martes, 10 de agosto de 2021

Jean Genet, el solitario del mundo-Juan A. Herdi




Jean Genet, el solitario del mundo



Juan Goytisolo escribe de Jean Genet que «su patria será la chusma, y él su cronista y cantor». Sin duda es una buena concesión para este autor francés cuya vida errante se nos presenta como la de un personaje singular, con tres facetas bien definidas, en apariencia muy distintas entre sí, la de un escritor riguroso y atento al lenguaje y a su entorno, la de una marginación extrema vivida durante varios años y que le condujo al delito y el hampa, la del activista radical que acogió con simpatías las revueltas más radicales y emancipadoras del 68 así como el apoyo a la causa de los palestinos y de los Black Panters, a los que alentó incluso con su presencia. Tres facetas, una trinidad laica y radical que componen una única personalidad. 

Jean Genet nace en 1910 y muere en 1986, vive por tanto los lustros claves de un siglo que son los de las dos guerras mundiales, el genocidio execrable ejecutado por los nazis, los de la de la revolución soviética que al final desembocó en una distopía inquietante, los del colonialismo violento con sus efectos nauseabundos, pero también los de las luchas sociales intensas y justas que, sin embargo, acaban con un sabor intenso a desencanto y fracaso. El conflicto palestino ahí sigue, sin que parezca que vaya a acabar nunca. Los Black Panters ya no existen, ni Malcolm X, ni Martin Luther King, ambos asesinados, pero además el racismo sigue latente y lo hemos visto incluso en estos últimos meses en forma de abusos policiales sangrientos e infames. Del mismo que seguimos con sociedades que siguen devaluando la vida de los seres humanos, como si los gestos rebeldes y a todas luces necesarios no hayan servido, hasta el momento, de nada. 

Pero ni qué decir tiene que han servido, han puesto el dedo en la llaga sobre la historia del siglo XX y unas consecuencias que nos siguen afectando hoy, lo que nos obliga a mantener un debate ético, moral, a cuestionarnos la sinrazón de un mundo. Porque ante este mundo fatídico y sórdido hay que reaccionar, sin duda, también con una moral necesaria y puede que aún por construir, incluso asumiendo que la moral tiene mucho de provocación ante lo establecido y la asunción de lo que hay. Una moral, además, que puede, y tal vez deba, construirse a partir de lo más infausto de la condición humana. 

Esta provocación moral que hay en su obra es lo que convierte a Jean Genet en un autor cuanto menos interesante, pero además el que provenga de lo más turbio de la sociedad, de ese lumpen marginal, violento, delictuoso, convierte su mensaje en un grito desgarrador, más en un tiempo como el que estamos, con toda esa corrección política tan ñoña como superficial, no me cabe ninguna que dicha corrección es además la guinda amarga a todo un proceso histórico y a una sociedad que se entontece, siendo magnánimo, por momentos. No puedo ni imaginar lo que pensaría Jean Genet de estos tiempos, él que visitó la Barcelona de los setenta, había vivido en la ciudad durante los años treinta, y la encontró tan burguesa, ¿qué diría hoy de la caricatura en que se ha ido convirtiendo la, antaño, Rosa de Foc?

El escritor marroquí Tahar Ben Jelloun rememora a Jean Genet como «La voz de la falsedad. La voz de la verdad. La voz correcta. Pasaba de una a otra sin previo aviso». Esta facilidad de registros lo convierte sin duda en un autor muy riguroso, exhaustivo. Él mismo consideraba la dificultad del estilo y la forma como una cortesía al lector, una invitación a confrontarse con la realidad no mediante fórmulas sencillas o simplonas, sino con toda la envergadura del lenguaje y el pensamiento. No había que someterse a la simplificación de las ideas, a una literatura ociosa devenida en mero pasatiempo, a la infantilización de la sociedad. Por desgracia, parece que nos hemos sometido. 

Juan Goytisolo conoció a Jean Genet, lo trató desde 1955 y mantuvo con él una larga conversación. Quiso el novelista barcelonés que ni la obra ni la figura del escritor francés quedasen en el olvido. Genet en el Raval es su aportación al recuerdo de un autor que para él mismo significó, según ha reconocido, poder reflexionar sobre la expresión literaria y alejarse de lo más superficial, huir de toda vanidad o de la figuración banal en esos círculos literarios, tan fútiles como anodinos. Porque a todas luces la escritura es otra cosa. De este modo, la recopilación de textos sobre el autor francés es una evocación muy necesaria. 




Ambos escritores están hoy enterrados en el cementerio de Larache, al norte de Marruecos, su tierra de acogida, de asilo emocional, junto al mar.


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