Maud Lewis, el cuento
Había una vez… una niña que nació en un marzo soleado.
Su lejano y verde país se llamaba Canadá.
Sus padres la bautizaron con el nombre Maud.
Creció muy hermosa y aplicada.
Durante algún tiempo fue una más entre toda la gente que formaba su núcleo familiar y su comunidad.
Su madre, Agnes, pintaba, esculpía y tocaba varios instrumentos. Pronto Maud adquirió todos estos conocimientos y desde muy pequeña comenzó a tocar piezas de música y pintar acuarelas llenas de luz y color a modo de postales.
Un buen día, mientras tocaba al piano una de las piezas favoritas de su madre, Maud sintió un inmenso dolor en las manos. Se preocupó, notó que le resultaba difícil hacer música. Sus dedos, de repente, se habían vuelto rígidos, torpes. Cada movimiento de sus manos iba acompañado de un intenso dolor.
Ese día fue el comienzo del cambio en la vida de esta hermosa niña y lo peor de todo, ella tuvo la certeza de que su mundo ya nunca volvería a ser lo que era.
Sus padres consultaron con médicos y especialistas. Ellos le dijeron que su enfermedad tenía un nombre, Artritis reumatoide.
-¡Que desgraciada soy! -Se decía Maud, atemorizada.
Tuvo que abandonar sus estudios y eso no fue lo más dramático para una joven con talento. Había más de uno que consideraba que en la deformación de su cuerpo tenía algo que ver su inteligencia. Muchos la cuestionaron pero ella no se dejó atrapar por la enfermedad.
-¡Nadie me quiere y todos se burlan de mí!
Los insultos y las humillaciones comenzaron a ser constantes, tanto en la familia como en la escuela.
Maud había pasado de ser una promesa a ser una gran carga para todos.
Pero el destino aún tenía reservado para Maud situaciones más dolorosas.
A los 33 años quedó huérfana y su hermano no quiso hacerse cargo de ella.
Pronto se tuvo que ir a vivir con su tía Digby que siempre la trató como si fuese una sombra, sin apoyo, sin afecto.
-¡No acierto a comprender cómo esta criatura pude ser de mi familia! Exclamaba su tía, cada dos por tres.
Mientras tanto Maud se deformaba, la enfermedad la reducía. El dolor de su cuerpo era inmenso, como su soledad.
Su tía Digby cometería uno de los actos más atroces contra su sobrina y contra cualquier mujer.
-¡Eres fea y estas torcida!
-¿Para qué sirves tú?
-Nadie te querrá.
Para entonces Maud había dado a luz, pero no llego a ver a su única hija. Nada más nacer la vendieron. Ella no lo supo hasta muchos años después.
-No te quejes tanto, no llores. Tu bebe ha nacido deforme como tú y no ha sobrevivido.
Fue entonces cuando Maud, al límite de su sufrimiento, decidió independizarse, tomar las riendas de su vida.
Así nació su enigmática sonrisa, una mueca feliz que fue la expresión de su actitud ante la vida.
Abandonó la casa de su tía y se presentó en la cabaña de un pescador, respondiendo a un anuncio de trabajo.
Everett necesitaba una señora para la limpieza con residencia incluida.
-¡Cielos santo!
-¿Qué eres tú? pregunto el pescador al abrir la puerta de su cabaña.
El comienzo de su nueva vida no fue fácil, la rudeza del pescador golpeó a Maud en muchas ocasiones, pero ella comenzó a pintar de nuevo.
Primero con sus dedos, sobre todo lo que podía pintar en aquella casita reducida y gris.
Con el tiempo Everett sintió la magia del color y el misterio que acompañaba a aquella diminuta mujer que todo lo transformaba en luz.
-¡Creo que te compraré unos pinceles!
Y así fue como Maud conquistó su espacio vital en aquella casita que llenó de todo el color que ella no tenía en su vida real.
Pintó gatos, paisajes con mar, árboles, nieve, ciervos. Pintó las paredes, las puertas los armarios, la estufa. Sacó sus cuadros a la puerta de su casa y comenzó a venderlos. Su fama corrió como el viento, incluso llegó a un presidente que le hizo un encargo.
Everett se casó con ella, se enamoró de aquella rosa que brotó sin un porqué, inconsciente de su belleza.
También conquistó el corazón de muchos canadienses que reconocieron en ella un estilo brillante en su simplicidad y esa clase de generación espontánea del creador que a muchos fascina, incluida a mí.
-¡Fijaos, fijaos en aquella mujer tan pequeña!¡Es la más hermosa de todas!
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