sábado, 13 de febrero de 2021

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)



Anton Arriola

El ruido de entonces

Erein, 2021


A todas luces estamos ante un libro mestizo cuyos fragmentos van componiendo las circunstancias de ese hecho dramático e inaceptable que es el asesinato de un ser humano. En este caso el del José María Ryan, ingeniero jefe en la central nuclear de Lemoiz, en construcción. El autor descompone los elementos que rodearon el crimen cuyas circunstancias conoció de primera mano, aunque a cierta distancia, y al tiempo ofrece al lector la novela escrita a partir de aquel hecho tan presente en su propia vida y que es, por tanto, una narración paralela a su propio testimonio, rememorando uno de los capítulos más importantes, penosos y duros de la historia del País Vasco. Aquella semana de hace cuarenta años, la del 29 de enero al 6 de febrero de 1981, es la del secuestro y asesinato de José María Ryan, sin que podamos olvidar las semanas anteriores y posteriores del suceso trágico, sin duda entre las más tensas de la historia reciente.

A muchos no nos sorprende que ahora mismo la literatura vasca, tanto en euskera como en castellano, lleve a cabo un ejercicio de memoria de los últimos años, los del terrorismo, los de un conflicto que a veces no parecía que fuera a acabar nunca. Pero acabó y de pronto, a pie de calle, esa larga época parece desaparecer del recuerdo colectivo, mientras que desde las instituciones y en clave política se hace mención de todo aquello, a menudo como carga entre partidos, con fines no siempre claros, más bien interesados. En el caso que nos atañe, el asesinato del ingeniero Ryan, ni siquiera ha habido en estos días, cuarenta años después de lo ocurrido, un acto oficial, empresarial o social, la aparición de este libro ha sido el único recuerdo de aquel crimen que, además, para muchos significó el final de la mistificación revolucionaria de ETA.

Este texto, novela y testimonio reflexivo, recoge el guante y muestra bien a las claras las heridas que se produjeron en aquella larga noche que duró más tiempo de lo indicado en la canción de Aute. Logra sobrecoger este ejercicio de memoria tan necesario. Es evidente por otro lado que todo crimen posee unas circunstancias que lo envuelven, que no justifican en absoluto el acto en sí, pero explican lo ocurrido y, sobre todo, ahondan en muchas contradicciones de todos los agentes sociales, sin excepción. Arriola nos expone tales circunstancias. Nadie sale inerme de la tanatopolítica y la alusión a Hannah Arendt y su análisis sobre la banalidad del mal nos interpela a todos, porque muchas veces el silencio de una mayoría, por indiferencia o por exceso de comprensión a ciertas reacciones, fue cómplice del horror.

Con este libro Anton Arriola participa de una forma de entender la literatura que parte de una implicación muy necesaria con la realidad, que actúa como espejo donde reflejarnos, que conlleva una reflexión sobre la realidad, dejando al lector la carga de dicha reflexión y su necesidad de resituarse ante los hechos. Deja claro que el acto de matar es siempre indigno. A partir de aquí cada cual ha de saber qué pensar, cómo actuar. Sobre todo, porque el mal sigue existiendo en otros contextos y otros lugares muy cercanos, y la banalización, por desgracia, sigue vigente.

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