miércoles, 2 de junio de 2021

Reflexiones de una ondjundju-No quiero conformarme-Juliana Mbengono



NO QUIERO CONFORMARME


¿Quién no ha escuchado que para triunfar se debe tener claro lo que se quiere e ir a por todas? 

Antes de entrar en contacto con los círculos feministas y de empoderamiento de la mujer, ya sabía que debo estudiar para ser “una mujer de valor para la sociedad”. Cuando entré en contacto con esos círculos aprendí un poco más: “sólo estudiando sería una persona realmente libre. Tendría un trabajo digno y una vida cómoda. Podría elegir al hombre que quisiera, en vez de conformarme con cualquiera que sea capaz de cubrir mis necesidades más básicas. Sería respetada en la sociedad, etc.” 

Estaba tan entusiasmada con todo lo que me predicaban que, a los 16 años, ya ansiaba cumplir los dieciocho para ser independiente, largarme de la casa de mi tía donde vivía con mi madre y otros parientes, tener un trabajo bien pagado mientras estudio en la universidad y alquilar una casa con el chico guay que yo eligiera. 

Estudiar era la salida que conocía para no ser otra comerciante del mercado Semu que pasa el día bajo sol, se pelea con los clientes y a veces recibe golpes. Era la salida para no ser otra madre incapaz de comprarle leche a sus hijos…. Lástima que no fuera entonces cuando nuestro primer ministro dijo que debíamos aspirar a oficios que nos den de comer al día en vez de pasarnos años en la universidad, me habría ahorrado mucho tiempo.

Asistía a conferencias y presentaciones de libros, me relacionaba con escritores que piensan y hablan, depositaba expedientes en todas partes explicando que aprendo rápido y puedo hacer cualquier trabajo. Durante dos veranos estuve depositando la solicitud de “Trabajo de Verano” en la Oficina Nacional de Empleo; el buen funcionario del ministerio de trabajo nunca me dijo que no me llamarían para un trabajo antes de cumplir los dieciocho, pero me presentó a un señor que conseguía trabajos para chicas en bares y restaurantes, con un salario de no más de 150.000 francos CFA a cambio de un 10% mensual. Cuando empecé a comprar y vender perfumes me sentí en la gloría, estaba “emprendiendo” y eso es lo mejor de lo mejor para ser más libre, hasta que noté que mi rendimiento en los estudios había bajado y muchos de mis clientes se habían vuelto morosos.

A medida que pasaban los años, me daba cuenta de que las cosas no eran tan sencillas como me imaginaba. De hecho, acabo de cumplir veinticinco y sigo en la misma casa. No me han faltado oportunidades para mudarme: he tenido pretendientes y, diría, parejas que me han pedido que me fuera a vivir con ellos; normalmente, es así como salen las chicas de las casas de sus padres. Pero no era lo que yo quería. No quería mudarme a la casa de nadie pudiera echarme a la calle después de golpearme. No quería sentirme mantenida ni obligada a servir a toda la familia de nadie porque dormía bajo su techo. Alguien se preguntará ¿y con qué clase de tíos te has cruzado? Con los mismos que se cruzan todas las que se mueven en los mismos entornos que yo. La diferencia es que para algunas es lo normal; tener hijos y dormir al lado de un hombre que trabaja es todo lo que piden y la verdad es que son muy inteligentes. Otras soportan el maltrato, la miseria y los abusos por tener las necesidades aseguradas. Otras han tenido la suerte de encontrar el amor y lo comparten con alguna que otra amante, lo que cuenta es que “ellas” viven bajo el techo del hombre y la segunda Otra es “la de la calle”. Las no son las relaciones ni la vida a las que el feminismo y el empoderamiento de la mujer me hicieron aspirar; sigo esperando al hombre atento, empresario joven, defensor de los derechos humanos, guapo, romántico, fogoso, educado, enamorado hasta las trancas, moderno, feminista, culto, detallista, negro y con una envidiable melena afro trenzada en rastas que se apunte a bajar el cielo conmigo. Tengo claro lo que quiero y, ya que les hago caso a los gurúes del éxito y el desarrollo personal, no me conformaré con menos.

Tampoco me ha faltado empleo; de hecho, soy quien siempre ha dimitido y nunca ha sido despedida de un empleo. Al principio creí que tenía un problema grave, pero, después de meditar, me di cuenta de que un trabajo de cincuenta horas semanales por un salario de entre cien mil y doscientos mil francos tampoco era lo que quería; aunque no estuviese “cualificada” ni tuviese “experiencia previa”.

Ahora, cuando me aconseja una feminista que se acuesta con los maridos de otras o que está casada con un machista retrógrado, entiendo que se ha conformado y acepto su consejo. Una cosa es la teoría del mundo perfecto que buscamos, otra cosa es nuestra realidad. 


PD: No soy feminista ni aspiro a serlo.


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