelada.

El tiempo lo era todo y a la vez,
nada tan frágil como ver nuestra vida
consumirse. Como ser los condenados
desde siempre,
para siempre,
jugando a ver el fin de esta quimera.

INFINITO Y ETERNO


Acaricio lo imposible, lo profano.
Trato de no dejar huellas.
Dejo que nuestra vida pase
en tu boca, en mis sábanas.

Sueño con enamorarte…
Quiero que todo se aleje
y se concentre en un punto,
casi infinito y eterno.

Ojalá la muerte sea tan sólo hoguera,
para vivir al lado de tu nombre,
tan cerca de la ausencia que libera.

BLANCA


Como el horizonte previo a la tormenta,
blanca como el agua que aún no cae,
como la figura que alumbra mis noches,
casi como un hada...

La nostalgia viaja a través del tiempo
ganando batallas a la oscuridad.
Es blanca mi alma cuando te recuerda
alejando sombras,
sin miedo a perderte.

SER DISTANCIA


No quise solamente ser eclipse,
encontrando el alma donde ya no está.
No quisiera ser sólo la sombra
de aquello que no fui:
ser mentira, espantapájaros,
secreto a voces, ser distancia.

Tampoco pretendo estar seguro
de cómo pasa el tiempo,
sin haber logrado todavía
retar al destino. Y en mi esencia,
preguntas sin respuesta me someten,
me agobian, me interrumpen…
me liberan, al fin, de aquellas sombras.

NO BUSQUES


No busques el rumor de tu silencio
ni el hielo sediento que no quema.
No busques color en el vacío
ni en lágrimas perdidas, la tristeza.

No busques en el mar ninguna gota,
no te ahogarás llegando a lo profundo
porque te falta callar, te falta mucho
para cantar victoria en la derrota.

CULPA Y PECADOS


A cada paso, siluetas luminosas
caminan junto a mí, aunque es difícil
salir –escapar– de la armadura.

No seremos libres al seguir creyendo
promesas fugaces, en letras sin alma,
en culpa y pecados que quitan el cielo.

¿Habrá campanas para evitar el miedo?
Mejor callar a veces –casi siempre–,
dejar que el viento pronuncie nuestro nombre.

EN MIS MANOS


Cuando descubra tu ser
tendré polvo en mis manos.
Las lágrimas ya secas;
tu vientre, vacío como mi alma.

Mis páginas borradas, una a una,
como terrones del olvido, como sangre.
Tu dolor, el mío y este mundo
no alcanzarán para tapar el cielo.

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