LA CASA DE LA PALABRA
Ekomo, la ob aclamada como la primera novela escrita por una mujer ecuatoguineana, María Nsue, comienza precisamente ahí: en la casa de la palabra, donde se está juzgando a una mujer adúltera.
Los annoboneses la llaman Vidjil y sus variedades dependen de los integrantes; los fang la llaman abaha, pudiendo añadirle algún adjetivo como bitom (problemas), mintie (conflictos, entre dos personas o más) o Modjo (asuntos o cuestiones que se debe resolver), dependiendo del caso que se esté resolviendo en un determinado momento; los bubis la llaman wetya y la podemos encontrar en muchos pueblos africanos.
¿Qué pasa cuando en una aldea hay un problema que no se ha podido resolver entre dos? ¿El jefe de poblado toma la decisión final sin más y esta se ejecuta a rajatabla? No. Los pueblos de Guinea Ecuatorial tienen parlamentos, igual de machistas que los occidentales del siglo pasado, pero reconocidos como cortes supremas en las aldeas.
En la casa de la palabra, los ancianos del pueblo se informan, opinan y debaten. El orden de informar, opinar y debatir es muy importante: si no hay información no se tiene un tema sobre el que opinar y sin la diversidad de opiniones no habrá debate. Por lo tanto, se escucha primero y se deja al otro hablar para debatir después; para dictar sentencia en contra o a favor de algún acusado o de alguna acusada.
Es un parlamento-recreativo, es el espacio de reunión de los hombres adultos y responsables. Es el espacio público reservado para que se reúnan diariamente, para beber vino de palma y mascar nueces de cola mientras comparten las experiencias vividas en la soledad de sus faenas en el bosque.
Y alguien se preguntará si los hombres nunca salen del pueblo juntos para trabajar en el bosque o en el mar; sí, salen juntos y se separan en algún punto del camino con la condición de encontrarse en el mismo u otro a cierta hora, si alguno llegara antes que el otro, dejará una señal para que su compañero sepa que ya se fue.
El hombre fang es solitario en su trabajo: pesca solo, caza solo, limpia la maleza de las fincas solo y sólo en el abaha y en el rio convive con otros hombres del poblado.
¿Qué diré de los annoboneses que se levantan cada mañana a ver lo que pasa en el mar? El hombre annobonés sabe que la casa de la palabra es la comunidad, donde se decide por los intereses de TODOS. Si algún día desobedeciera la sentencia dictada en el vidjil ¿Quién le ayudaría a estirar su cayuco del mar? Ningún hombre se levantaría del vidjil para ayudarle a sacar la pesca del agua ¿quién soportaría vivir excluido en una isla tan pequeña como Annobón? No hace falta estar encarcelado, con la exclusión del vidjil bastaría para sentirse encarcelado.
Desde el vidjil se controla lo que pasa en el pueblo y en el mar. En el vidjil se recibe consejos para los problemas del lecho conyugal.
Una gran muestra de humildad en la casa de la palabra annobonesa es que, cuando en una determinada no se logra solucionar un problema, no se duda en acudir al resto de asociaciones o parlamentos pidiendo ayuda.
Lejos del espíritu egoísta y de los gobiernos que se conoce en la actualidad, los pueblos africanos tenían una idea sobre la democracia que, probablemente, se habría desarrollado con el tiempo logrando crear sociedades más justas y racionales.
Los presidentes de los vidjiles saben que presidiendo bien o mal, después de un determinado tiempo, deben cederle el lugar a otro y recibir los agradecimientos del pueblo por su trabajo.
Curiosamente, aunque las casas de la palabra sigan siendo la mayor institución de poder en las aldeas, todavía no han considerado integrar a las mujeres y los jóvenes. Y aunque el pueblo fang contaba con otras instituciones como el duma, donde sólo podían participar mujeres mayores; y el ngun, donde participaban mujeres y hombres jóvenes, estos no podrían enfrentarse al abaha. E igualmente, entre los annoboneses existe el vidjil cuatro Cayucos, donde los jóvenes pueden debatir y hablar sobre temas sociales y todo lo que les interese y que crean que pueden llegar a mejorar, pero este también está controlado de algún modo por los ancianos.
Las decisiones de la casa de palabra, tomadas por unos cuantos hombres, afectan a todos y, por lo tanto, todos acuden a las sesiones cuando se está tratando un tema de interés. Al igual que en la portada de la obra “Las mujeres hablan mucho y mal”, de Trifonia Melibea, veremos a los ancianos sentados dentro de la casa de la palabra decidiendo sobre la vida o el futuro de todos o de un particular, alrededor de ellos estarán unos cuantos hombres no tan jóvenes; y fuera, pegados a las paredes, estarán las mujeres y los niños enterándose de todo como quienes escuchan tras la puerta.
La palabra de la mujer no queda completamente excluida de la casa de la palabra, es ella misma la que está excluida. Su presencia es aceptada cuando debe declarar como testigo o cuando está implicada en un caso y es imprescindible que su versión sea conocida por el público, su palabra también llega a la casa de la palabra a través de su pareja o de algún hombre que la pueda representar, aunque esto implica que debe olvidarse de los méritos.
Fuentes: Nánãy-Menemôl Lêdjam, Celso Celestino Moro.
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