martes, 11 de mayo de 2021

Reflexiones de una ondjundju-Lo que la literatura debe ofrecernos-Juliana Mbengono



LO QUE LA LITERATURA DEBE OFRECERNOS




Leer las páginas del prefacio del libro de mi amigo Capplanneta, una persona especial a la que espero conocer en persona antes de que pasen otros 365 días, fue más ameno, rápido, emocionante y profundo que leer cualquier poema de amores fracasados.

Capplanneta ya me dijo que la obra es prosa poética y la verdad es que los renglones del prefacio, que leí a primeras horas de la mañana, arrastran a uno hasta la firma del autor sin darle tiempo a respirar; igual que la corriente de lo que fue el rio Abere: sólo se podía respirar al salir a flote a final del tramo.

Mientras me cautivaba la sinceridad de Capplanneta sobre sus gusanos de seda, de los que emergieron mariposas grises como monstruos, y la indiferencia egoísta del lector y el editor que sólo buscan algo muy bueno entre lo bueno, o simplemente evadirse para no sentirse acusados, señalados ni percibir la furia o tristeza del escritor; también me sentí atacada. Sentí que mi queridísimo y admirado Capplanneta nos atacaba, a nosotros: los escritores africanos.

Aun cuando un escritor africano se declare romántico, amante de la ficción, motivador o moderno; en sus letras siempre habrá la posibilidad de encontrar sus gusanos de seda: su furia, ira, tristeza, miseria… esas emociones personales y aburridas de la vida de uno mismo que Capplannetta recomienda ocultar al lector y al editor para no ahuyentarlos.

El prefacio de Capplanneta es conmovedor por cómo usa la palabra, por lo que dice y cómo lo que dice, porque he intentado imaginar esa caja de zapatos blanquecina y a él, de pequeño, mostrándosela a otros niños lejos de los ojos protectores de sus padres. Pero no puedo estar de acuerdo con Capplanneta. La literatura no debe ser deprimente, ni mucho menos, pero si alguna conciencia se siente aludida por unos renglones, es porque estos han logrado uno de sus mayores objetivos: despertar conciencias.

El escritor africano necesita despertar conciencias, por eso dejará sus gusanos en el sofá o en la terraza y la mesa de comer. Cuando el escritor africano que vive en África deja de exhibir sus gusanos de seda y los de otros, fácilmente se convierte en una mala imitación del escritor americano, español, alemán o británico. ¿Cuántos de los escritores africanos más reconocidos no han hecho su camino a base de mostrar sus gusanos de seda y los de otros? Donato Ndongo lo hace en “El metro” y mete el dedo directamente en la llaga del hombre blanco, del español racista al que le hierve la sangre al ver a un negro hablando con una mujer negra. Chimamanda lo hace en la “Flor púrpura” y en “Medio sol amarillo”, Melibea en “La albina del dinero” y en “Bastardas”, Mariama Bâ en “Mi carta más larga”, todas ellas meten el dedo en la llaga del lector que tienen al lado, igual que Chinua Achebe en “Me alegraría de otra muerte”. Quizás estos escritores no le ofrezcan una autobiografía al lector o al editor, pero estoy segura de que sacan mucho de sí para escribir sus obras.

Cuando nosotros, en Africa, intentamos evadir nuestra realidad o nuestro entorno, en vez de escribir  “Cuando los combes luchaba”, “Nambula”, “Alá no está obligado a ser justo” o “Las cuatro mujeres que amé”; acabamos escribiendo esas obras absurdas, sosas y aburridas en las que sin asombro y como si fuese lo más normal y habitual, aparecen ecuatoguineanas y gabonesas pelirrojas, de metro ochenta con ojos azules y toman té en el porche durante un dorado atardecer mientras su adorado y amado Michael llega a la hacienda en su Cadillac y lo aparca en el establo ¿Ojos azules? Serán lentillas azules. ¿Pelo rojo y no se trata de un cosido o una peluca? ¿Hacienda?, estaremos hablando del hijo del presidente o de alguna de las hijas de algún magnate del petróleo en Nigeria. ¿Establo? ¿Michael, en serio? ¿Qué pasa con Emeka y su pelo afro? Los escritores africanos necesitamos mostrar nuestros gusanos de seda y los de otros: son nuestra “propuesta de valor”. No bebemos tanto té y raras veces usamos los porches para esperar a los amados. La mujer africana, desde la más humilde hasta la segunda dama, se siente cómoda entre el cuarto y la cocina.

Si mostrar nuestros gusanos de seda nos hace perder lectores ahora, dudo que ocurra lo mismo en la posteridad. El cine y la música africana, en su intento por conquistar al público americano y al europeo, se han quedado sin esencia: forman parte del montón. La literatura no puede caer en la misma trampa, es lo que nos queda para expresarnos y desahogarnos para no mutar las palabras en insultos que hieren como dardos envenenados.

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