domingo, 30 de julio de 2023

Relatos de un ronquillero-Dolores “la Cortona” y Cecilio Oliveros Holgado-Antonio Miguel Oliveros Quiroga





DOLORES HOLGADO RETAMINO -MI ABUELA (1885-1964) “La cortona”. 

El apodo de “cortona” a mi abuela Dolores fue heredado de su padre, que le llamaban el “cortón” por su cometido como enfermero en las minas de Rio Tinto, pues era el encargado de amputar en los accidentes de los mineros y atender los partos de sus mujeres. 

Ser comadrona en los pueblos sin tener título era normal, como se había hecho toda la vida, mi abuela estuvo de “cortona” como se le conocía en el pueblo, desde muy joven, hasta que enfermó a los 78 años. 

La falta de medios y la escasa economía en aquella época, hacía que la mayoría de las mujeres no pudiesen ser atendidas por el médico en los partos o hacerlo en el hospital, así que era ella quien las ayudaba en la casa en el nacimiento de sus hijos. 

Esto lo hacía mi abuela sin pedir dinero alguno, a veces se volvía a su casa con una taza de café en el cuerpo, para mantenerse despejada después de pasar la noche con el parto, otras veces con algún conejo o gallina como pago. 

¿Cuántos ronquilleros vinimos al mundo de la mano de Dolores Holgado “La Cortona”?... Ni que decir que fuimos muchos. 

En el pueblo son numerosos los parientes por parte de mi abuela Dolores Holgado Retamino, pero ella siempre salió adelante por sus propios medios, era una mujer culta y muy religiosa, que se preocupó de la educación de sus dos hijos ella sola, al quedarse viuda cuando eran muy pequeños. 

A parte de comadrona también ayudaba a alguna familia pudiente en la educación y cuidado de sus hijos pequeños, hasta que tenían edad para ir al colegio y sin embargo a los suyos tuvo que ponerlos a trabajar desde muy niños y hacerlos ir a la escuela por las noches. 

En aquellos años no todas las mujeres pensaban como ella, porque a la mayoría en aquellos tiempos lo primero que les enseñaban a las niñas eran las labores de la casa, no importaba si sabían leer o escribir, con los niños era distinto y en el momento que hacía falta los ponían a trabajar. 

Ella siempre vivió de alquiler, aunque yo solo recuerdo cuando vivía en una casa que estaba justo frente de la Iglesia, a cambio de cuidar la casa y arreglarle la ropa del dueño que le llamaban “Chanco”. 

Estaba mal visto que una mujer viuda viviera en casa que un hombre soltero sin ser familia y aunque este hombre tan sólo iba al pueblo de vez en cuando, decidieron que mi hermana y el hijo de una sobrina se quedaran con ella.  También fue quien me cuidó cuando enfermé de sarampión, porque mi madre no se dio cuenta cuando me levantó para llevarme con ella, que se percató al verme llegar y me acostó en su cama hasta que me visitó D. Pasto (el médico). 

En la casa del Chanco vivieron hasta que mi abuela sufrió un derrame cerebral en 1963 y se la llevaron con nosotros al roero, para cuidarla mi hermana con la ayuda de mi madre. 

A los catorce meses le repitió y falleció el 27 de agosto del 1964.





MI PADRE... Cecilio Olivero Holgado. Nació el dos de febrero del año mil novecientos quince. 

(Nunca supe nada de mi abuelo paterno, Fermín Olivero García, a que se dedicó o de que murió, ni mi abuela, Dolores Holgado Retamino ni mi padre, me hablaron nunca de él, la razón se fue con ellos). 

Los padres de mi abuela se llamaban…Miguel Holgado Guerra y Cecilia Retamino Gordo. 

Él no contó nunca nada sobre su padre, mi abuela tampoco lo hizo, la razón se fue con ellos, aunque según algún comentario la bebida pudo ser la causa de su muerte muy joven. 

 Se quedaron sin padre cuando él tenía siete años y su hermano Fermín dos más, por lo que los recuerdos de su padre eran escasos. 

Su madre al quedar viuda  y sin medios económicos, puso a los dos niños a repartir mercancías con un burro por los pueblos de los alrededores, con eso y lo que ella sacaba de comadrona salieron adelante. 

Los dos niños después de estar todo el día trabajando, por la noche tenían que ir a la escuela, porque según les decía su madre, para hacerse hombres de bien tenían que saber leer y escribir. 

Los hermanos eran muy parecidos, la rigidez de su madre en la educación no podía evitar que esos niños se habituaran a visitar lugares que por su edad no deberían conocer. 

La niñez no fue para ellos como la de cualquier niño, los juegos fueron entre pueblo y pueblo montados en un burro, para vender la mercancía que transportaban. 

El trato con los mayores les hizo ser hombres antes de tiempo, las ventas y tratos se realizaban en tabernas y posadas, por lo que el alterne fue una cosa natural y rutinario para ellos desde siempre. 

Tratando con todo tipo de personas que al verlos unos críos intentaban engañarlos, aunque también otros les enseñaron a defenderse de los primeros, lo que contribuyó a hacerlos más cautos y mayores sin apenas vivir la infancia, pero en aquella época los tratos y negocios, se hacían en posadas y tabernas, que eran para ellos los sitios más frecuentes para buscar trabajo. 

 Mi padre fue reclutado para el ejército en 1936, recién empezada la guerra civil, había cumplido los 21 años en febrero y se incorporó a últimos de julio. (su hermano ya estaba en el ejército cuando empezó la guerra).  

Él nunca luchó en el frente de batalla durante la guerra, estuvo en caballería y lo destinaron a intendencia, por lo que se pasó la contienda, llevando víveres y provisiones a los soldados que estaban luchando en el frente de Córdoba, o Málaga sin tener que dar ni un solo tiro.(Según él decía lo mejor que le pudo pasar, porque nunca le gustaron las armas). 

La incorporación en el ejército le hizo coincidir con mi madre en Sevilla, fue entonces cuando se hicieron novios, aunque se conocían del pueblo. 

Una vez acabada la contienda, él volvió al pueblo y ella siguió en Sevilla algunos años más, hasta mediados de los cuarenta, que decidieron casarse y  dejó el trabajo de niñera. 

Distinta suerte tuvo su hermano Fermín, que lo hirieron gravemente, quedando mutilado de un brazo y lo licenciaron antes de declarase el fin de la guerra, volvió después de estar más de un año en un hospital, curándose de las gravísimas heridas y de las que nunca pudo recuperarse

Lo recuerdo caminando por la calle nueva, erguido y orgulloso con el pitillo entre los labios y saludando a todos con simpatía a todos con quien se cruzaba, con la manga vacía metida en el bolsillo de la chaqueta y la boina al lado, tapando las señales de una guerra que nunca debería haberse producido. 

Yo era muy pequeño, pero lo tengo en mi recuerdo siempre... ¡Niño!… ¿Qué haces por aquí solo tan lejos del roero? ¡Anda tira pa-riba, que tu madre te estará buscando! 

Esas palabras no se me olvidan, dichas por otra persona quizás me hubiesen afectados, pero por él con su forma de decirla eran como si de mi padre vinieran y el cariño que de ellas desprendía. 

El día que sonaron las campanas anunciando su muerte, comprendí con mucha pena lo que es la pérdida de un ser querido, yo tenía seis o siete años, pero en mi mente está como entonces. 

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