sábado, 25 de diciembre de 2021

Reflexiones de una ondjundju-Vida sin planes-Juliana Mbengono



ALGUNOS DISFRUTAMOS MÁS DE LA VIDA SIN PLANIFICARLA


Cuando empezó el 2020, no me esperaba conocer a Capplannetta ni a Juan Herdi, dos amigos muy majos, ni mucho menos empezar a escribir para la revista y la web. Mi plan era poner en marcha los proyectos con decenas de objetivos y miles de metas que venía arrastrando desde que mi plan de ser completamente independiente a los 18 años se accidentó; desde entonces, prometo repararlo cada año nuevo. Pero, al final, me limito a redactar el plan de reparación.

Ahora que se aproxima el 2022, igual que mucha gente que andará por ahí, echo la vista atrás y siento que me he olvidado de mis objetivos en varias ocasiones. Y no solo lo siento, también lo reconozco: no he sido constante en mis blogs personales, no he leído un libro cada mes ni he ahorrado. Sin embargo, he cumplido con esta web y la revista; a pesar de que nada de eso figuraba en ninguna de mis listas de objetivos para el 2021.

Con las listas de objetivos y proyectos para el año nuevo, muchas veces, me pasa lo mismo que con los libros de autoayuda y motivación: me deprimen y hacen que me sienta como un fracaso total. Tantos ejemplos de gente exitosa y metas que podrían convertir mi vida en un sueño no hacen más que dejarme claro que otros han trabajado mejor y están en una situación mejor. No hace falta ser envidiosa ni avariciosa para que este tipo de pensamiento nos provoque un malestar repentino. 

“No hay excusas, sigues en el mismo lugar porque no has hecho nada o porque no has hecho las cosas bien. La falta de recursos y las circunstancias no valen como excusa para justificar que no hayas progresado. Otros lo han logrado en situaciones peores”. Eso es lo que me dicen los libros de motivación que leo. Me hacen compararme con otros, aunque digan que sólo debo compararme conmigo misma.

Para este año nuevo, no quiero hacer listas de propósitos ni promesas, aunque esto ya es un propósito... 

Cada vez que leo algún recordatorio en el espejo o en el móvil, siento que todo el peso del aire se acumula sobre mis hombros e inmediatamente me entran ganas de relajarme y descansar. Me resulta mucho más fácil y divertido realizar los trabajos sin haberlos puesto en una agenda. 

Quizás me preocupo demasiado por el después y el mañana. Las agendas me hacen sentir constantemente que tengo trabajo pendiente y eso me agota sin haber hecho nada. Si, estando en la calle, recuerdo que al llegar a casa debo fregar los platos, se me estropea el día. Pero, si llego a casa y simplemente hace falta fregar los platos, lo hago escuchando música y tarareando. Y lo más probable es que acabe haciendo otras tareas de la casa. 

No creo que debamos vivir improvisando; pero, observándome a mí misma, tampoco creo que debamos vivir programados como máquinas. Las agendas, sean diarias, semanales o anuales convierten nuestras metas y actividades en tareas y, desde la escuela donde nos castigaban con tareas, estas nunca me han gustado mucho. Quizás la palabra mágica sea flexibilidad. 

Ya me resulta difícil concertar citas con amigos y pretendientes. Y cuando lo hago, es muy difícil que no la cancele dos o un día antes. Porque, de repente, me doy cuenta de que tengo muchas cosas más importantes. Pero a veces me cruzo con alguien en la calle y me quedo charlando con él durante diez minutos o más. Con los planes para el año nuevo me pasan tres cuartos de lo mismo; prefiero empezar sin pensar en el mañana y, al final, en la mayoría de las ocasiones, los resultados son buenos.

Sé que este año haremos muchas cosas, pero prefiero no pensar en ellas ni ponerlas por escrito. Por ejemplo, sé que escribiré todos los meses para esta web, pero no me pondré el reto de hacerlo durante la primera semana de cada mes. Sencillamente, lo haré y sé que lo haré porque siempre he encontrado el momento para hacerlo y lo disfruto. De eso se trata: ser felices y disfrutar con lo que sea que hagamos. 

¡Felices fiestas!


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