domingo, 21 de octubre de 2018

Nevando en la Guinea -Historia de una utopía- (Cecilio Olivero Muñoz)


En 2008 comenzó a publicarse Nevando en la Guinea. Han pasado diez años, aunque en el 2014 dejamos de publicar y la retomamos en mayo de este mismo año 2018. Al principio publicábamos cada semana, después cada mes y acabamos publicando de manera trimestral, ya que nos era imposible publicarla con un mínimo de calidad. Primero fueron dos blogs-revista, luego incorporamos la web con todos los PDFs (números que llamábamos caterva) e introdujimos entrevistas (véase ediciones pasadas en el 2009 y en adelante), vídeos sobre literatura y artículos de Juan A. Herdi y míos. Al principio no era revista, era una caterva en formato PDF en la que nos congregábamos una serie de escritores y poetas haciendo alarde de nuestro amor hacia las letras. El nombre se le ocurrió a Juan A. Nevando en la Guinea, parece una paradoja, ya que Guinea viene por cómo llamaban los europeos por el siglo XVI al continente africano, y también, todo hay que decirlo, porque es casi imposible una nevada en África, a menos que ésta sea en el Kilimanjaro, y con el cambio climático, ya ni siquiera ahí. El nombre de la revista (ya ha dejado de ser caterva y ahora sí es una revista) es una utopía que tiene un sentido global debido a los cambios de nuestro planeta y las paradojas que conviven con los amantes de la palabra escrita. 
Y digo paradoja por que la revista se maqueta y se encuaderna en Venezuela. Ahora es una revista como exige el personal que la disfrute y todo un compendio de buenas y bellas virtudes que se pueden disfrutar desde las webs/blogs www.nevandoenlaguinea.com/ y www.nevandoenlaguinea.org/ La publicamos en dos lugares simultáneamente, el primero con scroll infinito, el segundo más sencillo y simplista. Publicar en Venezuela es una utopía que se hace realidad en cada número, en cada voluntad firme de que lo utópico se haga realidad, aunque no imposible, gracias a Juaníbal Reyes Umbría y a la www.agencialiterariadelsur.com/ podemos decir hoy que sí es una revista. En ella se reseña, se relata, se poetiza, se hace crítica, se hace arte, se reivindica y se publicita. Tenemos los anuncios (consulten precios sin compromiso) que quieras más baratos y mejor elaborados del mundo literario, publicamos textos de calidad, hacemos un llamamiento reivindicativo para el gran continente que es África, y al final seguimos siendo caterva que nos ponemos a soñar musitando la palabra mágica Ubuntu (o todos, o ninguno) que es como decir para todos todo. Una utopía quizá para los que dudan de la fuerza de la unión, pero una realidad si miramos el horizonte con otros ojos. Para más información: nevandoenlaguinea@hotmail.com 

sábado, 13 de octubre de 2018

"After" o la búsqueda de los paraísos artificiales (Juan A. Herdi)

Fue Baudelaire quien recuperó el término spleen entendido como ese sentimiento de tedio, de angustia, de cansancio y de temor, una sensación que invadió al individuo en plena época de la primera revolución industrial, cuando surgen los horarios –fue una necesidad que vino con el ferrocarril– y el ser humano se cosificó al devenir una mercancía más en el marco de las nuevas relaciones económicas y sociales que se establecen con el capitalismo en ciernes.
Spleen procede del griego splēn, el bazo que, según la Grecia clásica, es donde se hallaban los humores (para los hebreos, en cambio, el bazo era el órgano de la risa). Baudelaire lo emplea para una breve pero intensa descripción emocional en su Spleen de Paris, libro que aparece tras la muerte del escritor y que es una recopilación de pequeñas piezas donde describe sobre todo la melancolía, pero también el vacío, el horror ante el paso del tiempo, ya definitivamente el tiempo de Cronos, el tiempo del reloj y de las horas, o la desesperanza.
El spleen del que habla Baudelaire es una colleja en toda regla contra la idea de progreso sin fin que domina el siglo. El crecimiento económico y social se considera inevitable y ese optimismo lo adoptan también los revolucionarios, que incorporan a la utopía futura del comunismo ese mismo concepto de progreso, esta vez sí para toda la sociedad, que en tal futuro ya será sin clases y sin la explotación humana. Baudelaire lanza contra tanta ilusión y expectativa una mirada desesperada. Es el aburrimiento lo que domina su mirar, aburrimiento que tiende a la melancolía, que no tiene que ver con lo que hoy entendemos por melancolía, sino que es más lo que conocemos por depresión.
Ni qué decir tiene que el spleen se entrelaza con el pesimismo que es una corriente sentimental que atraviesa toda la historia humana, el mundo no va a mejor, es una idea que ya se daba en la antigüedad, incluso entre los griegos, pero que de pronto parece acentuarse en la segunda mitad del siglo XX, tras la experiencia del nazismo y de los autoritarismos genocidas que son un mazazo en toda regla, a lo que se añade la impresión de que esa idea decimonónica de progreso permanente no es real, no ocurre en la realidad.
Pero el spleen no tiene que ver con las grandes doctrinas ni las experiencias colectivas, sino que se trata de una sensación individual, es el sentimiento que surge del interior del individuo en su más absoluta soledad, un horror ante el mundo, ante el tiempo, ante la fatalidad, ante la sensación de que somos incapaces de superarnos a nosotros mismos y crear otros mundos, regresar al paraíso o construir una utopía, ni siquiera podemos ya relacionarnos con los demás, con nuestros iguales. Hemos perdido el paraíso y nunca volveremos a él, ni siquiera nos podemos dar ya el gozo de la primera vez, cuando además ni siquiera concebimos que vayamos a ir a mejor.
Frente a toda esa desesperanza, se impone la necesidad de los paraísos artificiales, de los que habló también Baudelaire.
En 2009 el director de cine Alberto Rodríguez presentó su película After. En ella asistimos a una noche loca de tres amigos, Manuel, interpretado por Tristán Ulloa, Ana, interpretada
por Blanca Romero, y Julio, interpretado por Guillermo Toledo, cuarentones los tres, en principio aposentados socialmente, habitan zonas residenciales, tienen medios, todo apunta a que deberían vivir no sin plenitud y felicidad en el apogeo de sus vidas.
Pero lo que en realidad hay tras su pretendida alegría es una necesidad de huida, de escapar a su cotidianidad insatisfactoria, a no querer afrontar el vacío, el tedio, la falta de expectativas, la culpa y sobre todo un lamento por no haber aprovechado la oportunidad de ser diferentes y de haber dejado marchar a Kairós, ese dios del momento adecuado en que todo es posible y que hay que saber atrapar cuando pasa a tu lado. Viven atrapados por la rutina, por el desamor, por la frustración de un trabajo que se vuelve irritante, falto de sentido.
Buscan en la diversión galopante, en el alcohol, en la cocaína y en el sexo descontrolado ese paraíso artificial que les salve del vacío y de la angustia que hay en sus vidas, que sea al menos un sustituto de la utopía personal y colectiva que, saben, nunca van a tener. Ese recorrido por el Madrid nocturno es una repetición ritual del paseo de Baudelaire por París y en el que domina a todas luces el spleen ante la vida.