jueves, 12 de noviembre de 2020

Reflexiones de una ondjundju-Mmecunuk-Juliana Mbengono



Mmecunuk: el arte de hacer música con el agua


A veces pasa que estamos trabajando y nos ponemos a tararear una canción; otras veces nos sorprendemos en la ducha poseídos por nuestro cantante favorito, también los hay que se convierten en artistas cuando llegan al rio.

 La música es ritmo y pasión: un ritmo que acelera nuestras alegrías calmando nuestras penas; una pasión que se siente en el corazón y nos llena de fuerzas, de vida, nos motiva.

Actualmente se habla de música comercial, música crítica, música bailonga, rap conciencia, música agresiva, etc. y los ritmos de la música africana actual no están libres de esas etiquetas. Pero existe un ritmo de música africana que nunca cambiará sus etiquetas: la música que hacen las niñas en los ríos. Ésta música siempre ha sido y siempre será por alegría, por amor a los que te rodean, por felicidad, por estar en armonía con el entorno.

De lejos, el sonido se asemeja al de los tambores. Sabemos que no son tambores porque, aunque sean sonidos agudos y profundos, al mismo tiempo son suaves y producen sosiego al alma. 

A medida que nos vamos acercando, vamos descubriendo que alrededor de ese sonido que casi nos hipnotiza a Kilómetros, hay risas. Y al llegar al rio, no podemos evitar sonreír al ver a las niñas compitiendo por hacer las mejores melodías con el agua. Nos transmiten su emoción por la vida. 

No me imagino a nadie tocando el mecunuk con el corazón lleno de tristeza. No, se necesita vida y alegría para darle palmadas rítmicas al agua y producir melodías agradables que, incluso, se pueden acompañar con letras.

Tampoco me imagino a alguien enfadado tocando el mecunuk. Es difícil tocar el agua sin reírse por el placer que nos produce escuchar únicamente la melodía que producen nuestras manos con el agua. Y digo reírse después porque, en el preciso momento que tocamos el agua como si fuese un tambor, nos salpicamos tanto que parece que estamos teniendo una pelea de agua contra veinte personas. Quien toca el mecunuk siempre mirará al lado o hacía arriba y difícilmente al frente, donde sus manos revuelven y salpican el agua. 

Hacer música con el agua es tan divertido que es imposible mantener un volumen moderado o bajo. Cuando empezamos, pasamos de lleno al volumen más alto y al ritmo más rápido. Dejamos de escuchar cualquier cosa que no sea la melodía del agua. Ahora que tenemos duchas con agua caliente a chorros, sólo queda contar aquellas experiencias y recordarlas tan lejanas como las historias de un museo. 

Con la tecnología y la globalización todo va hacia adelante, pero algunas cosas se quedan atrás. Cuando nos íbamos al rio, no sólo nos divertíamos bañándonos y salpicándonos los unos a los otros; también disfrutábamos de la música acuática. Las niñas mayorcitas enseñaban a las demás, ellas sabían cómo ahuecar las manos y cómo dar las palmadas para que el agua produzca los sonidos que deseaban. A veces, imitaban el canto de los pájaros y otros seres de la naturaleza. 

Cuando cae la tarde cerca de un bosque, de entre los tantos sonidos que podemos escuchar en la naturaleza, está el canto de los pájaros. Una de las letras con las que imitábamos el canto de los pájaros decía:

Cúcú, nzah bihi dji djóm

¿djóm djé?

¿djom mintutom?

Maha ye dji, mmemá anea bum. (bis)


Español:

Cúcú, ven a comer un envuelto conmigo

¿Un envuelto de qué?

Un envuelto de mintutom (los mintuton son pececitos de agua dulce)

No comeré, mamá está embarazada.


Tengamos en cuenta que los platos que el fang prepara envueltos en hojas son para ocasiones especiales y se consideran como una muestra de cortesía; por lo tanto, son platos que se preparan y se comparten con gente distinguida. Pero Cúcú rechaza la invitación porque su madre está embarazada. Parece absurdo, pero dentro de la cultura fang se cree que los niños pueden llegar a tener un gran parecido a lo que hayan estado comiendo la madre y otros parientes cercanos durante el embarazo. Ésta podría ser una forma de transmitir las creencias a los más pequeños.

Esta letra y muchas otras marcaban el ritmo y se repetían tantas veces que, pasaban las horas sin que nos diésemos cuenta.


Actualmente, a nivel mundial, muchos jóvenes quieren ser cantantes de renombre a nivel internacional. Quizás para los africanos sea muy difícil, porque siempre intentamos adaptarnos a los ritmos occidentales desarrollados; pero lo que sí sé con certeza es que la música forma parte del corazón de los niños y los jóvenes de África. Cantamos y bailamos cuando nace un bebé, cuando crece, cuando se casa... La vida está acompañada de música en todas sus etapas.

Al hablar de los instrumentos de la música tradicional, concretamente en Guinea Ecuatorial, es imposible que no se mencione el nvet, el ngom o los mendjang. Estos instrumentos que equivaldrían a la guitarra, los tambores, o el xilófono, siempre han sido tocados por hombres especiales en determinados momentos. No se tocan porque sí o porque uno desea alegrar la tarde y ya. Se trata de instrumentos que normalmente se utilizan para anunciar, convocar, celebrar, etc.

Mientras los mayores tocan el ncú o el mendjang en determinados momentos, las niñas son libres de tocar el agua todos los días que quieran. 

Para hacer música con el agua, no vale llenar un barreño de agua o estar en una piscina, no. Aunque quien lo intente en una piscina podría obtener buenos resultados. 

El entorno natural que rodea al rio, el ambiente, los sonidos de la naturaleza… todo eso influye. Si quitáramos uno sólo de esos elementos, el mecunuk perdería su esencia.

viernes, 6 de noviembre de 2020

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)



Joseba Martínez Huerta

Paseos y derivas

Editorial Rubric, 2020


Les aconsejo vehementemente que se provean de este libro, Paseos y derivas, que lo lean con lentitud y de manera constante, en el orden que quieran, en cualquier momento del día o de la noche, que degusten cada una de las píldoras reflexivas que lo componen, textos brevísimos acompañados de una cita, que repitan su lectura las veces que haga falta, les aseguro que las posibilidades son infinitas, incluso llévenlo siempre consigo, aunque se desgaste o se pierda, en tal caso provéanse de otro para seguir leyéndolo, los efectos les resultarán, si mantienen una lectura frecuente y atenta, más que notables. En sus 135 páginas y una cita añadida aprenderán cuanto menos a caminar, contemplar y escuchar, a disfrutar del laberinto de las ciudades, a destripar el tiempo en beneficio propio. Es muy difícil que un conjunto de escritos breves contenga toda la inmensidad del mundo. Este lo atrapa con la tenacidad del paseante que es su autor, alguien que, según me cuentan, gusta de perderse por la ciudad –y en su ciudad sin duda están contenidos todos los laberintos– y contemplar las copas de los árboles en busca del komorebi, que son esos rayos de sol que se filtran a través de las hojas de los árboles. Pasear ayuda a pensar y pensar permite situarse en el mundo, encontrar un lugar, adecuar el tiempo a la vida, no al revés. 

Eso es justamente lo que nos ofrece el autor, unos pensamientos breves que son una invitación al goce del instante concreto, sin misticismos, con reflexiones profundas a flor de piel, pero nunca imponiendo o adelantándonos una conclusión, esto es cosa nuestra, y puede que si aplican sus recomendaciones les ocurra lo del monje que al contemplar el jardín pierde por completo la sensación presurosa del paso del tiempo. Este libro es una invitación a disfrutar de una vida intensa, ajena al ruido de esta contemporaneidad que ahora mismo nos está resultando bastante distópica. El autor pasea por calles, plazas, parques y jardines, cualquier rincón es apto para sugerirnos prestar atención al entorno cotidiano y que las prisas nos impiden contemplar. También nos invita a pasear por poemas y citas de otros escritores, la literatura es al fin y al cabo otra forma de caminar, en este caso por las palabras, algo que requiere también de calma y atención. Les aconsejo en definitiva que se pierdan en esta joya de la escritura que defiende la lentitud incluso como actitud filosófica. Se lo agradecerán a su autor, no me cabe la menor duda.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Reflexiones de una ondjundju-Ser negro-Juliana Mbengono



Ser negro es un problema en África como en Europa


Es difícil mirar hacia otro lado cuando ocurre algo que tarde o temprano llegará a nuestras vidas con mayor impacto. Algo que nos afectará porque somos seres humanos como aquellos que lo sufren mientras nosotros sólo lo escuchamos como una historia lejana.

Cuando se habla de igualdad de derechos, es normal que lo primero que se nos venga a la cabeza sea la imagen de una mujer maltratada por su pareja o discriminada en el trabajo. A no ser que estemos en un contexto particular, será difícil pensar en un hombre que pierde un puesto de secretario porque es hombre y quizás debería aspirar a director adjunto. Lo mismo pasa con la raza negra cuando se habla de racismo.

Al hablar de personas negras como víctimas del racismo, desde África también señalamos a Europa y a América como los verdugos, y no es porque queramos convertirlos en chivos expiatorios. Nos indignan las historias de los hermanos que viven en las calles de las metrópolis jugando al policía ladrón; y las de aquellos que, tras perder todos sus ahorros en el intento, acaban perdiendo la vida en los mares que nos separan.

Teniendo en cuenta que la esclavitud nos hizo sentirnos discriminados en nuestra propia tierra, Sudáfrica sigue siendo un reflejo por las secuelas del apartheid, es lógico que algunos crean que cualquier africano puede contar su propia experiencia sobre cómo fue discriminado por un blanco.

Creo que estaremos de acuerdo en que, al hablar de racismo, es más fácil pensar en un negro rodeado de gente blanca. Es el contexto en el que las muestras de racismo se ven con mayor claridad porque el hecho de ser negro queda muy resaltado; intentar ocultarlo sería como intentar que un estampado de tinta azul en una lámina blanca de papel no se resalte.

Aunque no nos lo creamos, los africanos y los negros de otras partes también hemos interiorizado el racismo. Y lo hemos interiorizado tanto que los mestizos se sienten más negros que blancos. Me quedo muda cuando un mulato me explica que esperaba sentirse más integrado en África porque él también es negro, porque él no es blanco. Un mulato se siente más negro que mulato, independientemente de cuál de sus progenitores sea de una raza o de la otra. 

La actitud de muchos mulatos a la hora de definirse, deja claro que ellos han puesto a la raza blanca en un pedestal. Es como si la sangre blanca, que al fin y al cabo es sangre y sólo sangre, está en su estado más puro. Que, si se mezcla con otra, deja de ser sangre blanca. Aunque en África los mulatos no sean considerados como negros por sus hermanos, estos tampoco les llaman blancos: son personas mulatas, mestizos, una hermosa mezcla de sangre negra y blanca, son negros y son blancos, no son blancos ni son negros, lo son todo y no son nada. Si a un mestizo le llaman blanco en África, a menudo, lejos de su color, la razón estará en su actitud, en su comportamiento y sus gustos. 

¿Por qué no aceptar la diversidad y disfrutar de ella? ¿Disfrutaríamos más de la vida si sólo pudiésemos comer maíz o carne de pollo? Incluso los mangos y las papayas tienen diferentes variedades.  Buscamos variedad en la comida, en la bebida, en la ropa, en las flores, en todo… pero cuando encontramos esa diversidad en los seres humanos la rechazamos. ¡Es absurdo! Por más raro que parezca, muchas de las miserias que viven los negros como “inmigrantes” en Europa y América, son las mismas que viven bajo la etiqueta de “extranjeros” en sus países vecinos. En el extranjero, dentro de su propio continente, son los indocumentados a los que se exige los papeles y son perseguidos en la calle por la policía. 

Un negro africano con puesto de director en alguna empresa de otro país africano puede ser visto como un invasor, como un ladrón astuto que ha venido a robarle el puesto a un hermano y al que se debe sacar de ahí; mientras que un blanco en el mismo puesto siempre es visto como el intelectual superdotado que guiará y liderará a la empresa hacia el éxito. Quizás, de manera subconsciente, todo esto esté motivado por el nivel de estudios y experiencia que creemos que tiene uno u otro; pero, al fin y al cabo, nos estamos discriminando a nosotros mismo al rechazar a otro por ser como nosotros.

Quien siempre ha vivido en su país de nacimiento difícilmente contará una experiencia personal sobre racismo. Pero por lo que cuentan los hermanos que han viajado fuera del continente y la realidad que viven otros extranjeros del mismo continente, todos sabemos que ser un negro africano no es fácil fuera de tu país de origen. Y el colmo es que tampoco lo está siendo dentro de nuestros países porque los militares son capaces de abrir fuego contra los ciudadanos y en cualquier momento los niños pueden ser atacados en la escuela.

Victoria Santa Cruz | Me Gritaron Negra