sábado, 22 de mayo de 2021

Franco Battiato (Juan A. Herdi)



¿Podemos equiparar la labor de un cantautor y de un poeta, y que aquel reciba en consecuencia un premio literario? Es lo que se preguntó mucha gente cuando en 2016 le otorgaron a Bob Dylan el Premio Nobel de literatura. Lo fundamental, desde luego, es responder la primera parte de la pregunta, lo de los premios no es ni de lejos tan crucial, y decidir por tanto si un cantautor realiza la misma función que un poeta, pero de otro modo. Recuerdo que a José María Valverde, el gran maestro de la Teoría de la Estética y poeta encomiable, no le gustaba que le pusieran música de fondo a los poemas, a los suyos o a los de cualquiera, decía que la poesía tenía ya su tono, que la música molestaba. No sé si esto incluía las versiones cantadas de algunos poemas.

Escucho al mencionado Bob Dylan, al canadiense Leonard Cohen, y más cerca de nosotros por cantar en castellano a Luis Pastor, a Silvio Rodríguez, a Luis Eduardo Aute o a Rafael Berrio, por citar a los que me entusiasman, hay muchos otros, desde luego, y al final no puedo dejar de pensar que sí, que hay una labor común a cantautores y a poetas, puede que a la larga sean lo mismo ya que esa labor consiste en la palabra como base, como herramienta y como elemento clave de comunicación, a pesar de los formatos distintos.

Viene este tema a colación porque acaba de morir Franco Battiato, que es otro de esos cantautores que se pueden equiparar perfectamente a los poetas, con esas letras que se te quedan grabadas en la cabeza cuando las oyes y que repites una y otra vez. Para muchos, Franco Battiato forma parte de una banda sonora, la banda sonora de nuestras propias vidas. Ha estado presente a lo largo de estos últimos lustros. Ni qué decir tiene que nos ha embelesado el tono de sus canciones desde que en 1971 se dedicó a experimentar con varios estilos, música electrónica incluida, en un minimalismo conceptual que no dejó indiferente a nadie. 

Antes, había probado un poco de todo, desde las canciones románticas, ganó en 1965 el Festival de San Remo, al rock psicodélico de la banda que ayudó a fundar, Osage Tribe, pasando por diferentes versiones de canciones pop. Pero fue en la década de los setenta cuando empezó a llamar la atención por ese tono tan personal y polifacético en lo musical y también en lo artístico. Al igual que Luis Eduardo Aute, era pintor, empleaba un pseudónimo: Süphan Barzani, y se adentró a su vez en el lenguaje cinematográfico. Cantó en castellano –en todo caso, entendíamos sus letras en italiano– y también en árabe, idioma que estudió de joven y en el que cantó en Bagdad en 1992 como gesto de solidaridad hacia un pueblo que padeció el mal de la guerra y que, por desgracia, volvió a sufrirlo después de este concierto.

A pesar de ese gesto, no podemos decir que fuera un autor/cantautor comprometido, al menos en el sentido más clásico: nunca habló de política en público, a pesar de su época tan intensa y de su país, tan extremo en tantas cosas. Su ámbito era la música y ese choque con la realidad que suponían las letras de sus canciones. Quizá porque el verdadero compromiso es darle la vuelta a la realidad, a la vida, y pensar la existencia a partir de las palabras y de los huecos que dejan entre sí en nuestro interior. Su propuesta era crear una atmósfera con sus letras, el tono de su voz, sus melodías.

Es un tópico, sin duda: seguirá vivo si seguimos escuchando su música. Pero es cierto, estará con nosotros mientras suene Centro di gravità permanente y su voz melosa nos permita imaginar mundos posibles transmitidos por Radio Tirana. 


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