Robando bellotas los apresaron,
por dar de comer a sus familias, sin pudor belloteros los llamaron,
sus vidas arriesgaron en el arroyo, metidos en el agua hasta la cintura.
¿Qué envidia o que rencor tenía quien los denunció? O ¿fue alguien mandado por su patrón porque se cría dueño de lo que el barranco llevaba era suyo?
¡Con cuanta saña les pegaron! ¿Por qué hacerles tanto daño?
Primero sin comer a sus hijos dejaron y luego a la cárcel los llevaron.
La justica o quien la imparte no mira ni escucha a nadie sus razones
para coger lo que en la ribera se pierde y sin hacer mal a nadie.
Larga fue la condena que cumplieron, por un delito bellotero,
ser pobres y no tener dinero, muchos meses de sus vidas perdieron
por unas de bellotas que cogieron.
¡Cuánto horror y miseria dejó esa guerra!
LA MATANZA
Algunas familias engordaban uno o dos cochinos al año, para el consumo de la casa, la matanza se hacía durante los meses de diciembre y enero, en la que ayudaban toda la familia, era una gran fiesta donde se comía el “menudo”.
Antes de empezar la matanza, hacían una gran candela, junto a ella, un montón de abulagas que se prendían para chamuscar los pelos de los cerdos antes de su despiece una vez muertos, los hombres eran los encargados de matar y despiezar el animal, preparar los jamones y picar la carne para los chorizos y morcillas.
Las mujeres eran las expertas, en hacer que la sangre no se cuajara para las morcillas y luego aliñar la carne de los chorizos, en la matanza también participaban los vecinos, por si acaso caía algún trozo de tocino para llevarse a casa.
El problema era cuando (Como dicen a perro flaco todo son pulgas) después de estar todo el año sacrificándose para cuidar y engordar al cochino, tenía alguna enfermedad y el veterinario les decía que lo tenían que incinerar, sin poder sacarle nada de provecho.
Pero había tanta necesidad que algunas familias no hacían caso y a escondidas se lo comían, con el riesgo que eso suponía en la salud de los miembros más débiles.
***Un año mi padre hizo en un rincón de la cuadra, una pequeña zahúrda para engordar una cerda, después de varios meses al final del verano se puso enferma y se tuvo que matar, con tan mala suerte que cuando le llevaron las muestras al veterinario a analizar, obligó a mis padres que quemaran todo el animal, sin poder aprovechar nada, pues había contraído una enfermedad contagiosa y no se podía comer nada, así que con la necesidades de entonces, tuvieron que quemar 50 o 60 kilos de carne y desde entonces no volvieron a engordar ninguno nunca más.
Así que con lo poco que tenían y haberle pagado a Joselito, "el Cristino” dos o tres pesetas a la semana, durante unos pocos de meses, también al matarife y al veterinario cobraron sus trabajos, solo les quedó la endeuda al pedir dinero prestado.
Para tener que quemar toda la carne, sin provechar nada, desde entonces nunca más volvieron a arriesgarse a engordar algún cochino más.
***En esos tiempos el trabajador por su cuenta tenía que saber y dominar diferentes faenas, desde el desbroce de los campos hasta la construcción de paredes en piedra seca, pasando por las labores de labranza o la fabricación de carbón y sobre todo el conocimiento y manejo de los animales que le ayudaban al desarrollo de su trabajo
A pesar de su forma de ser pocas veces estuvo parado, pues unas veces con sus burros sacaba arena de la rivera, acarreaba piedras o materiales, otras segando o guiando ganado a otros lugares, etc.
Conocía la sierra norte, de Huelva y Sevilla como a la palma de su mano, así como el sur de Extremadura por carretera, vías pecuarias o caminos de arrieros, habiéndolos recorrido muchas veces.
No quería tener deudas con nadie, (cosa muy difícil en aquellos años) pero cuando cobraba lo primero que hacía era ir a pagarlas.
Los arreglos de los aparejos que se necesitaba para las distintas faenas, le hacía ser un prodigioso para no tener que despreciar ningún trabajo.
En alguna ocasión trabajó en la mina sacando al exterior mineral a lomo de sus bestias desde la profundidad de la mina donde no podían llegar las máquinas, cargando y descargando a mano el material.
No era minero, pero conocía el trabajo de la mina como el primero, recorría los túneles desde una punta a la otra muchas veces al día, estaba expuesto a todos los riesgos desde los derrumbes a los gases tóxicos.
El desescombro de un derrumbe podía ser más peligroso que el mismo, tanto para los obreros como para las bestias que retiraban el material. Hoy es difícil de comprender como se podía trabajar en aquellas condiciones, los estudios escasos y los medios precarios.
Todo era manual con la ayuda de animales, unas veces para tirar de las vagonetas y otras para sacar al exterior el mineral directamente, algunos animales morían dentro de la mina, agotados tras jornadas larguísimas y descansos mínimos.
Le pagaban por metro cúbico las jornadas eran largas y dormía en barracones junto a la propia mina y como la distancia estaba bastante del pueblo, solo regresaba cada 15 días para reponer provisiones y ropa limpia.
Las continuas ausencias por cuestiones de trabajo, suponía que a veces tuviese que estar durante algún tiempo fuera de su casa y cuando volvía, a mí me gustaba mirar en las alforjas por si traía alguna chuchería o los cortadillos de azúcar que iba reuniendo del café que tomaba porque solo le ponía la mitad. Cuando no encontraba trabajo en el pueblo lo tenía que buscar en alguno de los alrededores, incluso en las minas de la sierra norte de Huelva.
A su vuelta me hablaba de el Castillo de las Guardas y sus aldeas, de Nerva, Rio Tinto y Zalamea la Real, (me explicó que en Extremadura hay otra... "Zalamea de la Serena" que él también conocía, por haber ido una vez a llevar un rebaño de ganado, pero que los dos pueblos eran muy diferentes) de sus andanzas por la cuenca minera de Huelva decía que el trabajo de minero era muy duro, pero merecía la pena porque se ganaba más y por las bestias que llevaba también les pagaban. Zalamea la Real era para él muy especial porque su padre y su abuelo habían trabajado en las minas de Rio Tinto... y decía que allí se sentía como en casa, él era un gran aficionado del cante por fandangos se cantaban los mejores, aunque tenía poca voz a causa de los abusos por bajito los cantaba como nunca más no los he vuelto a escuchar ...
Los fandanguillos de Huelva nadie los sabe cantar, lo cantan los mineros cuando van a trabajar... Me habló de las gentes de Zalamea, de sus campos y dehesas, así como de las aldeas diseminadas por su entorno y como no. del mejor aguardiente de la sierra y cuenca minera (que también era muy aficionado) y tampoco despreciaba una buena copa de Cazalla de la Sierra, en la sierra norte de Sevilla) He visitado solo dos veces Zalamea, en una tuve la suerte de saludar y pasar un rato con el gran zalameño, escritor, poeta, pintor y amante de su tierra Vicente Toti, al que agradezco su amabilidad y la atención que tuvo conmigo.
Tenía razón mi padre... bonito pueblo y buena gente… deseando volver muy pronto.
¡¡ENHORABUENA ZALAMEÑOS!!
***Muchas veces las ganancias no compensaban tanto esfuerzo y sacrificio, como requería mantener el trabajo, pero había que llevar algún dinero a casa, para aliviar las deudas que nunca se acababan y volverían a incrementarse hasta que llegara la próxima paga.
Una vez me llevo a una mina donde había estado trabajando y tenía que recoger unos aperos que se dejó cuando terminó el contrato, estaba bastante retirada del pueblo y montados en un burro íbamos pasado por varias fincas, unas con ganado de pastoreo, otras con vacas y toros bravos, pero siempre siguiendo el camino y en una de ellas, desde el camino mi padre vio subiendo por una loma a una loba y tres cachorros, cuando me dijo… ¡mira antonio una loba y sus hijos! Cuando miré para verlo me abracé a él por el miedo que sentí, entonces él me dijo...
¡No temas porque no nos harán nada, la loba solo quiere irse por miedo y proteger a sus cachorros! Los lobos solo atacan cuando van en manada, tienen hambre y solo a los animales más débiles e indefensos.
¡De los que tienes que temer es de las malas personas, que te encontraras en la vida, ellas son las que te pueden hacer daño si no conoces sus intenciones o con quien tratas, no te fíes nunca de aquellos que te dan algo, que no te hayas ganado anteriormente!
Estas palabras no las olvidé nunca y las he llevado siempre muy presente, pero en cambio no he sabido transmitirlas de forma, para que otros las tengan en cuenta, aunque mis experiencias me demostraron que era así. Él estaba acostumbrado a frecuentar lugares y ambientes fuera de lo corriente, a tratar con gente de toda índole, porque durante toda la vida había sido así desde niño y aprender a afrontar todo tipo de dificultades.
***Cuando mi madre me encargaba ir a buscarlo para comer, iba por los bares del pueblo hasta que lo encontraba, normalmente en La Punta el Verde y cuando me veía entrar le pedía a su primo José "el cateto" que me pusiera la tapa que ofrecían a los clientes para acompañar las bebidas y que él no se comía, pero sabía que me gustaría que por el olor que salía de la cocina.
Para mi padre los burros siempre fueron sus fieles compañeros de trabajo, toda su vida los utilizó en sus trabajos. Siempre decía que eran parte de él y para que trabajaran tenían que estar bien atendidos, cuando veía que eso no ocurría se enfadaba mucho. Los conocía muy bien y cuidaba de ellos igual o mejor que a nosotros, si tenía que pedir fiado, para proporcionarles el pienso no lo dudaba y era lo primero que pagaba cuando cobraba en su trabajo.
Los burros eran fáciles de cargar, aunque no fueran tan rápidos a la hora de los desplazamientos como otros animales.
Por su baja envergadura era ideal para la carga y el transporte de todo tipo de mercancías, aparte de su movilidad por los caminos y senderos de las cumbres. Lo mismo cargaba leña para el horno, que sacaba arena o graba del cauce de la ribera, para el cisquero o el ganadero y como no para el arriero su mejor compañero.
Los aparejos eran los que según requería el trabajo que estaba realizando...serón para arena o graba, pedreras, aguaderas, etc.
Me encantaba ver a mi padre arreglando los aparejos y me sentaba a su lado mirando como lo hacía, manejando la aguja de red con las cuerdas de colores o tiras de cuero para hacer los adornos, en la cubierta, la jáquima, cabezal etc.
Compraba o cambiaba según los necesitara y los tratos se hacían normalmente en las tabernas, por lo que casi siempre los tratantes acababan con más vino en el buche que dinero en los bolsillos.
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