sábado, 29 de mayo de 2021

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)



Irene Reyes-Noguerol

De Homero y otros dioses

Maclein y Parker, 2018 

(2ª edición 2021)


Afirmaba Anatole France que todos los relatos del mundo se podían concentrar en apenas un puñado de temas, muy pocos. Lo que los caracterizaría, por tanto, no sería lo que cuentan, sino la forma de contarlo, la capacidad de mantener el interés del lector, esa atracción por una narrativa que nos mantenga atado al libro. En esto consiste la originalidad, no en la novedad, sino, como indica la propia palabra, en ese volver una y otra vez al origen, resituarlo en nuestro momento y mantener en candelero la buena literatura. Y qué duda cabe que la mitología está en la base de nuestra narrativa, de nuestros sueños y de nuestras claves.

De todo esto ha de saber mucho Irene Reyes-Noguerol, o puede ser más bien que lo intuya, se trata de una escritora muy joven que se asoma a la literatura con los dones suficientes como para esperar de ella una obra más que interesante. No necesita tampoco disimular: acude a las fuentes de la Grecia Clásica y nos ofrece una colección de relatos que poseen una fuerza enorme. Son cuentos que hablan del presente, pero guardan un perfecto paralelismo con los relatos míticos, como si los trasladara a nuestros tiempos, en un ejercicio de reescritura permanente que, intuimos, es la base de toda literatura de calidad.

Pero además son textos cálidos, poéticos, algunos de ellos de una perfección absoluta. Léase por ejemplo el más corto de los veinte relatos, Gran carnívoro, que nos retrotrae a Licaón, y que en dos páginas ofrece una sensibilidad difícil de alcanzar. Se ha de ser muy buena escritora para encandilarnos de esa manera. Cada uno de los textos nos atrapa hasta el embelesamiento, sin caer por ello en lo empalagoso, muy al contrario, es una prosa bien trabajada, precisa, con la dosis suficiente de poética y concreción, sin que sobre ni falte nada, un preciosismo estético que convierte a Irene Reyes-Noguerol en una autora a todas luces encomiable, prometedora.

Es muy de agradecer la apuesta de una editorial pequeña por autores nuevos que consiguen escribir con gran valía, se cumple así con la función que ha de tener toda editorial que se precie, la de descubrir nuevos valores, la de mantener ese hilo rojo de la literatura que a todas luces sigue adelante pese a los tiempos.

Nos quedamos por tanto a la espera de lo que nos ofrezca Irene Reyes-Noguerol en el futuro. De momento, sólo cabe recomendar De Homero y otros dioses.

martes, 25 de mayo de 2021

Fausto 5.0 (de Goethe a la Fura dels Baus) Cecilio Olivero Muñoz



Si comparamos el cine con la literatura, algunas veces pierde el cine y otras, la literatura. Sobre todo si hablamos de Fausto. La obra de Goethe es de largo recorrido, y se ha representado tanto en cinematografía como en Ópera. 


Pero analicemos primero la obra literaria.


El Fausto de Goethe tiene dos partes, como El Quijote. Su primera parte es ingeniosa y fácil de leer. La segunda, en cambio, es más difícil para el lector, por eso es de agradecer las notas a pie de página, ya que aclaran toda la simbología en personajes tanto de la Grecia clásica como de la Roma clásica. También recurre a la mitología clásica alemana y en ella se diluyen las épocas de esplendor contemporáneas al autor. A mí me divierte más la primera parte. Pero de lo que vamos a hablar es de este clásico llevado al cine muchas veces, no siempre con la exactitud argumental de la obra clásica.


En el cine podemos ver una película con una atmósfera un tanto claustrofóbica, hablo de Fausto 5.0. En la versión literaria el demonio se hace llamar Mefistófeles. Pero en la película a Mefistófeles se le llama Santos Vella, con dos eles, como mozarella. Al protagonista se le llama Doctor Fausto, interpretado por Miguel Ángel Solá, y el papel del diablo bromista y gracioso lo interpreta Eduard Fernández. 


Antes he dicho que la atmósfera de la película es claustrofóbica y futurista, no asoma humanidad en ningún lugar de la película. En ella se quiere hacer un cuadro argumental donde prima el deseo. Nuestro Fausto es un hombre que trabaja en la planta de desahuciados de un hospital carente de humanidad, donde la muerte campa a sus anchas de manera tétrica y misteriosa. Tiene detalles que no tienen nada que ver con la obra literaria. Hay lugar para el deseo: una adolescente suspira por nuestro perdido Fausto, se llama Margarita y está interpretada por la actriz Raquel González. 


Lo que no llego a entender el papel que juega la enfermera del Doctor Fausto, Julia, interpretado por la gran actriz Najwa Nimri. Al parecer el doctor no está muy pendiente del verdadero deseo que le acompaña cada día. Y nuestro Doctor Fausto se va de aventura con el demonio Santos Vella. 





Recomiendo el libro de Goethe y la cinta Fausto 5.0, en la que la performance y el ambiente que se obtiene gracias a la FURA DELS BAUS es inmejorable. Está dirigida por Álex Ollé e Isidro Ortiz. Disfruten la obra de Goethe, obra universal donde tiene distintas vertientes y diversos puntos de vista, que al lector y al espectador no dejará indiferente. 


No tiene desperdicio. 

sábado, 22 de mayo de 2021

Franco Battiato (Juan A. Herdi)



¿Podemos equiparar la labor de un cantautor y de un poeta, y que aquel reciba en consecuencia un premio literario? Es lo que se preguntó mucha gente cuando en 2016 le otorgaron a Bob Dylan el Premio Nobel de literatura. Lo fundamental, desde luego, es responder la primera parte de la pregunta, lo de los premios no es ni de lejos tan crucial, y decidir por tanto si un cantautor realiza la misma función que un poeta, pero de otro modo. Recuerdo que a José María Valverde, el gran maestro de la Teoría de la Estética y poeta encomiable, no le gustaba que le pusieran música de fondo a los poemas, a los suyos o a los de cualquiera, decía que la poesía tenía ya su tono, que la música molestaba. No sé si esto incluía las versiones cantadas de algunos poemas.

Escucho al mencionado Bob Dylan, al canadiense Leonard Cohen, y más cerca de nosotros por cantar en castellano a Luis Pastor, a Silvio Rodríguez, a Luis Eduardo Aute o a Rafael Berrio, por citar a los que me entusiasman, hay muchos otros, desde luego, y al final no puedo dejar de pensar que sí, que hay una labor común a cantautores y a poetas, puede que a la larga sean lo mismo ya que esa labor consiste en la palabra como base, como herramienta y como elemento clave de comunicación, a pesar de los formatos distintos.

Viene este tema a colación porque acaba de morir Franco Battiato, que es otro de esos cantautores que se pueden equiparar perfectamente a los poetas, con esas letras que se te quedan grabadas en la cabeza cuando las oyes y que repites una y otra vez. Para muchos, Franco Battiato forma parte de una banda sonora, la banda sonora de nuestras propias vidas. Ha estado presente a lo largo de estos últimos lustros. Ni qué decir tiene que nos ha embelesado el tono de sus canciones desde que en 1971 se dedicó a experimentar con varios estilos, música electrónica incluida, en un minimalismo conceptual que no dejó indiferente a nadie. 

Antes, había probado un poco de todo, desde las canciones románticas, ganó en 1965 el Festival de San Remo, al rock psicodélico de la banda que ayudó a fundar, Osage Tribe, pasando por diferentes versiones de canciones pop. Pero fue en la década de los setenta cuando empezó a llamar la atención por ese tono tan personal y polifacético en lo musical y también en lo artístico. Al igual que Luis Eduardo Aute, era pintor, empleaba un pseudónimo: Süphan Barzani, y se adentró a su vez en el lenguaje cinematográfico. Cantó en castellano –en todo caso, entendíamos sus letras en italiano– y también en árabe, idioma que estudió de joven y en el que cantó en Bagdad en 1992 como gesto de solidaridad hacia un pueblo que padeció el mal de la guerra y que, por desgracia, volvió a sufrirlo después de este concierto.

A pesar de ese gesto, no podemos decir que fuera un autor/cantautor comprometido, al menos en el sentido más clásico: nunca habló de política en público, a pesar de su época tan intensa y de su país, tan extremo en tantas cosas. Su ámbito era la música y ese choque con la realidad que suponían las letras de sus canciones. Quizá porque el verdadero compromiso es darle la vuelta a la realidad, a la vida, y pensar la existencia a partir de las palabras y de los huecos que dejan entre sí en nuestro interior. Su propuesta era crear una atmósfera con sus letras, el tono de su voz, sus melodías.

Es un tópico, sin duda: seguirá vivo si seguimos escuchando su música. Pero es cierto, estará con nosotros mientras suene Centro di gravità permanente y su voz melosa nos permita imaginar mundos posibles transmitidos por Radio Tirana. 


miércoles, 19 de mayo de 2021

Reflexiones de una ondjundju-El COVID-19 en África-Juliana Mbengono



LAS MEDIDAS DE PREVENCIÓN DEL COVID NO ESTÁN PENSADAS PARA ÁFRICA 


Se sabe que el coronavirus está teniendo menos impacto en África. Pero es muy probable que se quede con nosotros por los siglos de los siglos aumentando la brecha intelectual, tecnológica, democrática, económica, etc...que hay entre nosotros y el resto de continentes. 

Quizás nuestro primer error haya sido copiar las medidas de prevención de occidente sin analizar nuestra situación.

Si en Europa se habla de confinamiento, también se habla de clases por internet. Pero, si yo que soy universitaria no tengo clases en línea porque la universidad apenas está capacitando a los profesores para ello, no hace falta hablar de mis hermanitas que llevan un año sabático y dos cursos casi perdidos desde que el Covid llegó a nuestro país el 14 de marzo del año pasado. Puede que sus maestras sí estén capacitadas para dar clases a través de WhatsApp, que es la vía adoptada por algunos de mis profes para encargar trabajos, pero mis hermanitas no tienen teléfonos inteligentes ni tabletas y si los tuvieran ¿Quién cubriría el coste mensual de la WiFi cuya tarifa más barata se aproxima a la mitad de lo que cobra la mayoría? 

Hablar de cultura es hablar de vida y hablar de vida es hablar del día a día y el día a día en Guinea Ecuatorial con la pandemia no difiere mucho de países africanos.

Sí que África no es un país, pero las naciones que lo forman comparten muchas miserias, entre ellas: la falta de agua corriente, electricidad, comunicación y un largo etcétera que incluye que internet cueste un ojo de la cara.

Meses atrás, mi primito y yo seguíamos un concierto en homenaje a un señor llamado Amed Bakayoko. Estábamos seguros de que se trataba de una redifusión de algo que ocurrió hace años, hasta que apareció uno de los más grandes artistas y activistas que tenemos en todo el continente, el inventor de la palabra democratura (democracia y dictadura): Alpha Blondy.

El viejo estaba vestido de Blanco como el abuelo de Kirikú y con sus canas blancas parecía más santo que el papa, sólo le faltaba el halo de luz en la cabeza, pero iba escoltado por varios militares ya que el público irrumpió en el estadio. Toda esa gente quería tocar al mítico Primer Bandido, Alpha Blondy. Parecía algo de otra época, hasta que un hombre blanco con un cámara apareció junto a otros dos que cargaban micrófonos y los tres llevaban guantes y mascarillas: el homenaje era algo reciente y posiblemente se emitía en directo.

Como en el concierto en homenaje a Bakayoko, la gente vive apiñada en todos los países de África y no es precisamente porque se esté rebelando contra las medidas de prevención del coronavirus: las medidas de occidente no están hechas para África.

Por citar un ejemplo, se recomienda mantener la distancia para evitar el contagio, pero cómo se mantiene la distancia si todas las mañanas debemos apiñarnos en el grifo público para coger agua antes de que lo corten; o en el peor de los casos, en los barrios como Santa María y Los Ángeles que llevan meses sin agua ¿cómo la gente cumplirá con la norma de lavarse las manos constantemente? Lo más gracioso es que cuando me fui al hospital para ponerme la vacuna había tanta gente que era imposible mantener la distancia; igual que cuando llega el fin de mes y todos se van al banco a pagar la luz y cobrar.

Por otro lado, es difícil que la gente deje de creer que el Covid es un invento y su vacuna un arma para reducir la población mundial. Anteriormente bastaba con decir que se ha hablado de tal cosa en la Televisión Española y cualquier ecuatoguineano se lo creía, la TVE era una referencia fiable para nosotros. Pero con internet revelando, desmintiendo y desacreditándolo todo y los gobiernos cuya ineptitud ha quedado al descubierto, ya no sabemos en quien confiar.

Lo más triste es que, las medidas impuestas sólo afectan a quienes viven en los barrios marginales, sin olvidar que casi todos nuestros barrios son marginales; mientras que los pijos pueden permitirse el lujo de celebrar cumpleaños, bodas y lo que les pegue la gana. 

Con esta situación y el agobio que causa ver a tantos militares armados en la calle, no es de extrañar que en el corazón de los barrios la gente se pase las medidas de prevención por el forro y que estas nunca vayan a cumplirse aquí.

En Guinea Ecuatorial, el plan de erradicación del paludismo incluía el rociamiento gratuito de los hogares acompañado de la donación de telas mosquiteras; también recuerdo que se solía ir de casa en casa vacunando a los niños contra la polio, lo mismo se debería hacer con la vacuna del Covid en vez de esperar a que la gente se apiñe en los hospitales. En algunas ciudades, el gobierno ha puesto un grifo para cada casa, incluso en el patio de las casas en las que todavía se está levantando el fundamento; adoptar la misma medida para los Barrios de Malabo y Bata que son las ciudades más pobladas sería muy costoso, pero de gran ayuda. Tampoco estaría mal que el gobierno ofrezca internet de manera gratuita o a bajo costo para facilitar el acceso a internet de los estudiantes que deben enviar y recibir ejercicios a través de WhatsApp. 

El Covid se quedará con nosotros por los siglos de los siglos, pero no nos matará tan pronto como lo harían el hambre y la sed si nos quedamos encarcelados en nuestras casas. Así que no nos quedaremos encerrados, no podemos.

sábado, 15 de mayo de 2021

Descubrir a Joan Manuel Serrat-Cecilio Olivero Muñoz

DESCUBRIR A JOAN MANUEL SERRAT





Pocos músicos españoles poseen la calidad de Joan Manuel Serrat. Estos días me han venido unas ganas locas de escucharlo. Serrat es sin duda el cantautor más pulcro y atractivo de entre los que provienen de la canción ligera. 


Junto a Serrat, está el extraordinario Joaquín Sabina, pero cada cantautor tiene su particular estilo. Las letras de Sabina son buenas. Pero las de Joan Manuel son verdadera poesía, con su elegancia y sus letras hermosas. Serrat tiene temas bellísimos, es compositor, poeta y cantautor, pero sobre todo es un hombre justo.


Si tuviera que elegir una canción, elegiría El romance de Curro el Palmo, pero tiene otras como Penélope, Lucía o Señora con letras excepcionales. ¡Y qué decir de Hoy puede ser un gran día o de Mediterráneo! Es el letrista más versionado en lengua castellana, aun cuando sea catalán, normal en un cantante con una calidad poética enorme, en cualquiera de sus dos lenguas. 





Recomiendo que vean el vídeo del directo Dos pájaros de un tiro, donde Joaquin interpreta canciones de Serrat, y éste de Sabina. Joaquin Sabina lo llama el Nano, y recomiendo una entrevista en El Francotirador de Jorge Bayly, se puede encontrar en YouTube. Se trata de una entrevista a dos cantautores conocidos en toda Latinoamérica. 


Hay que decir que ha cantado poemas de Antonio Machado y también las Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández. De Antonio Machado ha publicado hasta un disco con los poemas del poeta sevillano, con temas como La Saeta o Cantares. 


Encontramos profundidad en temas como De vez en cuando la vida o Paraules d’ amor. Tuvo que exiliarse a Argentina durante la dictadura franquista porque es hombre comprometido y con ideales. Hay que decir que compuso en catalán el Lalala, tema que finalmente cantó Massiel en Eurovisión y lo ganó, aunque en castellano. En aquellos años en España se limitaba el uso del catalán o de otras lenguas que no fueran el castellano. 


Serrat ha versionado en sus directos otras canciones y a otros cantantes, como con Un mundo raro, del gran letrista José Alfredo Jiménez, mexicano y un poeta excelente. También ha interpretado poemas del poeta uruguayo Mario Benedetti. 


Ahora se dedica al hermoso empeño de viticultor, tiene su propia viña y su propio vino a la venta. El vino se llama El priorato, y ha sido presentado en diversos países de Latinoamérica.  


Joan Manel Serrat, poeta, viticultor, fiel esposo y padre de tres hijos. Un hombre sencillo donde en sus canciones emociona. 


Háganme caso: escuchen a Serrat. 

martes, 11 de mayo de 2021

Reflexiones de una ondjundju-Lo que la literatura debe ofrecernos-Juliana Mbengono



LO QUE LA LITERATURA DEBE OFRECERNOS




Leer las páginas del prefacio del libro de mi amigo Capplanneta, una persona especial a la que espero conocer en persona antes de que pasen otros 365 días, fue más ameno, rápido, emocionante y profundo que leer cualquier poema de amores fracasados.

Capplanneta ya me dijo que la obra es prosa poética y la verdad es que los renglones del prefacio, que leí a primeras horas de la mañana, arrastran a uno hasta la firma del autor sin darle tiempo a respirar; igual que la corriente de lo que fue el rio Abere: sólo se podía respirar al salir a flote a final del tramo.

Mientras me cautivaba la sinceridad de Capplanneta sobre sus gusanos de seda, de los que emergieron mariposas grises como monstruos, y la indiferencia egoísta del lector y el editor que sólo buscan algo muy bueno entre lo bueno, o simplemente evadirse para no sentirse acusados, señalados ni percibir la furia o tristeza del escritor; también me sentí atacada. Sentí que mi queridísimo y admirado Capplanneta nos atacaba, a nosotros: los escritores africanos.

Aun cuando un escritor africano se declare romántico, amante de la ficción, motivador o moderno; en sus letras siempre habrá la posibilidad de encontrar sus gusanos de seda: su furia, ira, tristeza, miseria… esas emociones personales y aburridas de la vida de uno mismo que Capplannetta recomienda ocultar al lector y al editor para no ahuyentarlos.

El prefacio de Capplanneta es conmovedor por cómo usa la palabra, por lo que dice y cómo lo que dice, porque he intentado imaginar esa caja de zapatos blanquecina y a él, de pequeño, mostrándosela a otros niños lejos de los ojos protectores de sus padres. Pero no puedo estar de acuerdo con Capplanneta. La literatura no debe ser deprimente, ni mucho menos, pero si alguna conciencia se siente aludida por unos renglones, es porque estos han logrado uno de sus mayores objetivos: despertar conciencias.

El escritor africano necesita despertar conciencias, por eso dejará sus gusanos en el sofá o en la terraza y la mesa de comer. Cuando el escritor africano que vive en África deja de exhibir sus gusanos de seda y los de otros, fácilmente se convierte en una mala imitación del escritor americano, español, alemán o británico. ¿Cuántos de los escritores africanos más reconocidos no han hecho su camino a base de mostrar sus gusanos de seda y los de otros? Donato Ndongo lo hace en “El metro” y mete el dedo directamente en la llaga del hombre blanco, del español racista al que le hierve la sangre al ver a un negro hablando con una mujer negra. Chimamanda lo hace en la “Flor púrpura” y en “Medio sol amarillo”, Melibea en “La albina del dinero” y en “Bastardas”, Mariama Bâ en “Mi carta más larga”, todas ellas meten el dedo en la llaga del lector que tienen al lado, igual que Chinua Achebe en “Me alegraría de otra muerte”. Quizás estos escritores no le ofrezcan una autobiografía al lector o al editor, pero estoy segura de que sacan mucho de sí para escribir sus obras.

Cuando nosotros, en Africa, intentamos evadir nuestra realidad o nuestro entorno, en vez de escribir  “Cuando los combes luchaba”, “Nambula”, “Alá no está obligado a ser justo” o “Las cuatro mujeres que amé”; acabamos escribiendo esas obras absurdas, sosas y aburridas en las que sin asombro y como si fuese lo más normal y habitual, aparecen ecuatoguineanas y gabonesas pelirrojas, de metro ochenta con ojos azules y toman té en el porche durante un dorado atardecer mientras su adorado y amado Michael llega a la hacienda en su Cadillac y lo aparca en el establo ¿Ojos azules? Serán lentillas azules. ¿Pelo rojo y no se trata de un cosido o una peluca? ¿Hacienda?, estaremos hablando del hijo del presidente o de alguna de las hijas de algún magnate del petróleo en Nigeria. ¿Establo? ¿Michael, en serio? ¿Qué pasa con Emeka y su pelo afro? Los escritores africanos necesitamos mostrar nuestros gusanos de seda y los de otros: son nuestra “propuesta de valor”. No bebemos tanto té y raras veces usamos los porches para esperar a los amados. La mujer africana, desde la más humilde hasta la segunda dama, se siente cómoda entre el cuarto y la cocina.

Si mostrar nuestros gusanos de seda nos hace perder lectores ahora, dudo que ocurra lo mismo en la posteridad. El cine y la música africana, en su intento por conquistar al público americano y al europeo, se han quedado sin esencia: forman parte del montón. La literatura no puede caer en la misma trampa, es lo que nos queda para expresarnos y desahogarnos para no mutar las palabras en insultos que hieren como dardos envenenados.

sábado, 8 de mayo de 2021

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)



José Ignacio Carnero

Hombres que caminan solos

Penguin Random House, 2021


Estamos ante una novela en la que la necesidad de contar(se) es tan importante como lo que se cuenta. Tal vez porque es verdad que las palabras sirven para algo más que para buscar paraísos, esos momentos de belleza señalados, sí, pero que tienden también a que el narrador traduzca con las palabras el mundo, y que lo lleve a cabo justo a la manera que quiera verlo, lo organiza en definitiva a su modo. Por ello tal vez haya tanta reflexión en este relato sobre la escritura, sobre en general la literatura. Porque al final, aun cuando parezca que se diferencian, vida y literatura no se alejan tanto y ésta sirve en gran medida para reconocer aquella, reconocerse a sí mismo y, en definitiva, para salvarlo o salvarse.

Puesto que lo que nos cuenta José Ignacio Carnero, o el narrador de la historia, mejor dicho, es un necesario ejercicio de espejo y confrontación consigo mismo. Pasemos de largo por esas asépticas alusiones de la teoría literaria a los conceptos de autor, narrador y personaje, ya sabemos que las reglas del oficio están sobre todo para saltárselas, y reconozcamos que toda escritura requiere confrontarse a un rival que es siempre uno mismo. Y será así como el autor lo llevará al extremo y convierte el estado anímico del narrador en el tema del relato, a partir de aquí muestra su depresión para, a base de escribirla, superarla, algo que sin duda sirva mucho más que todo el orfidal que se le pueda recetar. Dependerá de la agudeza del lector la posibilidad de empatizar y reescribir lo narrado trasladándolo a su propia experiencia vital.

De este modo, van sucediéndose hechos, anécdotas, sucesos, bien condimentados todos ellos con esa reflexión sobre la escritura, la ficción, la vida, la melancolía, y al final es la propia vida la que se muestra en el texto, una vida en la que tan importantes son las relaciones con los personajes tan variopintos que se van cruzando en el camino y que se vuelven en compañeros de travesía vital y en gran medida también reflejos en el que contemplarse y crecer. 

Por si fuera poco lo vibrante de la historia, hay que destacar un estilo cimbreante por lo ágil y lo bello que es, aunque sin caer en excesos manieristas ni redundancias, un modo de contar directo, pero que deja espacio para entender en todo su alcance lo que se narra con una intensidad plena. Impresiona la belleza de ese viaje con el padre, que no sólo es un viaje físico, también interior, cordial, liberador e intenso tanto por lo que se cuenta como por lo que deja intuir, y que da sentido a la novela entera, a las diversas opciones que nos ofrece el autor y a su estilo. Un estilo que es también emocional, sensible, con el que cualquier lector se deja llevar, quedando atrapado por ese dominio del lenguaje y del relato que posee sin la menor duda José Ignacio Carnero. 

miércoles, 5 de mayo de 2021

De la selva soy hijo (leyenda indígena) Cecilio Olivero Muñoz




Miremos nuestras conciencias y aprovechemos la voluntad del pueblo indígena de cualquier lugar del mundo. Volvamos a nuestros ancestros, a los señores que conocen la selva (lo que va quedando de ella), sean estos cazadores, arrieros, pescadores o agricultores. Demos la oportunidad a la tierra y escuchemos lo que el señor de sabiduría silenciada nos cuenta. La selva es vida en la noche y vida en el día. El otorongo no come otorongo. Respetemos los pueblos indígenas y no nos olvidemos de lo que llevan siglos anunciando a los cuatro vientos. El dinero no se come, los diamantes no se beben, el oro es un mineral destinado al almacenamiento y la vanidad. Salvemos la vida en toda la América desde sur al norte. En todo el planeta. No dejemos ningún cabo suelto.




Cierta vez un anciano ayudó a un hombre blanco a curarse de sus heridas. Cuando el hombre blanco tuvo conocimiento y despertó en su estado de convalecencia, le agradeció al anciano sus cuidados. El hombre blanco se recuperó de las heridas, lo agradecía con mucha gratitud. Cuando se repuso de sus heridas se fue. Se fue a lo que llaman civilización. Con el tiempo aquel anciano que pescaba y cazaba vio en los cielos libélulas de hierro enormes en su vuelo, para él fue un mal presagio, siguió el anciano cazando, pescando, cuidando de sus hijos y de sus nietos, y un día cualquiera y sin esperarlo, llegaron con máquinas gigantes, con máquinas endemoniadas que se enganchaban como chinches a los árboles y los cortaban en cuestión de dos pestañeos. Pronto la selva quedó arrasada. Los hombres de las máquinas ensuciaban ríos, los animales buscaban vivir en otros lugares seguros, era lo que les dictaba su instinto; el anciano que vivía allí desde que nació en la selva, y antes su tatarabuelo, y después su bisabuelo, también su abuelo y su padre, comprobó que esa selva de todos estaba desmantelada, arrasada, el anciano tuvo que irse con su familia a un lugar donde fuese rica la caza, la pesca, pero cada vez que avanzaba, las máquinas, más rápidas y sin corazón dejaban su rastro de destrucción. El anciano se quedó sin selva, sus hijos le preguntaron, ¿dónde podemos ir ahora? Y marcharon a la civilización. Una vez toda la familia en la civilización de ellos se reían, tampoco les daban trabajo, los despreciaban y los humillaban. Decidieron volver a la selva. Cuando buscaban no encontraban, nada, desierto y toxicidad era lo único que hallaban. Siguieron andando y el anciano reconoció al hombre blanco que un día ayudó. El hombre blanco quiso hacer algo por ellos y los llevaron a él y su familia a unos palafitos amontonados junto al río negro y sin pesca que allí había. Eran indígenas como ellos los que vivían allí. Primeramente tuvieron que aprender la lengua del hombre blanco. En esos palafitos conocieron la mentira, las trampas de la vida que se solían poner entre hermanos, conocieron la miseria, pues tenían que trabajar duro para que les dieran unas monedas y poder comprar arroz, yuca, o tamales que hacían las mujeres.





 Poco a poco el anciano fue enfermando. Toda la familia vestía ropa del hombre blanco, pues si se ponían sus atavíos la gente se reía de ellos. El anciano estaba cada vez más enfermo. Mandó a que buscaran al hombre blanco para decirle que querían volver a otra parte de selva y empezar de nuevo una vida. El hombre blanco les negó ayuda. Les dio un montón de billetes arrugados y sudados, y la familia del anciano le dijeron: -De la selva somos hijos, queremos selva. Y el hombre blanco se reía, señaló a unos troncos amontonados y les dijo: -Mirad vuestra selva. Le tiraron el dinero sudado y arrugado y volvieron donde el anciano. Le contaron lo que vieron y aquel anciano murió de tristeza. Lo enterraron en un erial, cercano a los palafitos, la familia se quedó allí desubicada y perdida, se volvieron mala gente envilecidos por el dinero, una ropa que no era suya, y poco a poco la familia fue menguando y fueron pobres para siempre. Ya no había selva. No los dejaron vivir en paz nunca, tuvieron descendencia con el pelo rubio y los ojos azules. Comían todos los días arroz y huevo frito. Con el tiempo olvidaron la manera de pescar, cazar, pintarse, acicalarse con sus abalorios y sus plumas en forma de corona. Con el tiempo fueron viniendo más y más indígenas. Y todos se reían los unos de los otros. Al igual que el hombre blanco los humillaba, ellos humillaban a los indígenas recién llegados. Y así ha sido desde que inventaron las máquinas y despoblaron la selva. La Madre Selva estaba enferma decían. La selva dejó de existir. Conocieron los vicios, la traición y ya no volvieron jamás a ser el pueblo que fueron. Lo llamaban progreso, y entre ellos se decían: -El progreso es muerte.


Fotografías: Pinterest


sábado, 1 de mayo de 2021

Reflexiones de una ondjundju-Sentirse discriminado también es relativo-Juliana Mbengono



SENTIRSE DISCRIMINADO TAMBIÉN ES RELATIVO


Ser diferente no es lo mismo que ser raro, la rareza está en nuestras mentes. Un ejemplo muy simple es que los fang hervimos las hojas de yuca con agua, aceite de palma y malanga para preparar la famosa bambucha que comemos con azúcar. Ese plato nos encanta y nos representa. En cambio, los bubis pican las mismas hojas y las preparan con sal y carne como se hace con cualquier verdura. 

Cuando me hablaban de comer bambucha con sal me parecía tan absurdo que no me imaginaba a nadie haciéndolo en realidad, hasta que lo probé y pedí la receta; igualmente, a los bubis les sorprende que haya gente que come hojas de yuca en forma de puré con azúcar añadido y a veces piden un poco de sal cuando se les invita a comer bambucha. El caso es que cuando comparto la bambucha en familia estoy convencida de que es la mejor forma de prepararla, pero cuando me invitan a comer la salsa bubi con hojas de yuca tengo la impresión de que los fang las cocinamos de una manera muy “particular”.


Hace sólo unos días entrevisté a una escritora que viene de España y como muchos, ella también tiene un par de anécdotas sobre cómo se ha sentido discriminada en España, cómo ha sido víctima del racismo. Fumi me habló de las escalas del negro en España: desde el inmigrante ilegal hasta el nacido en España, pasando por el de la residencia permanente y el nacionalizado. Como muchas otras personas, Fumi concluyó que mientras seas negra en España te seguirán tratando como si fueses un ser raro.

Si me preguntaran cuántas veces me he sentido discriminada por mi color diría que ninguna, siempre he vivido entre gente muy parecida a mí. Por lo que, cuando escucho historias sobre la discriminación que sufre la gente en el extranjero e intento empatizar me siento un tanto hipócrita, algo dentro de mí me dice que en realidad no me llega esa emoción, me siento como aquel que lee sobre sobre una guerra civil que ocurre en un país que ni siquiera tiene fronteras con el suyo y no cree que alguno de sus viejos amigos pueda tener un pariente en ese país tan caótico; sin embargo, se lamenta y ora por los niños y las mujeres que sufren ahí.

A medida que voy pensando en el racismo y lo necesario que es erradicarlo, recuerdo las palabras del cantante Mister O. en el hotel Maydrit durante el desayuno cuando estuvimos en un seminario en Madrid.

“Quien se siente discriminado es porque quiere”, dijo el Mister sin titubear y yo me quedé petrificada esperando a que los artivistas contra el racismo presentes en el seminario le dijeran un par de cosas porque el comentario suspendido en el aire era bastante espinoso. Unos cuántos hablaron de las miradas agresivas en el metro, de la señora que se agarra el bolso al ver una cara negra, del enfermero que primero le da la vuelta al DNI para conocer la escala de negritud del paciente que está frente a él… “Esas cosas no me afectan, si una mujer se cambia de lugar en el metro porque me he sentado a su lado eso es asunto suyo”, algo así respondió el rapero después de todas las anécdotas contadas con el objetivo implícito de que él retirase su comentario anterior.

La charla en el restaurante del hotel Maydrit fue breve, pero a mí me hizo pensar que quizás algunos eran muy sensibles. Hace pocas semanas que reviví una experiencia como un deja vú, de repente me encontré encerrada en un ascensor con una señora blanca y unos niños que probablemente serían sus hijos, todos con el cabello liso y largo. En seguida me acordé de lo feas que me parecieron las trenzas rastas africanas mientras íbamos al centro de Madrid en metro durante el seminario en el hotel Maydrit. Incluso me pareció que quienes llevaban su pelo afro fosco suelto eran mucho más guapas y guapos. 

Después de bajarme del ascensor empecé a preguntarme porqué sentí que nuestras trenzas y nuestro pelo eran demasiado feos para llevarlos al descubierto si siempre he visto ese cabello lacio y liso en la tele volando al viendo o recogido en hermosas coletas y sin embargo me parecía que el pelo afro también es muy precioso. Después del viaje a Madrid me pasé unas semanas buscando en internet cómo recoger el pelo afro como si no conociera los peinados “timini”, “bicoma”, metemete” o “ziguizigui” y lo primero que descubrí es que para Google “pelo afro” significa pelo rizado, como el de las mulatas latinas o brasileñas; para encontrar información sobre cabellos como el mío, es necesario especificar escribiendo “cabello africano” o “trenzas africanas” para que google recomiende otros artículos en los que seguramente aparecerán temas como el cuidado; de lo contrario, podemos pasarnos un buen rato buscando. ¿Por qué no tuve ese sentimiento de aversión antes de verme rodeada de tanta gente blanca? diría que me sentía rara por ser diferente y creo que esa sensación de rareza influye en quienes se sienten discriminados con una simple mirada o un gesto que probablemente llegan a malinterpretar.

Después de entrevistar a Fumi concluí que todo es relativo. La discriminación existe porque al igual que la brujería la creamos nosotros mismos con los prejuicios de unos y la baja autoestima de otros, existe para alguno y no para otros. Y como estamos seguros de que la brujería sólo afecta a quienes creen en ella, siento que, sin olvidar que existe gente retrograda y enferma que de verdad odia a los demás sin motivos, el racismo es relativo. Mister O. tenía razón al decir que uno mismo es quien permite que los gestos racistas le hagan daño.