miércoles, 9 de diciembre de 2020

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)



Cecilio Olivero

Poemas con nocturnidad

Ediciones Vitruvio


Uno a veces se pregunta qué sentido tiene escribir poesía en estos tiempos de Whatsapp y de redes sociales, pero también de mayor soledad. Al igual que el poeta aquí reseñado, y perdonen que me entrometa tanto, uno tampoco le encuentra mucha sensatez a esta vida cotidiana. No es baladí el comentario: la poesía en buena medida se nutre de cotidianidad y de rutinas con relación a un hipotético sentido global o parcial de la misma, de la poesía o de la vida, acaso sean lo mismo, y no son pocos los autores que han convertido la aparente normalidad, no sé si nueva o añeja, pero bien trillada en todo caso, en materia literaria con extraordinaria brillantez. 

Puede resultar en definitiva tópico y victimista esto del sentido de la poesía hoy, por seguir con la cuestión, en todo caso habría que asumir que lo de escribir y leer poemas sólo es cosa de los poetas y de cuatro amigos despistados, aunque puede que sea mejor dejar de preguntárselo, en el fondo no hay debate, e incorporarlo a la rutina sin más. «Escribo poemas y veo televisión», afirma el autor de este poemario, provocador y exagerado: esta es, al fin, la actitud, una poesía exenta de misticismos, atada a la tierra, a la vida cotidiana.

Así que quien se provea de este poemario se va a encontrar con una reflexión sobre lo cotidiano y un ejercicio de nostalgia –«ya no son de purpurina los sábados noche»–, una vaga reflexión sobre la vida y, sí, también un cierto ajuste de cuentas velado. Habrá quien piense que no es nada nuevo, y no, no lo es, pero desde los tiempos de Enheduanna, hace cuatro mil años, se repiten los temas, los llaman tópicos, y siguen teniendo para muchos un significado. O por lo menos sigue siendo motivo de reflexión y cada poeta aporta su mirada. Bienvenida sea. Respecto a la originalidad, obsérvese que este término no se refiere tanto a lo novedoso, sino al origen. Por algo será. 

De este modo, seguimos con el fracaso, el paso del tiempo, la muerte, la amistad, los recelos, la paternidad, la marginación social, la condición de hijo o la mirada sobre sí mismo, aspectos todos ellos en que se van desgranando los grandes temas de la vida. Hay incluso una reflexión sobre la necesidad de cambiar el mundo, aunque el autor presagia que cualquier intento en tal sentido lleve posiblemente a empeorarlo. Introduce para darle más empaque la anécdota del transportista de una empresa de distribución cuyo acto de rebeldía apenas rompe las reglas de juego, rebeldía fugaz aunque sin duda feliz.

Es una propuesta más, pero interesante, un nuevo intento de restablecer el orden que brinda toda poesía meditada, un libro que requiere, como todos los poemarios, una lectura pausada y cómplice. Vale la pena enfrentarse a él, poco a poco, sin prisas, con paciencia. La vida misma.

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